La libertad de expresión es un derecho, por supuesto, pero tiene límites
No hace mucho, a principios de febrero, Antonio Signore, alias Junior Cally, fue admitido al concurso de canciones de San Remo (el festival de música más importante de Italia) con el tema "No, gracias" (canción política). El chico, sin embargo, tenía detrás un repertorio con canciones de temas profundamente sexistas.
Oí comentarios como “Sólo son canciones, los auténticos problemas son otros" o "El arte es libre: nadie debe ser censurado".
Pero... ¿qué sentido tienen estas frases, cuando hablamos de un texto que alaba el feminicidio, sin medias palabras?
"¿Acaso no se puede representar el mal? ¿Qué pasa con las películas sobre asesinatos?", me respondieron.
Estas consideraciones me han ayudado a ordenar mis ideas.
No dispongo ahora del espacio que tuve en mi tesis, en la que abordé el tema de la narración y el poder de la representación, así que trataré de responder brevemente a tres preguntas.
Claro que sí, pero lo que no es irrelevante es cómo se habla del mal: de hecho, ahí radica todo.
El campo del entretenimiento, el cine, los libros e incluso las canciones, está lleno de historias en las que el mal existe. Por otro lado, es una realidad que forma parte de nuestro mundo; ¿cómo no estar dentro al mundo representado?
Basta pensar en los cuentos de hadas que leemos a los niños, desde pequeños. A mi hijo le encanta la historia de mamá cabra y los siete cabritillos, en la que un lobo intenta engañar a los pequeños, mientras su madre está haciendo la compra. Primero suaviza su voz con miel, luego frota harina blanca en sus zarpas, para convencer a los cabritillos de que se trata de su madre, y le abran la puerta. El lobo es tan listo y los cabritillos tan ingenuos, que al final abren y el lobo se los zampa, uno a uno.
Sólo el más pequeño de los siete logra esconderse y salvarse. Cuando vuelve la madre, le explica lo sucedido. Los dos consiguen extraer a los demás hermanos del vientre del lobo, que se había quedado dormido bajo un árbol.
En este cuento, que leo cada noche a mi hijo de tres años, el mal está ahí, pero no representado como bueno, ni como superior al bien.
Esta es la cuestión. Si Antonio Signore hubiese escrito un texto de denuncia contra el feminicidio, o contado la historia de una mujer que estuvo a punto de ser asesinada, y logró salvarse, dudo mucho de que se presentaran docenas de peticiones para excluirlo del concurso. Y pienso que no se habrían indignado las asociaciones que luchan para defender a las mujeres contra la violencia y los abusos. El cantante en cuestión, y cualquiera que se comporte como él, crean escándalo, porque no sólo no reflejan la superioridad del bien sobre el mal (necesidad antropológica), sino que describen el mal como si fuese un bien, subvirtiendo los valores reales.
Y, además, entra la duda de que Antonio Signore trata así temas tan delicados para conseguir visibilidad. Se divierte “escandalizando”, sin arriesgar nada por su parte. ¿Haría lo mismo en una sociedad o cultura que, respetando tanto la libertad sexual de las mujeres, reaccionase violentamente ante estos “valientes” artistas?
La libertad de expresión es un derecho, por supuesto, pero tiene límites. En una sociedad basada en el respeto recíproco, no está permitido ofender y denigrar en nombre de la libertad.
El respeto por los demás es un valor superior a la libertad absoluta del individuo. Si no, en nombre de la libertad se podría justificar realmente todo, incluso las acciones más reprobables.
Pero si un cantante se ríe y se burla de la violencia que muchas mujeres experimentan en la vida real, esto no es auténtica libertad, esto no es arte, es violencia despachada por un supuesto arte.
Y si se permite en nombre de una libertad de expresión injusta, se transforma en tiránica, porque no tiene en cuenta los sufrimientos ni los sentimientos de los demás.
Recordamos, además, que el arte tiene una responsabilidad: tiene el poder de educar o de confundir. Los antiguos lo entendieron ya. Pensemos en los griegos, para quienes el teatro era un contexto de gran importancia pedagógica. Los mensajes que se transmitían eran examinados cuidadosamente: si se consideraba que no eran conformes a los valores de la ciudad, no podían ser representados, porque podían corromper a los jóvenes. Se preocupaban de los jóvenes, sobre todo, porque aún no están completamente formados, porque son más frágiles, pues se encuentran en busca de un significado y de respuestas. Todavía están en esa delicada fase de la “auto-construcción”.
Este concepto, notorio hace más de dos mil años, incluso antes de la venida de Cristo y del nacimiento de la Iglesia (la que, a menudo, es considerada falsamente como el origen y la culpable de toda censura), ¿no puede ser tomado en cuenta por los organizadores de un festival visto por 10 millones de espectadores, en una red pública como la RAI?
No hay duda de que el mundo está lleno de problemas sin resolver. Y, por supuesto, la violencia contra las mujeres debe combatirse a todos los niveles, no sólo en el ámbito de la música (hay que empezar por la educación familiar, por acciones políticas creíbles, planes de formación específicos en los colegios o en la Iglesia), y pido perdón por mi radicalismo: necesitamos sinergia. Es necesario ser coherentes con este objetivo, pidiendo también al arte que se ponga a favor de esta buena causa.
No se debe permitir a Junior Cally que reme contra el enorme trabajo que está tratando de hacer la sociedad.
El texto ofensivo se completa con un vídeo, que no tuve valor ni deseo de ver: es suficiente leer el texto escrito, que ha tenido más de cinco millones de visitas en Youtube.
¿A quiénes ha llegado? ¿A gente emocionalmente estable? ¿O a gente frágil? ¿Personas que se esfuerzan por autocontrolarse? Y, sobre todo, ¿qué necesidad hay de hacer apología de la violencia? Los asesinatos pueden no aumentar, pero ¿aumentará el sentido del respeto debido a cada persona y a cada mujer? ¿Hará el bien? ¿Hará pensar positivamente? Si las respuestas a estas preguntas son “no”, ¿por qué Signore consigue millones de visitas (y por lo tanto millones de euros), explotando dramas que afectan a tantas mujeres en todo el mundo? ¿Por qué este caballero tiene que ser invitado a subir al escenario del teatro Ariston −un escaparate muy codiciado por los cantantes de Italia− y hacer publicidad de su "música"?
Claro que, en una época en la que los vídeos que hablan de la familia natural son censurados, y quienes ensalzan la violencia pueden cantar sin problemas y lograr millones de visitas, hace falta valor para decir que no todo está permitido.
Hace falta valor, pero está en juego el futuro de los jóvenes. Y, para los que miran más al bolsillo, también nuestro dinero, que a través del canon de la RAI va a parar al de aquellos que permiten todo esto.
No se puede permanecer en silencio cuando una televisión pública, y los gestores de YouTube, ignoran deliberadamente que existe un bien que debemos defender a todos los niveles, únicamente porque el trapper en cuestión “da dinero”, explotando la fragilidad de las personas que buscan modelos fuertes con los que identificarse (vid., sobre esto: Música Trap: por qué gusta tanto a los jóvenes).
Nos comprometemos a seguir denunciando estas incoherencias, a mantener un corazón caritativo, con la esperanza de que, antes o después, el sentido común prevalezca sobre los intereses económicos.
Cecilia Galatolo, en familyandmedia.eu/es
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