“La sencillez consiste en hacer el viaje por la vida, solo con el equipaje necesario”. -Charles Dudley Warner-
La sencillez es una virtud maravillosa y no tan común como debiera ser. Es uno de esos atributos que adorna a cualquier otro. Siempre está asociada con la humildad y denota nobleza y madurez. Por eso, aunque resulte paradójico, solo las personas extraordinarias cuentan genuinamente con esta cualidad.
Algunos definen la sencillez como “la celebración de lo pequeño”. En otras palabras, quien es sencillo se muestra capaz de disfrutar de las pequeñas cosas. También las agradece. No tiene ni sus expectativas ni sus ambiciones puestas en algo demasiado elevado, una montaña demasiado alta que tape la felicidad. Por eso, el primer favorecido con la sencillez es quien la detenta.
Para ondear la bandera de la sencillez, hay que ser adaptable y saber aceptarse y aceptar. Estas características llevan a que todo fluya, sin intentar forzarlo o cambiar su curso. Todo esto favorece la espontaneidad, otra virtud que solamente tiene lugar en las personas equilibradas y saludables.
Un primer plano en el que se hace visible la sencillez es en la apariencia. ¿Cuánto necesitas “adornarte” físicamente para sentirte cómodo con tu apariencia personal? ¿De qué manera arreglarte o no hacerlo hace que te sientas más o menos presentable?
Cuidar de nuestra apariencia es importante. Cómo nos vemos exteriormente también habla de nuestro interior. Es la imagen que proyectamos al mundo y determina la primera impresión que se llevarán de nosotros muchas personas. Hasta ahí todo es razonable.
Cuando esa presentación personal se transforma en un tema obsesivo, comienzan los problemas. Un toque de vanidad no le sobra a nadie, pero si esto se llena de miedos, inseguridades o grandes inversiones de tiempo y dinero, puede que haya algo más de fondo. La sencillez en la apariencia es autoaceptación y autovaloración.
La sencillez en el pensamiento es lo que generalmente llamamos “sentido común”. Ver la realidad sin tratar de ponerle muchos adornos ni complejizarla innecesariamente. Implica entonces una mirada desprevenida y objetiva sobre lo real.
Así mismo, la sencillez mental facilita la comprensión de otros puntos de vista. Reduce o termina con esa necesidad de poseer la verdad, de imponérsela a los demás o de lograr que todos piensen de manera uniforme. Las mentes sencillas aceptan espontáneamente que hay muchos puntos de vista; de esta manera, trasforman el problema en una valiosa fuente de enriquecimiento personal.
Una mente sencilla también se expresa con la naturalidad propia de quien no está interesado en demostrar nada ni en crear mitos a su alrededor. Sus palabras son claras y elocuentes. Sin adornos innecesarios. Sin pretensiones de erudición o marcas de clase social intencionadas. La sencillez hace que expresemos lo que pensamos de forma directa y simple.
La sencillez también está presente en la forma como nos relacionamos con los demás. Una persona que cuenta con esta extraordinaria virtud es muy respetuosa de sí misma y de los otros. Se acepta y, por lo tanto, acepta a los demás. Lo uno va unido a lo otro.
Otro de los rasgos que marcan sus relaciones es la horizontalidad de las mismas. Quien actúa con sencillez le da el mismo valor a los poderosos y a las personas humildes. No cambia su personalidad, ni su forma de tratar a los demás, dependiendo de quién se tenga al frente.
De la misma manera, la sencillez nos lleva a valorar los triunfos de los otros. A sentirnos felices con sus logros y compartir de corazón sus tristezas. Los demás se ven como iguales y por eso hay un sentimiento de solidaridad intrínseco con ellos. La sencillez nos permite entender que todos pertenecemos a la comunidad humana y que estamos indefectiblemente unidos por un lazo común: la humanidad misma.
Generalmente nos volvemos “estirados” o “complicados” porque nos dejamos invadir por los miedos. Temor al qué dirán. Miedo al rechazo. Inquietud por creer que quizás debemos ser más, mejores o más poderosos, ricos o bellos. En una palabra, porque no logramos aceptarnos como somos ni valorar las circunstancias en las que vivimos.
Seguramente ahí está la clave de muchos de nuestros sufrimientos. Muchas veces construimos creencias equivocadas sobre lo que somos y lo que debemos ser. Vivimos más en función de conseguir lo que no tenemos y no de disfrutar aquello con lo que contamos.
Sencillez no quiere decir conformismo ni pasividad. Se pueden tener objetivos muy elevados y aún así valorar también todo aquello que se ha conseguido y lo que se es. De hecho, la sencillez nos ayuda a caminar más ligeros por la vida y a avanzar siempre en sentido evolutivo.
Edith Sánchez, en lamenteesmaravillosa.com/
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