El Santo Padre, en su catequesis de este miércoles, ofrece algunos puntos de reflexión en preparación a la celebración de la Navidad. También ha invitado a contemplar el pesebre y seguir el camino de la ternura que nos muestra Jesús
Queridos hermanos y hermanas:
Con la celebración de la Navidad a las puertas, quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones que ayuden a vivir mejor el nacimiento del Señor. Como los pastores, obedientes al anuncio del ángel, vayamos espiritualmente también nosotros a Belén, donde en la pobreza de una gruta, María dio a luz al Salvador del mundo.
La Navidad es, hoy en día, una fiesta universal; aun los que no tienen fe perciben su encanto. Para nosotros los cristianos es el acontecimiento decisivo, que no puede ser confundido con lo que es banal y efímero. No se trata de una fiesta sentimental, consumista, llena de regalos, pero vacía de fe. Es necesario que dejemos de lado una mentalidad mundana, incapaz de entender que la verdad fundamental de nuestra fe es el misterio de Dios que se hizo hombre, en todo igual a nosotros, menos en el pecado.
Esta fiesta nos invita a contemplar, por una parte, el drama del mundo, en el que el hombre herido por el pecado busca misericordia y salvación, y por otra parte, la bondad de Dios que vino a su encuentro, para hacerlo participar de su bondad y de su vida. En este tiempo de sufrimiento y de incerteza a causa de la pandemia, la presencia de Dios en el niño recién nacido en Belén, indefenso, humilde y pobre, nos libra del sentido de fracaso, de impotencia y de pesimismo que llevamos dentro, y nos descubre el verdadero significado de la existencia humana y de la historia, porque Jesús se revela como luz que disipa las tinieblas y nos abre el horizonte de la alegría y de la esperanza.
En esta catequesis, previa a la Navidad, quisiera ofrecer algunos puntos de reflexión como preparación a la celebración de la Navidad. En la Liturgia de Nochebuena resonará el anuncio del ángel a los pastores: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,10-12).
Imitando a los pastores, también nosotros nos movemos espiritualmente hacia Belén, donde María ha dado a luz al Niño en un establo, «porque −dice San Lucas− no había sitio para ellos en la posada» (2,7). La Navidad se ha convertido en una fiesta universal, e incluso quien no cree percibe la fascinación de esta festividad. El cristiano, sin embargo, sabe que la Navidad es un acontecimiento decisivo, un fuego perenne que Dios ha encendido en el mundo, y no puede ser confundido con las cosas efímeras. Es importante que no se reduzca a fiesta solamente sentimental o consumista. El domingo pasado llamé la atención sobre este problema, subrayando que el consumismo nos ha secuestrado la Navidad. No: la Navidad no debe reducirse a fiesta solamente sentimental o consumista, llena de regalos y de felicitaciones pero pobre en fe cristiana y también pobre en humanidad. Por tanto, es necesario frenar una cierta mentalidad mundana, incapaz de captar el núcleo incandescente de nuestra fe, que es este: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). Y ese es el núcleo de la Navidad, es más: es la verdad de la Navidad; no hay otra.
La Navidad nos invita a reflexionar, por una parte, sobre lo dramático de la historia, en la que los hombres, heridos por el pecado, van incesantemente a la búsqueda de verdad, a la búsqueda de misericordia, a la búsqueda de redención; y, por otro lado, sobre la bondad de Dios, que ha venido a nuestro encuentro para comunicarnos la Verdad que salva y hacernos partícipes de su amistad y de su vida. Y es don de gracia: esto es pura gracia, sin mérito nuestro. Hay un Santo Padre que dice: “Mirad de este lado, del otro, por allí: buscad el mérito y no encontraréis otra cosa que gracia”. Todo es gracia, un don de gracia. Y este don de gracia lo recibimos a través de la sencillez y la humanidad de la Navidad, y puede quitar de nuestros corazones y de nuestras mentes el pesimismo, que hoy se ha difundido aún más por la pandemia. Podemos superar ese sentido de desconcierto inquietante, no dejarnos abrumar por las derrotas y fracasos, en la conciencia redescubierta de que ese Niño humilde y pobre, escondido e indefenso, es Dios mismo, hecho hombre por nosotros. El Concilio Vaticano II, en un célebre pasaje de la Constitución sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, nos dice que este evento nos concierne a cada uno: «El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado» (Gaudium et spes, 22). Pero Jesús nació hace dos mil años, ¿y me concierne a mí? − Sí, te concierne a ti y a mí, a cada uno de nosotros. Jesús es uno de nosotros: Dios, en Jesús, es uno de nosotros.
Esta realidad nos da tanta alegría y tanta valentía. Dios no nos ha mirado desde arriba, desde lejos, no ha pasado de largo, no ha sentido asco por nuestra miseria, no se ha revestido con un cuerpo aparente, sino que ha asumido plenamente nuestra naturaleza y nuestra condición humana. No ha dejado nada fuera, excepto el pecado: lo único que Él no tiene. Toda la humanidad está en Él. Él ha tomado todo lo que somos, tal como somos. Esto es esencial para comprender la fe cristiana. San Agustín, reflexionando sobre su camino de conversión, escribe en sus Confesiones: «Todavía no tenía tanta humildad para poseer a mi Dios, al humilde Jesús, ni conocía las enseñanzas de su debilidad» (VII, 8). ¿Y cuál es la debilidad de Jesús? ¡La “debilidad” de Jesús es una “enseñanza”! Porque nos revela el amor de Dios. La Navidad es la fiesta del Amor encarnado, del amor nacido por nosotros en Jesucristo. Jesucristo es la luz de los hombres que brilla en las tinieblas, que da sentido a la existencia humana y a toda la historia.
Queridos hermanos y hermanas, que estas breves reflexiones nos ayuden a celebrar la Navidad con mayor conciencia. Pero hay otro modo de prepararse, que quiero recordaros a vosotros y a mí, y está al alcance de todos: meditar un poco en silencio delante del pesebre. El pesebre es una catequesis de esta realidad, de lo que se ha hecho ese año, ese día, como hemos escuchado en el Evangelio. Para eso, el año pasado escribí una Carta, que nos hará bien retomar. Se titula Admirabile signum, “Signo admirable”. Tras las huellas de San Francisco de Asís, nos podemos convertir un poco en niños y contemplar la escena de la Natividad, y dejar que renazca en nosotros el asombro por la forma “maravillosa” en la que Dios quiso venir al mundo. Pidamos la gracia del asombro: que ante este misterio, esta realidad tan tierna, tan bella, tan cercana a nuestros corazones, el Señor nos dé la gracia del asombro, para encontrarlo, para acercarnos a Él, para acercarnos entre todos. Esto hará renacer en nosotros la ternura. El otro día, hablando con unos científicos, se discutía de inteligencia artificial y de los robots… Hay robots programados para todos y para todo, y eso sigue adelante. Y yo les dije: “¿qué es lo que los robots no podrán hacer nunca?”. Ellos pensaron, hicieron propuestas, y al final quedaron de acuerdo en una cosa: la ternura. Eso los robots no podrán hacerlo. Y eso es lo que nos trae Dios, hoy: una forma maravillosa en la que Dios quiso venir al mundo, y eso hace renacer en nosotros la ternura, la ternura humana que está cerca a la de Dios. ¡Y hoy necesitamos mucho la ternura, tenemos mucha necesidad de caricias humanas, ante tantas miserias! Si la pandemia nos ha obligado a estar más distantes, Jesús, en el pesebre, nos muestra el camino de la ternura para estar cerca, para ser humanos. Sigamos ese camino. ¡Feliz Navidad!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. Deseo a todos una feliz y santa Navidad. Que el Niño de Belén os conserve la alegría y la esperanza. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. En la inminencia de la Santa Navidad, invoco sobre vosotros y vuestras familias la alegría y la paz en el Señor Jesús. ¡Dios os bendiga!
Dirijo un cordial saludo navideño a los fieles de lengua alemana. Agradaremos al Niño Jesús, si en estos días de celebración no nos olvidamos de la gente solitaria, enferma y necesitada. Basta una llamada telefónica para enviarles un rayo de luz navideña. El Señor lo recompensará. Frohe Weihnachten!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Que esta Navidad contemplemos con corazón de niños, en silencio orante, el signo hermoso del pesebre, y que el Señor nos conceda acoger con corazón puro y extasiado el modo maravilloso que Dios escogió para venir al mundo. La Virgen y San José nos alcancen del Niño Jesús la gracia de que renazca en nuestro corazón la ternura, para abrazar con amor a todos, como verdaderos hermanos y hermanas. Feliz Navidad para todos.
Queridos oyentes de lengua portuguesa, os deseo a todos una Feliz Navidad. Si la pandemia nos ha obligado a estar más distantes, Jesús, en el pesebre, nos muestra el camino de la ternura para estar cerca, para ser humanos. ¡Que os bendiga el Divino Niño para un sereno y feliz año nuevo!
Saludo a los fieles de lengua árabe. Pido a Dios que os conceda su gracia para vivir el mensaje de la Navidad, que es un mensaje de paz, alegría y vida nueva. ¡Deseo a todos Feliz Navidad!
Saludo cordialmente a todos los polacos. Queridos hermanos y hermanas, ¡que el Hijo de Dios nacido en Belén colme de paz, alegría y esperanza a todos y cada uno de vosotros y vuestras familias! Que la gloria de Dios y la paz de los hombres que Él ama habite en vuestros corazones, en vuestros hogares y en vuestra patria. Os bendigo de corazón.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. Imitando a los pastores, corred también vosotros a la santa Gruta: Jesús os espera para daros su luz y su paz. Quiere enriquecer vuestra vida con su amor y su gracia.
Finalmente, mi pensamiento se dirige, como siempre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Que la completa disponibilidad de María y la pronta generosidad de José sean ejemplo para acoger al Niño Jesús en el misterio de la Navidad.
A todos deseo cordialmente una santa Navidad alegre y serena.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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