La amistad no es innata. No se da sin esfuerzo; hay que conquistarla y ha de ser alcanzada y mantenida
La personalidad se forja a golpe de decisiones, más o menos libres, que nos permiten configurar un estilo de vida personal. Un primer paso, no elegido, es nacer en el seno de una familia bien estructurada; después, aprender a compartir con hermanos y amigos, hasta adquirir el hábito de la generosidad, esencial para aprender a vivir la amistad.
Comprometerse no es una palabra de moda, por una idea falsa de la libertad y por el vértigo que a muchas personas les supone adquirir compromisos. Vivir sin ellos, acaba llevando a la soledad. El ser humano es sociable por naturaleza y forma parte de ella el que a lo largo de la vida se adquieran compromisos de diverso tipo. Si se acierta en los compromisos adquiridos, se ha hecho un uso adecuado de la libertad.
En algunos ambientes se tiende a establecer una pasarela entre la amistad y la vida conyugal, olvidando que de amigos a novios hay un salto cualitativo y, mucho más, de novios a cónyuges. Para las personas es esencial tener amigos; un primer paso es distinguir las diferencias entre conocidos, compañeros y amigos. El ser humano es sociable y tiende a establecer relaciones de amistad; algunos piden mucho al amigo, otros se conforman con poco. La amistad puede cultivarse y también morir. Cada uno podría plantearse: ¿Cuántos amigos tengo? Se puede estar viviendo una soledad terrible y formar parte de una pandilla de treinta componentes. Algunos, al hablar de amistad piensan sólo en lo que desean recibir: cariño, lealtad, comprensión, etc. Es cierto que sin eso no hay amistad; pero, ¿qué damos? La amistad es un modo de amor y adquiere formas diversas; en algunos casos es una identificación hasta la médula y en otros una ligera capa que se rompe fácil. La calidad de la amistad es un indicador de las cualidades de quienes la entablan. A veces, para no ser rechazado, el adolescente es gregario y llama amistad a lo que es complicidad o intereses comunes.
Cada uno en la amistad da lo mejor que tiene de sí y resulta lógico intentar ayudar a los amigos. Veamos algunas muestras posibles: que el amigo tenga la seguridad de que nunca hablaremos mal de él y que si tenemos algo que comentarle se lo diremos noblemente, a solas, con sinceridad y delicadeza. La amistad admite grados y, en función de la intimidad, nos abrimos más o menos. Por amistad hay peticiones que no se deben hacer, como son las contrarias al mismo concepto de amistad; así, entre amigos no hay intercambio sexual, ni se pide colaboración para una mala actuación profesional u otros comportamientos indignos de la persona. El respeto que merece el amigo lleva a vivir la amistad con la mayor finura posible.
Afirma Ana Romero, en su libro La innecesaria necesidad de la amistad, que si se quiere tener buenos amigos hay que esforzarse por ser uno mismo un buen amigo. Lo refleja bien cuando dice que si una persona te abre sus puertas y deja que te asomes y penetres en su mundo interior, la mejor respuesta es contestar enmudeciendo. Y ese silencio quiere ser entonces un homenaje: la mayor muestra de agradecimiento y de admiración. Añade que la amistad está hecha de silencios elocuentes y que tiene unos pilares sobre los que se apoya y unas polillas que la destruyen. Entre los pilares destaca, el respeto, la lealtad, la generosidad y el perdón. Entre las polillas están la murmuración, la envidia y el utilitarismo. Recuerda una frase del filósofo Ricardo Yepes quien afirmaba que la amistad no es innata. No se da sin esfuerzo; hay que conquistarla y ha de ser alcanzada y mantenida. La amistad es difusiva; de hecho es bueno tener varios amigos; como dice C. S. Lewis: El dos, lejos de ser el número requerido para la amistad, ni siquiera es el mejor. Se aprecia una notable diferencia con el noviazgo, en el que dos es el único número razonable. Tener una novia en cada puerto, es sinónimo de ausencia de compromiso.
Una muestra de que el paso entre amistad y noviazgo no es automático se aprecia en la situación entre un chico y una chica, en la que uno de ellos se enamora del otro y le pide establecer un trato más intenso, como es el noviazgo. Esa petición puede ser causa de alegría o de tristeza; depende de lo que la otra persona sienta hacia quién lo pide. Si hay reciprocidad en el enamoramiento, la reacción será de alegría, pero si una parte quiere limitarse al trato de amistad, la otra se siente defraudada.
El noviazgo se establece de mutuo acuerdo ente un hombre y una mujer con el fin de lograr un trato más profundo, que les permita conocerse mejor de cara a un posible matrimonio. No se entendería el fin del noviazgo si se estableciera con la intención de compartir afectos, tiempo, etc. pero descartando de raíz la posibilidad del matrimonio. El otro extremo es también pernicioso, el de quien piensa que romper un noviazgo es una falta de fidelidad similar a la de una ruptura matrimonial. Ante la notable confusión que existe, es preciso definir bien el contenido y misión del noviazgo.
El noviazgo es el trato entre un varón y una mujer con el fin de lograr un conocimiento mutuo pensando en la posibilidad de contraer matrimonio. Nos pueden servir ideas aportadas por Contreras en su libro El conocimiento del otro. El noviazgo. Muchos jóvenes no saben aprovechar el noviazgo; es un tiempo para disfrutar junto a la persona amada, pero principalmente para hablar de los temas esenciales sobre los que se apoya la vida conyugal. Es una fase para aprender a querer más y mejor a la otra persona y así, cuando el entusiasmo inicial deja paso a una situación de serenidad, es buen momento para tomar las decisiones con la inteligencia y no sólo con el corazón. No es fácil la convivencia conyugal y sería una ingenuidad pensar que no habrá dificultades; el amor romántico es sólo una fase breve del amor matrimonial. Lo refleja bien un diálogo en la película El violinista en el tejado. El marido pregunta a su mujer: ¿Tú me quieres? La respuesta demuestra notable sentido común. Ella le dice: tú sabrás; te he acompañado durante veinticinco años a donde hemos tenido que ir, te he dado 8 hijos. Te he cuidado cuando lo has necesitado; te he atendido cuando has estado enfermo. Tú sabrás si te quiero.
El amor tiene mucho de afecto, pero más de entrega. Hay que conocer aspectos esenciales de la vida del otro antes de continuar con ese trato más intenso. Si uno está muy enamorado y se da cuenta que debe romper, resulta más doloroso si ha tardado mucho en abordar los temas básicos; pues entre tanto el afecto ha estrechado lazos aunque las ideas de fondo sean muy diferentes. El trato mutuo permite comprobar con los hechos las afirmaciones; si se han dicho con el deseo de agradar pero sin responder a convicciones de fondo, o que quien las dice no es capaz de cumplirlas. Así, una persona con una seria adicción puede no ser todo lo libre que se precisa para contraer ese compromiso; hay jóvenes consumidores de drogas están destrozando su capacidad de compromiso. Si se aprecian signos de enfermedades mentales en el otro, hay que saber en qué medida pueden evolucionar y de qué forma pueden afectar al matrimonio; si el caso es grave, los motivos para actuar con prudencia crecen. Casarse por misericordia no es un buen principio. El noviazgo requiere gran respeto mutuo; si se pierden el respeto, es difícil que ese noviazgo llegue a buen puerto. Si una parte no es capaz de superar una lacra personal cuando tiene que conquistar al otro, se puede tener serias dudas sobre su logro después de casados. En lugar de pensar que ya cambiará una vez casados, es preferible pedir que lo supere si de verdad quiere casarse.
Un noviazgo muy largo tiene riesgos; uno muy corto, hace casi imposible conocerse bien. Pero el mayor enemigo es la superficialidad, la frivolidad de dejar pasar el tiempo sin abordar temas esenciales y ver si los hechos refrendan sus palabras. No debe ser un lastre, aunque resulte difícil, el temor a romper un noviazgo y dejarse llevar por la inercia o el corazón; los noviazgos no sólo se pueden romper, sino que están para poder ser rotos. Dice un autor más vale una tormenta en el noviazgo que un matrimonio tormentoso. Si se sabe que el noviazgo no es un compromiso definitivo, se entenderá que algunas manifestaciones de amor sexuado, propias del matrimonio, no deben darse en el noviazgo, ni aunque se tenga la certeza casi plena de un próximo matrimonio. Quien no entienda esto, se puede encontrar en la tesitura de tener que elegir entre ceder en lo que piensa que no debe conceder o perder ese noviazgo. Un novio/a que pide lo que no debe pedir, muestra que no es idóneo para contraer un compromiso del calado propio del matrimonio. El chantaje no se usa entre las personas que aman de verdad; otra cosa es un momento de pasión, en el que los instintos y la afectividad piden lo que no debe conceder la cabeza. Por ese motivo, es de sentido común tomar las medidas oportunas para que los chispazos no se conviertan en fuego devorador.
Quienes van unos días de vacaciones compartiendo habitación con su pareja es probable que, a pesar de las buenas intenciones previas, acaben compartiendo el lecho. No se trata de desconfiar del otro, se trata de conocerse a uno mismo. Quién ha dejado el consumo de una droga sabe que la última vez tiene que ser la pasada, no cabe decir sólo una vez más. Esto no es rigidez mental o moral, sino conocimiento del ser humano. El noviazgo tiene facetas suficientemente bonitas como para no mancharlas con demandas que, si de verdad se quiere al otro, no se deben insinuar.
Cuando el conocimiento mutuo es suficiente −una persona inteligente no necesita años− es lógico plantearse si deciden establecer un compromiso firme y duradero, como es el matrimonio. Conocer qué es el matrimonio es esencial para tomar una decisión con conocimiento de causa. Casarse por inercia, por temor a la tormenta que supone romper un noviazgo, es embarcarse en una nave con grave riesgo de naufragio. Ese miedo no es igual al temor que suele entrar al decidir la fecha de la boda. Un ejemplo nos puede servir; los paracaidistas, ya en el avión, a pesar de su disposición inicial al lanzarse, pueden sufrir una crisis como consecuencia del miedo; en esos casos, era normal que una persona experta diera el empujón necesario para saltar. En el caso del matrimonio, ese posible empujón sólo debe darlo quien sea idóneo para hacerlo y sabiendo bien que se trata de superar bloqueo pasajero, no de empujar al otro a tomar una decisión que no deseaba.
Algunas profesiones son más peligrosas, como puede ser el cuerpo diplomático u otras profesiones en las que el lugar de trabajo estable depende de factores externos al interesado y en el que resulta muy difícil conseguir dos destinos en la misma población. Esa cuestión debe quedar clara antes de casarse; si siguen en la profesión, llegará el momento en el que tendrán destinos diferentes. Hay que dejar claras las prioridades y pautas a seguir si se da esa situación, para no encontrarse en la tesitura de que ninguno quiera supeditar su carrera profesional a la vida familiar. Las soluciones pueden ser diversas, pero sin una jerarquía de valores en la que la familia está por encima de la carrera profesional, el resultado es llegar a índices de rupturas matrimoniales elevados en esas profesiones que requieren mayor movilidad.
El noviazgo es tiempo para el conocimiento mutuo, para tratarse, pero si se prolonga más de lo necesario se estropea. En unos casos, porque una de las partes no se atreve a romperlo; en otros, porque tienen claro que están llamados a ser el uno para el otro, pero uno de los dos, o ambos, tienen vértigo al compromiso que supone dar el salto. Ya hemos visto cómo actuar en cada caso.
José Manuel Mañú Noaín
Fuente: Mañú Noain, J.M.: Familias sanas, hijos mejores. Ed. CCS.
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