El virus del falso progreso, el de las esclavas libertades, hace más estragos que el covid-19; esquilma al pueblo
No puedo dormir. Escribo este grito en medio de la noche. Me duele el alma, me duele mi patria. Me doy vergüenza a mí mismo por mis silencios, por mi vida acomodada, por ser rebaño. "Clama a voz en grito, no te moderes; levanta tu voz como cuerno y denuncia a mi pueblo su rebeldía y a la casa de Jacob sus pecados" dice el profeta Isaías.
Quiero ser rebelde y defender mis convicciones. Creo en la vida, soy feliz −a pesar de mis miserias y de las de los que me rodean− estoy convencido de la bondad de la vida. Pero no me conformo con lo que hago. Si hace falta me quitaré la mascarilla para poder clamar bien alto. Invito a que hagan lo mismo los miles y miles que piensan como yo. No nos callarán. No me da miedo que me tachen de intolerante, de fanático. No lo soy, pero asumo el riesgo de que me proscriban. Mi conciencia y mi libertad están por encima de lo que puedan opinar de mí.
Podemos hacer una auténtica revolución: la de la verdad, la de la libertad y del amor. Si somos auténticos, si vivimos como pensamos, podemos ser luz, aire limpio. Un tsunami que arrase tanta tontería y falsedad. No podemos estar tan preocupados por la salud, por el bienestar. No podemos estar en vela por los contagios del covid-19 y no percibir el peligro de la actitud anti vida que se cuela por las rendijas de la sociedad. El virus del falso progreso, el de las esclavas libertades, hace más estragos que el covid-19. Está esquilmando a nuestro pueblo. Es una pandemia de muerte: millones de niños que mueren de forma violenta en el seno de su madre, miles que no tienen el calor de un hogar en el que se sientan seguros y queridos por sus padres. Enfermos y mayores que mueren solos, como pobres apestados, proscritos.
Me comentaba una amiga infectada por el coronavirus que, en su inconsciencia, pidió que la dejaran morir. Ahora, débil y recuperándose, agradece la vida y está dando amor a los suyos.
La vacuna más eficaz ante esta peste de muerte es el amor. Si mimamos a nuestros enfermos y ancianos, si se sienten queridos e importantes, nunca pedirán morir. Cuando alguien se cansa de vivir es señal de que los demás lo estamos haciendo muy mal. Falla el amor, la cercanía, la atención médica: los cuidados paliativos. Sin olvidar, que tras la cultura de la muerte hay intereses económicos. Hay gente que no le importa matar por dinero, por conservar el poder, escuchaba el otro día. ¡Clama, que no te callen! ¡Canta a la vida!