Al inicio de la Cuaresma, Mons. Ocáriz nos invita a buscar la identificación con Cristo por la vía de la pobreza que sugiere el ayuno
Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Hemos comenzado la Cuaresma, preparación de la Semana Santa, que nos recuerda los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto. Con su ayuno y con la experiencia de las tentaciones, el Señor nos muestra que solo Dios basta. Las prácticas cuaresmales del ayuno, la limosna y la oración nos ayudan a introducirnos de nuevo en esa realidad.
A través del ayuno buscamos identificarnos con Cristo por la vía de la pobreza: como «experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento» (Francisco, mensaje para la Cuaresma 2021).
Como sabemos, la belleza de la virtud de la pobreza no está principalmente en la renuncia a los bienes creados, sino en renunciar al desorden que experimenta la persona cuando esos bienes no están integrados en el horizonte de Dios. La pobreza proclama y recuerda la bondad originaria de la creación y de las cosas materiales, mientras afirma el desapego de ellas como «una manifestación de que el corazón no se satisface con las cosas creadas, sino que aspira al Creador» (Conversaciones, n. 110).
Esta Cuaresma puede ser tiempo oportuno para ilusionarnos de nuevo con este desafío: examinar nuestro corazón para descubrir de qué manera las cosas materiales de las que disponemos contribuyen a llevar adelante la misión que Dios nos ha confiado. Podremos, entonces, desprendernos más fácilmente de las que no lo hacen y caminar ligeros como el Señor, que no tenía «dónde reclinar la cabeza» (Lc 9,58). Con la pobreza, aprenderemos a apreciar las cosas del mundo en cuanto vemos en ellas su valor como camino de unión con Él y de servicio a los demás, sabiendo renunciar con alegría a las que, hoy y ahora, no son parte de ese camino.