Artículo publicado en L'Osservatore Romano el 9 de enero de 2021, en el que el mensaje de san Josemaría sobre la santificación de la vida cotidiana se relaciona con "Carros de fuego", la película ganadora del Óscar
El 40 aniversario del estreno en salas de Carros de fuego, dirigida por Hugh Hudson, que sorprendentemente ganó cuatro premios Óscar, incluyendo uno por "Mejor Película", es una excelente oportunidad para verla de nuevo y disfrutarla, quizás con toda la familia.
La historia (verdadera) es más que conocida, y convenció al gran productor David Puttnam (Misión, Gritos de silencio, Memphis Belle, La guerra de los botones) de inmediato: un grupo de atletas británicos liderados por el inglés (de origen judío) Harold Abrahams y el escocés Eric Liddell se reúne a principios de los años 20 y logra triunfar en los Juegos Olímpicos de París de 1924, no sin que los jóvenes estudiantes tengan que superar difíciles obstáculos internos y externos. En primer lugar, el racismo latente de aquellos años, que afecta a Abrahams y a su carácter introvertido (un tema que se aborda sin ceder a la corrección política simplista tan en boga hoy en día); después, la insistencia de la familia misionera, que querría que Liddell se fuera como misionero a China sin “perder el tiempo” con el atletismo.
Uno de los puntos centrales de la película es la fe (“la fe puede compararse con una especie de carrera”, dice Liddell, citando a san Pablo), y en particular la forma de vivirla de forma natural en la vida cotidiana.
En la difícil elección entre entrenar para las Olimpiadas o abandonar todo por la misión, Liddell le dice a su hermana: “Jenny, creo que Dios me creó con un propósito, pero también me hizo rápido. Y cuando corro me siento en paz con Él”. Esta frase se hace eco de otra mencionada unos minutos antes: “Puedes glorificar a Dios pelando una patata, siempre que la peles perfectamente”.
Y aquí hay una pequeña sorpresa. Una de las frases más evocadoras con las que el fundador del Opus Dei, san Josemaría Escrivá de Balaguer −cuyo aniversario de nacimiento celebramos hoy−, explicó en qué consiste la santificación en la vida cotidiana dice así: Me escribes en la cocina, junto al fogón. Está comenzando la tarde. Hace frío. A tu lado, tu hermana pequeña −la última que ha descubierto la locura divina de vivir a fondo su vocación cristiana− pela patatas. Aparentemente −piensas− su labor es igual que antes. Sin embargo, ¡hay tanta diferencia! −Es verdad: antes “sólo” pelaba patatas; ahora, se está santificando pelando patatas. (Surco, 498).
Es verdaderamente singular que en ambos casos se utilice la imagen de la patata, pero quizás no resulte tan extraño, si se piensa en la simplicidad de la patata como alimento y en la simplicidad de la propuesta de “santificar la vida diaria, el trabajo de cada día”. Simplicidad a nivel de formulación teórica, por supuesto: porque uno de los innumerables méritos de la película es que no pinta a los personajes y situaciones en blanco y negro. Prefiero no decir nada más sobre la historia, para mantener vivo el sabor del descubrimiento para aquellos que aún no la conocen. La película transmite muchas ideas, el crecimiento de los personajes está magníficamente descrito, y la famosa música original de Vangelis une magistralmente cada escena, convirtiéndola en un clásico.
Todos los entrenadores amantes del cine han citado en alguna ocasión Carros de fuego. Muchos profesores lo han usado en sus clases, deportistas se han inspirado en la película a lo largo de los años... Y casi todos ellos, cuando las luces volvieron a encenderse en el auditorio, encontraron que el público tenía ojos brillantes, un fenómeno que Tolkien habría llamado “eucatástrofe”. Y lo mismo puede ocurrirnos a todos nosotros, cuando nos encontramos con una obra de arte fascinante, que es como un viejo amigo que nunca decepciona.