Francisco comienza hoy el que probablemente sea el viaje de mayor peligro que ha realizado nunca un pontífice
Su visita a Irak es un gesto de extraordinaria valentía con el que pretende, sobre todo, insuflar algo de esperanza y trasladar su apoyo a la población cristiana en la región del mundo donde mayor persecución sufre en las últimas décadas.
Cuenta este país árabe con algunas de las comunidades seguidoras de ritos cristianos más antiguas del planeta. A principios de este milenio, sumaban un millón y medio de fieles el 6% de la población total iraquí-. Pero el asedio sufrido primero por Al Qaeda y después por el Estado Islámico, incluidas atroces matanzas, ha hecho que hoy apenas permanezcan en esta nación, cuna de la humanidad, una quinta parte de esos cristianos.
El Papa trata de frenar este éxodo cristiano que, de forma dramática, se ha acelerado en todo Oriente Próximo, tanto por la devastación que está causando el terrorismo de naturaleza islamista como porque en algunos países son sus propios regímenes los que impulsan o toleran una verdadera limpieza étnica y religiosa.
Ha dejado claro el Vaticano, eso sí, que este viaje persigue también profundizar en el diálogo interreligioso, instrumento defendido por el Papa justamente para tratar de acabar con el fanatismo islamista que alimenta la barbarie del terror. Se han programado varios actos en este sentido a lo largo del viaje de tres días que habrá de llevar a Francisco a Bagdad y a diferentes lugares en el norte y el sur del país, aunque el programa podría sufrir modificaciones tanto por las restricciones de la pandemia como por las alertas que tienen en vilo a los servicios de seguridad.
Las protestas en Irak no han cesado desde que se anunció el viaje apostólico. Y los choques entre milicias chiíes y las tropas locales e internacionales que tratan de mantener la estabilidad en un país que se libró del yugo del Estado Islámico en 2017 se han incrementado, lo que confirma lo sumamente arriesgada que es esta visita.