Para servir a los hombres y mujeres, debemos tratarlos respetando y recordando su dignidad
Como si no tuviéramos suficientes problemas con la pandemia y sus múltiples consecuencias, hemos sido testigos de la retirada de la Cruz del Llanito de la Descalzas de Aguilar de la Frontera. ¿Un acto de autoridad, o de autoritarismo?
Este lamentable suceso nos puede ayudar a reflexionar sobre el sentido de la autoridad. Somos sociales, el hombre necesita de los demás, pero la convivencia no es fácil. Cuando entran en conflicto diversos intereses es muy conveniente el recurso a una legítima autoridad: alguien que sirva a los demás garantizando la justicia y el orden, que proteja al desvalido y vele por los derechos de todos. Que sea punto de referencia, norte.
En la antigua Roma se concebía el poder como imperio, potestad y autoridad. No se trata de profundizar en el derecho romano, pero el imperio y la potestad eran ejercidos por el poder político, capaz de respaldar sus decisiones por la fuerza y la coacción. En cambio, la autoridad tiene una fuerza moral que dimana del prestigio reconocido de una persona. Pienso que esta cualidad debería adornarnos a todos, y más a los que tienen la misión de gobierno, de cuidar sirviendo a los demás.
Auctoritas procede del verbo augere: aumentar, completar, auxiliar, apoyar; en cambio potestas tiene la connotación de poder, dominio, señorío, y puede derivar en poder despótico o despotismo. No todos tienen el poder, pero sí que todos podemos auxiliar, apoyar, completar y hacer crecer a los demás con nuestra autoridad moral.
En el caso de Aguilar sabemos cómo actuó la regidora del Ayuntamiento y dónde acabó la Cruz −preciado símbolo de los cristianos−. El párroco del lugar, en cambio, decía: “Lamento no haber tenido la opción de custodiar nuestro símbolo, del mismo modo que expreso el dolor de las Madres Carmelitas y nuestra comunidad parroquial que habrían custodiado la Cruz y encontrado otro emplazamiento privado para ella y ensalzar así su profundo significado para los cristianos. Así, he tratado de manifestarlo a nuestras autoridades, con las que mantengo buena relación, con el deseo de que hechos de este tipo no vuelvan a producirse”. Tenemos aquí un ejemplo de autoridad moral.
Leemos en el Evangelio: “En la ciudad de Cafarnaún, el sábado entró Jesús en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas… ¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen”. El pueblo ve en Jesús autenticidad, coherencia, todos sus poros transpiran bondad, verdad, belleza y la grandeza de Dios. Tiene el atractivo del que, con su autoridad, aumenta, auxilia, robustece, amplia, completa, suma, apoya, da plenitud, como significa del verbo augere.
Pero, además de la autenticidad y la coherencia, la autoridad necesita la verdad: “La autoridad no saca de sí misma su legitimidad moral. No debe comportarse de manera despótica, sino actuar para el bien común como una “fuerza moral, que se basa en la libertad y en la conciencia de la tarea y obligaciones que ha recibido (Gaudium et spes)”. Nadie puede actuar al margen de las normas morales y éticas. Si quiere servir al hombre debe respetar su ser, su naturaleza, sus leyes innatas. Un ejemplo nos puede iluminar: no se hace ningún favor a un pez lanzándolo por las alturas: está hecho para nadar y no para volar.
Para servir bien a los hombres y mujeres, debemos tratarlos respetando y recordando su dignidad y grandeza: tiene cuerpo, sentimientos y espíritu y ninguno de estos componentes puede ser ofendido. Unos buenos padres, educadores o gobernantes deben velar para que los que dependen de ellos crezcan en todas las facetas que lo integran, sean realmente humanos y no se dejen llevar por lo cómodo, las modas o por sus egoísmos.
También potenciarán el espíritu con una formación integral religiosa, moral y humanística. Procuremos esta autoridad moral para servir mejor a los cercanos y lejanos. Seamos coherentes con nuestros principios, busquemos la verdad y no las componendas. Antes de corregir o criticar a los demás examinemos cómo nos comportamos nosotros. No renunciemos a los grandes ideales que han engrandecido nuestro pueblo. Busquemos siempre el bien y la belleza. Miremos hacia arriba, sigamos el ejemplo de los virtuosos y crecerá nuestra auctoritas.