ZENIT.org (Entrevista de H. Sergio Mora)
Después de 500 años de haber publicado el anterior catecismo universal, pareció oportuno tener una síntesis de la doctrina apostólica que respondiera a las grandes cuestiones planteadas por la cultura contemporánea sobre Dios, el hombre y el mundo
La iniciativa de elaborar un catecismo universal partió del Sínodo de los Obispos de 1985, convocado para celebrar los 20 años del Concilio Vaticano II. Los obispos le manifestaron a Juan Pablo II su deseo y el papa inmediatamente hizo suya la idea. «El catecismo fue un fruto profético del Concilio Vaticano II», afirma el cardenal argentino Estanislao Esteban Karlic, miembro de la comisión redactora, y a quien ZENIT entrevista en exclusiva.
¿Cuál era el catecismo universal anterior al actual?
En la historia de la Iglesia solamente hay un catecismo semejante, es el de san Pío V, llamado Catecismo del Concilio de Trento o Catecismo de los Párrocos, publicado en el siglo XVI, poco después de la invención de la imprenta. Fue un ejemplo a seguir por su gran valor. El actual Catecismo de la Iglesia Católica sin embargo tiene novedades que lo enriquecen no solamente en el aprovechamiento del Magisterio Pontificio de los últimos tiempos, sino también en la atención de los problemas contemporáneos. El Catecismo Tridentino y el de la Iglesia Católica son los dos únicos en la historia que fueron aprobados por un papa y destinados a toda la Iglesia.
¿Cómo nace esta idea y por qué un nuevo catecismo?
Los obispos del sínodo que celebraba los 20 años del Concilio consideraban que era necesario elaborar un compendio de toda la doctrina católica, sobre la fe y moral, que sirviese como punto de referencia para los catecismos que se habrían de redactar en las diversas regiones del mundo, para su mayor acercamiento a las diversas culturas. Después de 500 años de haber publicado el anterior catecismo universal, pareció oportuno tener una síntesis de la doctrina apostólica que respondiera a las grandes cuestiones planteadas por la cultura contemporánea sobre Dios, el hombre y el mundo. En tiempos del Concilio Vaticano II se había planteado la pregunta sobre un nuevo catecismo, pero la inquietud no prosperó. Con el sínodo de 1985, en cambio, la iniciativa fue considerada oportuna y el papa la asumió.
¿Cómo fueron los primeros pasos en la elaboración del Catecismo?
El Santo Padre a principios de 1986 constituyó una comisión de doce cardenales y obispos que debían conducir toda la obra y un comité de redacción de siete miembros a quienes se unió el secretario de redacción. El presidente de ambas comisiones era el entonces cardenal Ratzinger, quien conducía admirablemente las reuniones. Siempre se buscó entre los participantes una representación de la universalidad de la Iglesia.
¿Usted fue convocado para la redacción del Catecismo?
Fue una gracia de Dios inmensa. Me incorporé al comité de redacción, que ya estaba formado, en un segundo momento. Otro de los miembros que se incorporó fue el secretario de redacción, el actual cardenal Schönborn, entonces profesor de teología en Suiza. Cuando ingresamos ya existía un texto fundamental sobre el cual debíamos trabajar. El trabajo naturalmente era distribuido a los subgrupos para después entregarlo en las reuniones conjuntas. De esta manera se redactó el texto que llegó a tener nueve versiones sucesivas.
¿Cómo se consultó a toda la Iglesia?
La versión llamada "proyecto revisado", que se consideró válida para una consulta universal, se envió a todas las diócesis del mundo debidamente preparada para que las observaciones que se mandaran fueran bien aprovechadas. Las respuestas fueron unas 25.000, un número extraordinario.
¿Y con las respuestas cómo hicieron?
Para estudiar las respuestas tuvimos una larga reunión en los alrededores de Roma. Las revisamos una por una, incluso las que llegaron después del término fijado. Fue emocionante ver la manifestación de la unidad de la fe, de las diversas partes de la Iglesia, en la aceptación fundamental del texto y de la pasión por la verdad en la búsqueda de las expresiones que se juzgaban las más adecuadas para manifestar el misterio cristiano revelado. Ese momento fue clave en el proceso de redacción. Un trabajo tan delicado no se podía llevar adelante sin la gracia del Señor, como decía con gozo sereno y profundo uno de los obispos cercanos a nuestra tarea.
Entre las observaciones ¿cuáles recuerda?
Una observación importante que se aceptó sin demora fue la de dar más relieve al tratamiento de la oración. En el texto de la consulta se había propuesto que la oración fuera el epílogo de todo el Catecismo. Las respuestas pedían que se le otorgara más importancia y con la categoría de la cuarta parte, así como de coronar todo el trabajo, como sucedía en el catecismo tridentino.
¿Usted vivía en Roma durante los años de la redacción?
No, vivía en Paraná y allá trabajaba. Entonces no se usaban las computadoras. Recuerdo una vez que hubo que copiar nueve veces un texto con el propósito de mejorar su redacción. También la necesidad de hacer un viaje de Paraná a Santiago de Chile para hacer llegar los escritos al cardenal Medina con quien formábamos un subgrupo.
En Roma, ¿cómo se procedía?
Nos reuníamos en el Vaticano. La Comisión de obispos y el Comité eran presididos por el cardenal Ratzinger quien era el responsable ante el Santo Padre. Era muy emocionante recibir al final de las reuniones en repetidas oportunidades al Santo Padre. En una ocasión lo visitamos en Castel Gandolfo. Durante las reuniones se creaba un clima de gravedad, de responsabilidad y de libertad. El cardenal Ratzinger después de escuchar con interés todo lo que se decía, hacía una síntesis clara y muy útil para los trabajos ulteriores.
¿En qué idioma se escribía?
Se eligió el francés como idioma común para los intercambios y en los encuentros aunque sin excluir el uso de otras lenguas. Y también en la redacción del proyecto. Para la edición típica se eligió el latín que es un idioma muy apto para expresar el misterio cristiano, modelada como latín eclesiástico en la gran tradición del Magisterio, de los santos y de los teólogos. La traducción al latín duró unos cinco años, si bien la presentación del Catecismo ya terminado y aprobado por el Santo Padre se hizo antes de tener la traducción en latín. Y fue entregado en la versión francesa, italiana y española en diciembre de 1992 en Roma a los representantes de toda la Iglesia, como un nuevo signo de catolicidad, en un acto solemne presidido por el mismo Juan Pablo II.
Se ha hablado de un tsunami de secularización y del Vaticano II como una brújula
El Concilio tuvo consecuencias en la función pastoral, en los códigos de derecho para la Iglesia en oriente y occidente, en la función sacerdotal, en los libros litúrgicos y el orden profético lo tuvo en el Catecismo. Sin dudas, como ya dijimos, el Catecismo fue un fruto profético del Concilio Vaticano II.
¿Algún particular que recuerde?
Recuerdo la alegría del cardenal Ratzinger cuando se terminó de realizar el mismo. En realidad la redacción del Catecismo fue también un ejercicio de fidelidad al amor de Dios que nos amó primero.
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