"El amor no obra con rudeza, no actúa de modo descortés, no es duro en el trato"
Conversando con mi buen amigo Rafael han salido a colación los artículos, y me ha preguntado de qué iba el próximo −este−. Le comenté que quería escribir sobre las buenas maneras, sobre el respeto mutuo en el hogar. Con su sabiduría popular me decía que ahora se habían perdido y, haciendo referencia a su familia, comentaba que últimamente en su casa, desde que los hijos tenían sus encargos, iba mejor: asumiendo sus responsabilidades se daban cuenta de lo que cuestan las cosas y las valoraban más. Buena lección.
Damos por supuestas muchas cosas, vamos a lo nuestro y nos puede faltar la comunicación, el caer en el valor que tienen muchos pequeños detalles, del sacrificio escondido que supone sacar adelante un hogar, un trabajo. Tampoco ayudan las prisas, los automatismos, y menos aún las faltas de educación o las actitudes groseras que se nos van pegando como el polvo del camino.
Otro amigo, Fernando, me decía que varios conocidos suyos se habían hecho con un perrito: así, al menos, había alguien que les esperaba y se alegraba cuando llegaban cansados a casa. Los demás suelen andar encerrados en sus cuartos o enganchados a sus aparatos.
Por contraste llama la atención el calor y la delicadeza de esta entrañable escena del Evangelio: “Al día siguiente estaban allí de nuevo Juan y dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: “Éste es el Cordero de Dios”. Los dos discípulos, al oírle hablar así, siguieron a Jesús. Se volvió Jesús y, viendo que le seguían, les preguntó: “¿Qué buscáis?” Ellos le dijeron: “Rabbí −que significa Maestro−, ¿dónde vives?” Les respondió: “Venid y veréis”. Fueron y vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima”.
El Bautista presenta a Juan y Andrés al Mesías, lo hace con delicadeza, sin forzar: ahí le tenéis, vosotros veréis. Estos le siguen, pero sin atosigar, con respeto, guardando las distancias. Y Jesús intuye su curiosidad, su interés y les invita a pasar el día con Él. Quedaron tan impactados de ese gozoso encuentro, que unos sesenta años después, cuando Juan lo relata en su Evangelio, recuerda que eran las cuatro de la tarde. Ambos comentarán a sus respectivos hermanos la impronta de esta entrevista y Pedro y Santiago se incorporarán al número de los Apóstoles. Así, en un clima de delicadeza, de libertad y respeto, amigable, va rodeándose Jesús de los suyos.
Donde se bebe en la fuente del Amor, donde está Dios hay respeto, delicadeza, educación, buenos modos. No cabe la violencia, la fuerza, la opresión ni el dominio que son fruto del desamor.
Dice Amoris laetitia: “el amor no obra con rudeza, no actúa de modo descortés, no es duro en el trato. Sus modos, sus palabras, sus gestos, son agradables y no ásperos ni rígidos. Detesta hacer sufrir a los demás. La cortesía es una escuela de sensibilidad y desinterés, que exige a la persona cultivar su mente y sus sentidos, aprender a sentir, hablar y, en ciertos momentos, a callar. Ser amable no es un estilo que un cristiano puede elegir o rechazar.
Como parte de las exigencias irrenunciables del amor, “todo ser humano está obligado a ser afable con los que lo rodean”. Cada día, “entrar en la vida del otro, incluso cuando forma parte de nuestra vida, pide la delicadeza de una actitud no invasora, que renueve la confianza y el respeto […] El amor, cuando es más íntimo y profundo, tanto más exige el respeto de la libertad y la capacidad de esperar que el otro abra la puerta de su corazón”.
Esto nos lleva a tener en cuenta al otro: esposo/a, hijo/a, amigo/a. Respetar su modo de ser, su intimidad, también los esposos −por muy enamorados que estén− deben pedirse las cosas por favor, con delicadeza y buenos modos. No hay nada que hiera más el amor conyugal que la mala educación, las faltas de respeto, las forzadas invasiones a su intimidad y sentimientos. Debemos acercarnos al otro con suavidad, con tiento, como decía el poeta: “posando apenas los pies" (Amado Nervo)..
Seguía diciendo el Papa: “No importa si es un estorbo para mí, si altera mis planes, si me molesta con su modo de ser o con sus ideas, si no es todo lo que yo esperaba. El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte de este mundo, también cuando actúa de un modo diferente a lo que yo desearía”. Seguro que esta sabia enseñanza nos hará más felices.