La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al resplandor de la luz de Dios
Desde diversos frentes en el lenguaje que empleamos en Occidente, sea el idioma que sea, la palabra “igualdad” aparece con inusitada frecuencia y en la boca de diversas y variadas personas que, obviamente, no son iguales entre sí; y refiriéndose a realidades que, clara y notoriamente, no son iguales.
En estos días, una comisión de la Onu –algo bueno tendría que hacer- ha rechazado una vez más la terminología “diversidad de familias”, con la que se trataba de considerar legalmente iguales, dando el mismo nombre –Familia-, a la unión de un hombre y de una mujer, unión que está de por sí abierta a la vida; y a una vivencia en común de dos personas del mismo sexo, o transexos, que no puede dar vida a ningún hijo. O sea, se pretendía que dos realidades completamente diferentes fueran “iguales” por referirse a ellas con la misma palabra.
Una patente manipulación, no sólo del lenguaje sino también de la realidad, que va directamente en contra de la realidad, de la Verdad.
En algunos ambientes culturales, sociales, se pretende que la Iglesia acepte ese tipo de igualdad que va directamente en contra de la acción creadora de Dios, de la acción redentora de Cristo, de la acción santificadora del Espíritu Santo.
Benedicto XVI puso en guardia a la Iglesia sobre este peligro ya desde el mismo día del inicio de su pontificado:
“También hoy se dice a la Iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar de la historia y echen las redes, para conquistar a los hombres para el Evangelio, para Dios, para Cristo, para la vida verdadera (…) Los hombres vivimos alienados, en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de oscuridad, sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al resplandor de la luz de Dios” (Benedicto XVI, 24-4-2005).
En estos días un hecho penoso y lastimoso –y no es el primero- ha vuelto a poner al descubierto estas manipulaciones de la lgtbi para imponer la aceptación de esa “igualdad” en contra de la Verdad. Y lo lamentable es que lo que ha rechazado una comisión de la Onu, haya tenido entrada en un congreso de educación religiosa, organizado por católicos en los Estadios Unidos.
Entre los actos preparado para ese congreso, que se celebra en Los Ángeles, se han introducido sin más sesiones entorno a la enseñanza de la ideología de género en los colegios, y se ha aceptado sesiones de auténtica propaganda de la lgtbi, promovida por algún sacerdote y algún obispo. Algo semejante ya sucedió hace algo más de un año en un congreso sobre la familia en Dublín: con la aprobación de las autoridades competentes, a todos los niveles, se permitió una propaganda indigna de la lgtbi.
Al leer esas noticias, entre otras luces y sombras me han venido a la memoria estas palabras de Benedicto XVI en el discurso que no le dejaron leer en la romana universidad de La Sapienza.
“¿Qué tiene que decir el Papa en la universidad? Seguramente no debe tratar de imponer a otros de modo autoritario la Fe, que sólo puede ser donada en libertad. Más allá de su ministerio de Pastor en la Iglesia, y de acuerdo con este ministerio pastoral, tiene la misión de mantener despierta la sensibilidad por la Verdad; invitar una y otra vez a la razón a buscar la verdad, a buscar el bien, a buscar a Dios; y, en este camino, estimularla a descubrirlas útiles luces que han surgido a lo largo de la historia de la Fe cristiana y a percibir así a Jesucristo como la Luz que ilumina la historia y ayuda a encontrar el camino hacia el futuro” (17-I-2008).
En pocas palabras: buscar con ahínco y humildad, la Verdad; y no manipular la igualdad para ir en contra de la ley de Dios, de la Moral y de la Fe. Esta es la misión de la Iglesia, para dar un poco de Luz a este mundo que ya comienza a no ver en medio de la profunda oscuridad de su pensamiento que no abre horizontes a su acción, como ya señaló también Solzhenitsyn en su famoso discurso en Harvard, el 8 de junio de 1978.