Escribo solo para señalar una situación que se repite en la historia del espíritu humano: historia de deserciones y también de calladas fidelidades ordinarias, que suelen pasar desapercibidas a los ojos de muchos iluminados
Antes de Cristo, Jeremías decía: “dos pecados ha cometido mi pueblo, me han abandonado a mí, que soy fuente de agua viva; y han construido cisternas rotas”. Hacía notar la incongruencia que supone para una persona de fe abandonar “la fuente de agua viva” para buscar otras que no pueden saciarlos, aunque aparenten satisfacer ciertos anhelos del corazón humano.
Hoy, por esa manía moderna de creerse agnóstico o liberal, en cuanto no se depende de ninguna religión, cometen los mismos pecados no solo los cristianos o judíos… sino todo hombre, aunque se sienta libre de culpa por no aceptar ninguna regla moral que no sea la suya: cisterna rota.
Esos pecados los cometen, ordinariamente, personas que han recibido la primera formación en la fe, de agentes eficaces: sus padres, maestros, sus formadores; eficaces todos, pero pecadores como ellos, que están tirando la primera piedra.
Habría que preguntar en quién creyeron los antiguos creyentes ¿en Jesús o en algún sucedáneo que les impartió la doctrina que no era suya, les enseñó a rezar como él sabía, y a mantener una conducta razonable y hasta especialmente honesta? Si apoyaron su decisión moral en el testimonio personal de cualquier hombre, sería razonable que, ahora, desengañados de la condición humana de ese o esos hombres (cisternas rotas también), culpen a la Iglesia, los curas, a la formación religiosa recibida…
Si se sienten aherrojadas por la conducta de otros, no están siendo verdaderamente libres; porque solo la Verdad libera; y están yendo a buscarla en donde no está. La Verdad está en Jesús; no en unos padres que se equivocaron; ni en unos curas que cometieron errores gruesos que ahora no saben cómo disimular; ni en instituciones compuestas por personas que sí tienen, eventualmente, la responsabilidad. Toda persona es pasible de error; pero, nadie tiene por qué pedir perdón estrictamente a nadie, sólo a Dios.
Quienes en esas circunstancias abandonan la fe parecen pretender que la religión, las iglesias, sus maestros… les pidan perdón. Y es que, el fariseísmo no se vivió sólo en tiempos de Jesús. Está recorriendo toda la historia humana, porque es una tendencia casi natural: creerse mejor que otros por haber entendido mejor las cosas; sentirse parte de una minoría, distintos. Lógica consecuencia de los pecados mencionados.
Escribo solo para señalar una situación que se repite en la historia del espíritu humano: historia de deserciones y también de calladas fidelidades ordinarias, que suelen pasar desapercibidas a los ojos de muchos iluminados.