El Evangelio de Mateo cuenta que «unos Magos llegaron de Oriente» y adoraron al niño Jesús en Belén, pero ¿qué pasó con ellos después?
Ya vienen los Reyes y, aunque el coronavirus marcará o directamente impedirá la celebración de cabalgatas este año, la ilusión está en el aire. Pero, ¿quiénes fueron −o habría que decir mejor que son− esos misteriosos personajes?
Aunque la especulación ha sido abundante a lo largo de la historia, la única fuente «oficial» y originaria al respecto está en San Mateo, el único evangelista que habla de aquellos «Magos llegados de Oriente». El apóstol cuenta que aquellos individuos −no se dice nada de que fueran tres− arribaron a Jerusalén preguntando al rey Herodes por «el Rey de los Judíos que ha nacido». Y es que habían visto «su estrella en el Oriente» y habían venido a adorarlo.
Herodes, ese lobo con piel de cordero, les dijo a los Magos −no se dice nada de que fueran reyes− que se adelantaran y que, cuando encontraran al niño, se lo hicieran saber para que él también pudiera ir a hincar la rodilla. No obstante, según cuenta Mateo, ellos «después de recibir en sueños aviso de no volver a Herodes, regresaron a su país por otro camino».
Lo que sí hicieron fue efectivamente llegarse hasta el portal de Belén. Para ello les ayudó el hecho de que «la estrella que habían visto en el Oriente se colocó delante de ellos, hasta pararse sobre el sitio donde estaba el niño». Una vez allí, adoraron a Jesús «y le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra».
De la historia al mito
Poquito más dice el Evangelio al respecto y menos todavía sabemos sobre lo que pasó después con los Magos. A partir de ahí, la historia se convirtió en leyenda y la leyenda, en mito.
Lo que dice esa tradición −siempre con el veteasaber en la cabeza− es que el apóstol Tomás encontró a los Magos en el reino de Saba, que los bautizó y que los consagró obispos. Sin embargo, los Magos murieron mártires en torno al año 70 y fueron enterrados en el mismo sarcófago. Sus reliquias fueron halladas en el año 300 por Santa Elena, la madre del emperador Constantino, que las trasladó a Constantinopla.
Precisamente en la actual Estambul estaba otro emperador, Federico ‘Barbarroja’ Hohenstaufen, cuando fue a verle San Eustorgio, obispo de Milán. Federicó le entregó las reliquias de los Magos y allá que se las llevó el obispo para Italia.
Pero las conflictivas relaciones de Barbarroja con el Papa le condujeron a saquear Milán y a traerse de vuelta los sarcófagos, que finalmente acabaron en manos de Reinaldo de Dassel, obispo de Colonia. Menudo tute para los pobres Magos.
Felizmente el trasiego terminó en 1164 y desde entonces Colonia se convirtió en uno de los destinos estrella para los peregrinos europeos. Alrededor de los restos de los Magos se construyó la catedral de Colonia, una joya del gótico alemán, y el relicario que los alberga.
El relicario
En el mencionado relicario, situado tras el altar mayor de la catedral, se guardan, siempre según la tradición, los huesos de los Magos. Así lo apuntó un testigo ocular que elaboró un informe cuando el arca se abrió el 20 de julio de 1864. El documento señala que los restos óseos están guardados junto a monedas acuñadas por Federico Barbarroja y describe el interior: «En un compartimiento especial del relicario que ahora se ve −junto con lo que queda de antiguas, viejas y podridas vendas, probablemente de biso, y con restos de resinas aromáticas y sustancias semejantes− numerosos huesos de tres personas, que bajo la guía de varios expertos presentes se podrían reunir en cuerpos casi completos: uno en su juventud temprana, el segundo en su virilidad temprana, el tercero más bien envejecido».
Desde el punto de vista artístico, el relicario está construido en torno a tres sarcófagos de algo más de un metro de largo. La estructura está enteramente dorada y cubierta de cientos de piedras preciosas. Además, está decorado por escenas de la vida de Cristo y por figuras de los profetas y los apóstoles.