En lo externo, esta Nochebuena se parecerá más a la original; ojalá lo haga también en su espíritu
Esta Nochebuena va a ser muy mala para muchas personas. La primera Navidad sin alguien querido siempre es durísima y son muchas decenas de miles las personas queridas que no estarán este año más que en la memoria de sus familias. A lo que hay que sumar las reuniones reducidas e incluso las cenas solitarias, que abundarán por unas causas u otras, siempre tristes. A lo que hay que añadir, encima, las situaciones económicas complicadas. A lo que hay que sumar, además, las incertidumbres económicas, políticas y, nuevamente, sanitarias, como una serpiente que se muerde la cola.
Frente a ello tenemos que recordar que la Navidad original, la que celebramos con tanta felicidad, no fue precisamente un apogeo epicúreo. María y José estaban lejos de su casa y bastante aislados. María echaría de menos y cuánto a sus padres san Joaquín y santa Ana, e incluso a su prima santa Isabel, que no pudo devolverle la visita de cortesía, y a las amigas íntimas de Nazaret. También pasaron angustias y estrecheces materiales, sin hospedería siquiera. Celebraron el acontecimiento con unos completos e inesperados extraños que fueron arrimándose al pesebre. Mucho más tarde llegaron los Magos (ay, los intelectuales y su manejo de los tiempos y su capacidad para perderse, como relataba Evelyn Waugh), con sus regalos ciertamente extravagantes y algunos hasta de pésimo gusto.
Esos fueron, a bastos trazos, los datos de la realidad. Sin embargo, no nos cabe duda de que fue uno de los momentos más felices de la historia de la Humanidad. Y eso que allí no sabían −como sabemos ahora nosotros− la gran salvación en todos los órdenes que ese Niño traía al mundo. La presentían, claro; y tenían su formación teológica en las grandes profecías de Israel y los indicios milagrosos que rodeaban a la humilde escena. Pero era humilde. La esperanza era otra estrella de Belén en todos los corazones de los presentes.
Muchos hogares españoles este año serán portales de Belén vivientes. En su inicial desamparo, en su soledad, en su necesidad perentoria de fe, en sus inseguridades y miedos para el futuro. Si se los abren a María y a José, ¡qué bien les van a entender ellos! Y cómo les ayudarán a que nazca esta noche en sus corazones (prophetia salutis) la luz del mundo del Niño Jesús, que nos hace tanta falta como siempre y más que nunca. Tenemos por delante una de las Nochebuenas más importantes de nuestra vida.