No seamos ingenuos y peleemos nuestras metas e ilusiones. Pero siendo realistas
Cuando estrenamos móvil hay que someterse a todo un ritual iniciático. Cargar la batería, conectar con una wifi, elegir el idioma, las unidades… Comenzamos un nuevo año, y al igual que para el móvil, debemos buscar unas buenas coordenadas que nos ayuden a sacar el mejor rendimiento a este tiempo añadido.
Conversando con un grupo de jóvenes ,y por ello inconformistas, me decían que eso de comenzar el año con las campanadas y las uvas está muy trasnochado. Decidimos ser más originales, y nos pareció más actual hacerlo con una misa. Como queremos que sea un buen año queremos apuntar alto, cargar bien las pilas, acudir a la mejor fuente de energía.
Un buen principio puede ser el de huir de la vulgaridad, que sea un año diferente. Por ejemplo, que el compás no lo marque el covid-19, que sean mis ilusiones, mis tareas y proyectos quienes dirijan mi vida. Ahora es un buen momento para soñar en metas grandes: es la oportunidad para llenar todos los días de amor y cariño hacia los míos; para ver cómo puedo servir a los demás con mi trabajo; cómo puedo influir en la buena marcha de mi país.
Leemos en el Evangelio: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por él, y sin él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Podemos estar atentos a esta Palabra que nos indica cuál es el principio de la vida, dónde está la luz. Esta es una postura realista, concreta. Enfocar el año desde la fe, dar cabida a lo que creemos. Ser coherentes y dejar que la escucha atenta de la Palabra y el alimento de la Eucaristía influyan en mi día a día.
También podemos elegir vivir en modo real o ideológico. El primero es el que busca solucionar los problemas que afectan a la vida ordinaria, el otro sólo busca los intereses de partido −léase la oportunidad de la ley de la eutanasia−. Gastemos nuestras energías en buscar el bien común. Pisemos tierra, entendamos qué y cómo es el hombre y procuremos su dignidad y grandeza. No vayamos contra la naturaleza, más bien aprendamos sus leyes, su grandeza y no rebajemos a las personas a simples androides o robots manipulados al antojo de las ideologías.
Otra pauta útil para la buena marcha sería hacer balance del año anterior y procurar no caer en los mismos errores. Aprender de nuestros fallos, analizarlos y sacar experiencia. Si nos ayudan a rectificar, pueden ser valiosos. Pero no busquemos culpables externos, sencillamente veamos qué más podemos hacer. No caigamos en el conformismo, en la desesperanza. Cuando una puerta se cierra, otra se abre.
No seamos ingenuos y peleemos nuestras metas e ilusiones. Pero siendo realistas: si hago lo mismo, si no cambio de táctica, si no pongo otros medios, el resultado será el mismo. El mero cambio de hojas del almanaque no arregla nada. “El Año nuevo vida nueva” es consuelo de ingenuos. San Josemaría lo transformó en: “Año nuevo, lucha nueva”, y añadía: “El tiempo es un tesoro que se va, que se escapa, que discurre por nuestras manos como el agua por las peñas altas. Ayer pasó, y el hoy está pasando. Mañana será pronto otro ayer. La duración de una vida es muy corta. Pero, ¡cuánto puede realizarse en este pequeño espacio, por amor de Dios!”
Nos quedaremos asombrados del bien que podemos hacer durante esta añada, de los entuertos que corregiremos, de los objetivos que lograremos. De lo que maduraremos. Pero comencemos ya, no lo dejemos para mañana. ¡Y apuntemos bien!
Acertemos en las coordenadas, la más importante la proporciona la continuación del texto evangélico citado: “Pero a cuantos le recibieron les dio la potestad de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, que no han nacido de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni del querer del hombre, sino de Dios”. No olvidemos lo que somos.