Tres heridas, infinitas y consecantes, que van indefectiblemente unidas a la vida humana
Leyendo el último −y de nuevo magnífico− libro de Josep María Esquirol, me topo de lleno con este poema de Miguel Hernández, apenas recordado de mis lecturas del Bachillerato:
Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.
Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.
Y siento estos versos como ecos muy cercanos de lo que acabamos de vivir intensamente en el Triduo Pascual y que sólo la intuición de un gran poeta es capaz de enmarcar.
Pertenece a su Cancionero y romancero de ausencias, obra que incluye poemas que Miguel Hernández escribió en un tiempo de desgracias: guerra, cárceles, condena a muerte, enfermedad… y sobre todo la ausencia de los suyos.
¡Qué fácil resulta extrapolar estos versos y estas desgracias al proceso sufrido por Jesús! Así podemos describir estos días pasados: tres heridas, infinitas y consecantes (así las describe Esquirol en su libro), que van indefectiblemente unidas a la vida humana. Tres palabras que forman la perenne trilogía de la vida humana, tal como glosa a continuación el poeta en el siguiente poema de su Cancionero, que se titula Escribí en el arenal:
Escribí en el arenal
los tres nombres de la vida:
vida, muerte, amor
Una ráfaga de mar,
tantas claras veces ida,
vino y nos borró.
No pretendo ni glosar ni comentar el poema, bien conocido por otra parte por lo mucho que lo han cantado grandes intérpretes (añado una de las versiones: la de Joan Baez). Sólo deseo asombrarme de hasta qué punto pueden llegar a encontrarse la intuición humana de Jesús y la intuición sobrenatural de un poeta que parece comprender mejor que nadie, y sin pretenderlo, la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.
Llegó con tres heridas… Llega Jesús a la vida con tres heridas: Amor, Muerte y Vida. Y las fue recorriendo despacio día a día: la Última Cena del Jueves Santo… Amor; con su Cruz en el Calvario hasta el final… Muerte; y en su gloriosa Resurrección… Vida.
Con tres heridas viene hoy a nuestras vidas: la de la Vida nueva que hemos recibido de Él… ¡Somos hijos de Dios para la Vida!; una vida en la que no dejaremos de asombrarnos de un Dios que es Amor; y vivimos sin embargo llamados a recorrer esta vida de un modo sólo limitado en el tiempo por la Muerte.
Con tres heridas yo… Sólo quedará al final la herida del Amor, un Amor que traspasa las heridas infinitas de la vida y de la muerte. Termina así, tanto el poema como la vida misma, igual que empezó: con un Amor infinito que nos hiere hasta dejar en el alma y en el mundo esa nostalgia de un Amor que se derrama en todas las cosas. ¿No comienza así San Juan de la Cruz su precioso Cántico Espiritual, hablando de esas heridas y de ese paso del Amor?
¿Adónde te escondiste,
amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido.
…
Mil gracias derramando,
pasó por estos sotos con presura,
y yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.
Siempre coinciden los auténticos poetas: Miguel Hernández… San Juan de la Cruz… y Dios.
Antonio Schlatter Navarro
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