En gran medida, también era un disidente, en su calidad de periodista comprometido con la libertad y los derechos humanos
A Ricardo Estarriol, los servicios del espionaje polacos lo llamaban sep, buitre. Lo tenían vigilado porque se reunía con la disidencia para documentar unas crónicas que eran una amenaza para el comunismo, no solo en Polonia, sino en toda Europa oriental, incluida Rusia. Empezó a publicarlas en este diario en 1964, cuando ningún otro medio español tenía corresponsales en la Europa comunista, y no se jubiló hasta el 2002, once años después del colapso de la Unión Soviética.
Cuando empezó a trabajar para La Vanguardia , Estarriol ya vivía en Viena, adonde Josemaría Escrivá de Balaguer le había animado a ir. Si para un joven periodista de Girona, sujeto de una dictadura de corte fascista, ya era difícil cruzar el telón de acero, mucho más era propagar las ideas cristianas del Opus Dei en unos países comunistas donde la religión estaba prohibida.
Su trabajo no fue fácil. Estarriol se movía en sectores que las autoridades comunistas consideraban peligrosos: actividades apostólicas, reportajes sobre las minorías nacionales, contactos con la disidencia...
En gran medida, también era un disidente, en su calidad de periodista comprometido con la libertad y los derechos humanos. Siendo español, no podía viajar a los países del Este y, aún así, lo hacía, y siendo periodista no podía escribir nada desde uno de esos países y, aun así, lo hacía.
Ricardo Estarriol pertenece a la escuela de periodismo consagrada a los hechos en lugar de a las descripciones. Su periodismo tiene mucho más de germánico y anglosajón que de latino y mediterráneo. Nada había más importante para él que los datos y los hechos. La descripción literaria de lugares y personas debe estar sometida a la jerarquía de los acontecimientos.
Trabajó con el afán de explicar las cosas que todo el mundo, no solo la gente del poder, necesita saber
Hay una regla muy sencilla en el periodismo que, sin embargo, no es fácil de cumplir y, todavía menos, durante la guerra fría: estar, ver y contar. Estarriol lo consiguió cuando había muy pocas personas que supieran de verdad lo que sucedía en Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Checoslovaquia, Yugoslavia y la Unión Soviética, el mundo que él pisaba sin cesar.
Para saber qué dirigente subía y cual bajaba, para conocer el estado de ánimo en las fábricas y en las colas de las tiendas de alimentación, había que superar el incesante bombardeo de los aparatos de propaganda comunista, así como la red de espías y escuchas que los servicios de inteligencia tejían alrededor del corresponsal. Instalarse, por ejemplo, en una habitación del hotel Yalta de la plaza Wenceslao de Praga en 1989 para explicar las negociaciones entre el régimen comunista y Václav Havel era colocarse en la diana de un sistema de escuchas al que no se le escapaba nada.
Estarriol dominaba la información porque sabía ponerse en el lugar de los demás. Gracias a su empatía podía conseguir la ayuda de un colega de la agencia soviética Novosti y la amistad de un obrero comunista polaco, situados ambos en las antípodas de su ideología y espiritualidad.
Sus crónicas contenían los datos que permitían leer el presente con precisión, pero no el futuro. Nunca quiso anticiparlo. Su empirismo informativo estaba reñido con las bolas de cristal. No creía en los periodistas que especulaban sobre unos regímenes tan herméticos y unas sociedades tan sometidas.
Sus informaciones llamaron la atención de los servicios diplomáticos occidentales y comunistas, que le hicieron varias propuestas para que les pasara información. Él declinaba a unos y otros con un argumento inapelable: todo lo que sabía lo publicaba en La Vanguardia .
Fue el primer corresponsal de la prensa española en la Europa del telón de acero
Estarriol trabajó siempre con el afán de explicar las cosas que todo el mundo, no solo la gente del poder, necesita saber, y fue así, con esta dedicación, que un día de octubre de 1977, al subir al séptimo piso del número 48 de la calle Chkalowa de Moscú, se encontró cara a cara con esa verdad que no es solo la verdad de los hechos sino también la del compromiso profesional del buen periodista.
Andréi Sájarov ocupaba allí un pequeño apartamento con su esposa. Hacía dos años que había recibido el Nobel de la Paz y tenía la esperanza de que la Unión Soviética pudiera seguir los pasos que España había empezado a dar hacia la libertad y la democracia.
Durante la entrevista, Estarriol, acostumbrado a hablar con gente perseguida, quedó impresionado por “la sencillez y el valor” de Sájarov. El padre de la bomba de hidrógeno, dijo con total sencillez, que los disidentes soviéticos como él debían “explicar las cosas terribles que han sucedido aquí. No sabremos lo que saldrá de ello… Lo hacemos así porque no podemos hacerlo de otra forma”.
Ricardo Estarriol, el disidente que sobrevivió al frío, falleció la noche del viernes en Viena después de una vida plena dedicada a buscar y difundir la verdad.
Xavier Mas de Xaxás, en lavanguardia.com/
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