El rector de la Universidad Francisco de Vitoria afirma que «hace mucho que vivimos en una sociedad postcristiana, pero no estoy seguro de que los cristianos asumamos qué significa esto y qué reto supone para nuestra fe».
Vince in bono malum, con esta certeza de vencer el mal con el bien la Universidad Francisco de Vitoria camina con su rector, Daniel Sada, a la cabeza desde 2003. Continuamos con él esta serie de entrevistas que iniciamos hace unas semanas para preguntarnos cómo hacer visible la fe en un mundo postsecular. Lo hacemos a partir de la pregunta sobre la presencia en los debates públicos de la propuesta de los intelectuales católicos y teniendo en cuenta que existe en España una potente red de colegios y universidades de inspiración cristiana donde se forman y estudian alumnos generación tras generación. La pregunta que surge espontánea es qué sucede para que no haya un juicio cristiano de la realidad en tantos de esos estudiantes.
Daniel Sada, doctor en derecho con una tesis sobre GK Chesterton y el distributismo, con amplia experiencia en la Administración pública y en la gestión en el ámbito universitario, tuvo la intuición, junto con los inspiradores de la Universidad Francisco de Vitoria, de que ese juicio no se podía hacer solo en la capilla o en la labor pastoral universitaria, sino que era necesario despertarlo en cada aula y a través de cada ciencia. Si el cristianismo es verdad, apuesta esta universidad a través de su Ideario y específicamente del Instituto Razón Abierta, tiene que tener que ver con las matemáticas, la medicina y el arte, debe haber una unidad del saber que ayude a ampliar los horizontes de la razón, como proponía el papa Benedicto XVI.
En la Carta a Diogneto, se afirma que los cristianos viven en medio de las ciudades participando activamente en ellas, pero trascendiéndolas. Nos encaminamos a una sociedad postsecular, pagana o directamente anticristiana, ¿cómo vivir como cristianos hoy?
Sabemos desde hace mucho que vivimos en una sociedad postcristiana, pero no estoy seguro de que los cristianos asumamos qué significa esto y qué reto supone para nuestra fe. Ciertamente hay ataques y realidades anticristianas que reclaman una defensa de la fe. Pero creo que nuestra principal amenaza en el Occidente desarrollado no es la de ser atacados, sino la de ser ignorados, y por tanto condenados a la irrelevancia cultural y evangelizadora en el mundo. Y creo que todavía con demasiada frecuencia nos movemos, erróneamente, más en el refugio y el intento de recuperación de lo que teníamos que en la asunción de la intemperie en la que somos llamados a vivir una fe renovada y desprovista de los abrigos que en otras épocas pudo haber.
Cuando en cualquier foro hablamos o estamos presentes a la defensiva, nunca conseguimos verdadera atención o relevancia, creo que no por falta de verdad sino por no saber qué o cómo decir al mundo de hoy lo que necesita oír. Podemos todavía aprender a escuchar de manera que captemos los anhelos profundos que están expresados en lenguaje secularista, y tratar de hablar a ese oído profundo de nuestros contemporáneos.
Este ser alma exige un compromiso, un encuentro. Tanto Benedicto XVI como Francisco nos han recordado que no se es cristiano por una cuestión ética sino por un acontecimiento. ¿Qué significa ese acontecimiento, el encuentro con Cristo?
O dejamos que la fe se exprese como lo que es, el encuentro personal con Alguien que nos cambia la vida, o se convierte en algo domesticado e inocuo. A pesar de las dudas y de ese ateo que todos llevamos dentro, lo que nos pide Cristo a los cristianos es que nos fiemos de lo que nos prometió, e intentemos vivir como nos enseñó, convencidos de que la felicidad nuestra y del mundo dependen de ello.
Tomemos en cuenta que compartimos las dudas y las preguntas que cualquier hombre o mujer tiene en la cabeza y el corazón cuando toma su vida en serio. Ese ateo interior es un insatisfecho, a veces con angustia; es un buscador incansable. Los cristianos necesitamos expresar mejor que el encuentro con Cristo ha conquistado o enamorado a ese buscador y ha saciado con creces el anhelo de sentido para vivir.
Y digo expresar mejor porque no siempre conseguimos hacerlo patente a los buscadores insatisfechos que nos miran con una mezcla de suficiencia, escepticismo e interés no fácil de descifrar. Me ilumina mucho una cita de Benedicto XVI: «“Venid y veréis”. Esta palabra que Jesús dirige a los dos discípulos en búsqueda, la dirige también a los hombres de hoy que están en búsqueda. Al final de año, pedimos al Señor que la Iglesia, a pesar de sus pobrezas, sea reconocida cada vez más como su morada. Le rogamos para que, en el camino hacía su casa, nos haga día a día más capaces de ver, de modo que podamos decir mejor, más y más convincentemente: Hemos encontrado a Aquél, al que todo el mundo espera, Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y verdadero hombre» (Benedicto XVI a Curia Romana. 21 dic 2012).
Es verdad que algunas ideas cristianas han sido esenciales en la configuración de muchos de nuestros ideales. Sin embargo, una vez que perdieron su vigencia formal o se han sustituido por otros o se han cambiado, ¿en qué medida esta pérdida se debe a cierta tibieza o debilidad de los cristianos?
Seguramente en mucha medida. Creo que ante la pérdida de la hegemonía cultural cristiana y el proceso de secularización tan avanzado en Occidente echamos con demasiada frecuencia la culpa a los que se han opuesto y todavía hoy se oponen a los valores cristianos; y nos fijamos menos en la pérdida de autenticidad y radicalidad en la fe de los cristianos y de nuestras instituciones católicas. Cuando la Iglesia nos convoca a la Nueva Evangelización y nos habla de «nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones de fe», en buena medida creo que se refiere a esto: más a la respuesta creativa y comprometida que espera de los cristianos el Señor que nos convoca que a contemplar lo que hacen los que se oponen a nuestros valores. Nos hace falta una mirada confiada en Quien ha creado el corazón del hombre y guía los caminos de la historia. De nuevo, Benedicto XVI: «Tenemos que preocuparnos de que el hombre no arrincone la cuestión de Dios, cuestión esencial de su existencia. Tenemos que preocuparnos de que acepte la cuestión y la nostalgia que en ella se esconde. Me vienen a la mente las palabras que Jesús cita del profeta Isaías, es decir, que el templo debería ser una casa de oración por todos los pueblos (Cf. Isaías 56, 7; Marcos 11, 17). Él pensaba en el llamado patio de los gentiles, que liberó de negocios externos para que se diera el espacio libre para los gentiles que allí querían rezar al único Dios, aunque no pudieran participar en el misterio, a cuyo servicio estaba reservado el interior del templo… Pienso que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de «patio de los gentiles», donde los hombres puedan de algún modo engancharse con Dios, sin conocerle y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio se encuentra la vida interior de la Iglesia» (Benedicto XVI a Curia Romana. 21 dic 2009).
Muchas veces tenemos posturas reactivas propias de lógicas dialécticas que tienden a caricaturizar las posiciones de la Iglesia. ¿Cómo estar presente en la vida pública de una forma no reactiva?
Creo que debemos desproveernos por igual de dos cosas: prejuicios y complejos. Los prejuicios nos distancian del acercamiento necesario a los que piensan o viven valores muy alejados a los nuestros. Y los complejos nos paralizan en ese ponernos en salida que nos pide el papa Francisco.
Yo diría que hoy más que nunca debemos buscar la frescura y volver a las raíces del Evangelio y confiar profundamente en que, a pesar de todo el mal que hay en el mundo, el corazón del hombre está bien hecho y tiene escrito a fuego un anhelo profundo de un Dios personal, que no es ajeno a la Historia, sino que se ha metido en ella para cambiarla definitivamente.
Quien estudia a fondo la historia, especialmente la del siglo XX, sabe que, a pesar de todos los vaivenes ideológicos y la fuerza con que se trató de imponerlos, al final la naturaleza humana con su huella imborrable de Dios termina imponiendo su humilde y testaruda realidad.
La Universidad está en continuo repensarse a sí misma desde sus orígenes. Parece que siempre necesita reinventarse y adaptarse a cada una de las épocas. Ahora bien, ¿cree que existe una vocación propia de la Universidad que sigue teniendo vigencia hoy?
La vocación sigue siendo la misma, y nos la recuerda Juan Pablo II en la Ex Corde Ecclesiae: «La ardiente búsqueda de la verdad y su transmisión desinteresada a los jóvenes y a todos aquellos que aprenden a razonar con rigor, para obrar con rectitud y para servir mejor a la sociedad». Lo cual no impide que en cada tiempo la Universidad actualice su forma de afrontar esa vocación, buscando las formas de encarnarla mejor y con más penetración en el mundo que está llamada a transformar. Si acaso, hoy es más urgente que nunca esta misión específica de la universidad en la cultura de la postverdad.
¿De qué forma contribuye hoy su universidad al desarrollo de esa vocación? ¿Cómo contribuyen a ese fin los Premios Razón Abierta?
Conectando con la pregunta anterior, una de las formas en que las universidades católicas debemos actualizarnos es preguntándonos a fondo por nuestra identidad católica. Una universidad no es católica por que tenga crucifijos en las aulas, una pastoral activa o asignaturas de humanidades y de teología en los currículos de las carreras. Todo esto es necesario y conveniente, pero donde más está en juego la «catolicidad» de nuestras universidades es en la forma en que usamos la razón en cada una de las ciencias particulares que impartimos e investigamos. Ninguna ciencia es antropológicamente neutra y siempre hay una cosmovisión subyacente. En este sentido Benedicto XVI insiste en la necesidad de afrontar nuestra docencia y nuestra investigación desde una razón abierta o ampliada, desde la que las ciencias particulares se abran a la filosofía y la teología y unas y otras trabajen para superar la fragmentación del saber, desde la que tanto se dificulta el alcance de la verdad. Esto supone repensar cada ciencia desde esta razón abierta. Y por muy largo que sea este camino, creo que es irrenunciable si no queremos terminar siendo instituciones irrelevantes e inocuas desde el punto de vista evangelizador.
Los Premios Razón Abierta son una de las iniciativas que hemos puesto en marcha en el intento de sumar con otras universidades en esta dirección: detectando y potenciando profesores e investigadores que en su docencia e investigación estén haciendo en acto ese diálogo entre las ciencias particulares y la filosofía y teología. Esta iniciativa nos permite apoyar e impulsar el diálogo que fomentamos entre nuestros profesores de humanidades y de las ciencias particulares, e ir consolidando lo que llamamos comunidades de repensamiento (que no es otra cosa que la síntesis de saberes entre la ciencia y las humanidades) en las diferentes áreas de conocimiento de nuestra universidad.
A veces confundimos esta alegría de la que nos habla Francisco en Evangelium Gaudium con un sentimiento o con un folclore. Sin embargo, es necesario que esa alegría tenga en cuenta la razón, esté alimentada por certezas. ¿En qué medida las universidades pueden contribuir a revitalizar la razón y su síntesis con la fe?
La mejor forma de tratar a la razón es usarla. Y usarla de una manera abierta, ampliada, capaz de mirar la realidad y buscar la verdad en el todo, no solo en el fragmento. La razón ampliada llega al corazón e integra y unifica todo el hombre, por eso produce alegría. En ese camino la síntesis con la fe no solo es posible, sino que se producirá como consecuencia del reclamo que el uso correcto de la razón produce.
Entrevista de Pablo Velasco, en eldebatedehoy.es
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