En su catequesis, durante la Audiencia general de hoy, el Papa ha reflexionado sobre un pasaje de los Hechos de los Apóstoles, que define a una comunidad primitiva cuyos primeros pasos “estuvieron marcados por la oración”
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis reflexionamos sobre la oración en las primeras comunidades cristianas. Encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles y en otros escritos apostólicos cuatro características esenciales de la vida de la Iglesia: la escucha de la predicación de los apóstoles, la comunión recíproca, la fracción del pan y la oración.
Estas cuatro “coordenadas” nos recuerdan que la existencia de la Iglesia tiene sentido si permanece unida a Cristo. Todo lo que crece fuera de esto carece de fundamento, es como una casa que se construye sobre arena. Los primeros cristianos experimentaron que la oración es el espacio del diálogo con el Padre, mediante Cristo en el Espíritu Santo y descubrieron que el encuentro con Jesús no era algo histórico, sino que continúa en la propia vida, infunde paz, luz y calor a la existencia y es el motor de la evangelización.
La vida de la Iglesia, desde los comienzos, está marcada por celebraciones, reuniones y momentos de oración personal y comunitaria. En los encuentros de oración, los cristianos se sumergen en el misterio de Dios −que da amor y pide amor−, y hallan en Él el fundamento y el impulso para la acción misionera. Esta es la raíz mística de toda la vida del creyente.
Los primeros pasos de la Iglesia en el mundo estuvieron marcados por la oración. Los escritos apostólicos y la gran narración de los Hechos de los Apóstoles nos devuelven la imagen de una Iglesia en camino, una Iglesia trabajadora, pero que encuentra en las reuniones de oración la base y el impulso para la acción misionera. La imagen de la comunidad primitiva de Jerusalén es punto de referencia para cualquier otra experiencia cristiana. Escribe Lucas en el Libro de los Hechos: «Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (2,42). La comunidad persevera en la oración.
Encontramos aquí cuatro características esenciales de la vida eclesial: la escucha de la enseñanza de los apóstoles, primero; segundo, la custodia de la comunión recíproca; tercero, la fracción del pan y, cuarto, la oración. Estas nos recuerdan que la existencia de la Iglesia tiene sentido si permanece firmemente unida a Cristo, es decir en la comunidad, en su Palabra, en la Eucaristía y en la oración. Es el modo de unirnos, nosotros, a Cristo. La predicación y la catequesis testimonian las palabras y los gestos del Maestro; la búsqueda constante de la comunión fraterna preserva de egoísmos y particularismos; la fracción del pan realiza el sacramento de la presencia de Jesús en medio de nosotros: Él no estará nunca ausente, en la Eucaristía es Él. Él vive y camina con nosotros. Y finalmente la oración, que es el espacio del diálogo con el Padre, mediante Cristo en el Espíritu Santo.
Todo lo que en la Iglesia crece fuera de estas “coordenadas”, no tiene fundamento. Para discernir una situación tenemos que preguntarnos cómo, en esta situación, están estas cuatro coordenadas: la predicación, la búsqueda constante de la comunión fraterna —la caridad—, la fracción del pan —es decir la vida eucarística— y la oración. Cualquier situación debe ser valorada a la luz de estas cuatro coordenadas. Lo que no entra en estas coordenadas está privado de eclesialidad, no es eclesial. Es Dios quien hace la Iglesia, no el clamor de las obras. La Iglesia no es un mercado, la Iglesia no es un grupo de empresarios que van adelante con esta nueva empresa. La Iglesia es obra del Espíritu Santo, que Jesús nos ha enviado para reunirnos. La Iglesia es precisamente el trabajo del Espíritu en la comunidad cristiana, en la vida comunitaria, en la Eucaristía, en la oración, siempre. Y todo lo que crece fuera de estas coordenadas no tiene fundamento, es como una casa construida sobre arena (cfr. Mt 7, 24-27). Es Dios quien hace la Iglesia, no el clamor de las obras. Es la palabra de Jesús la que llena de sentido nuestros esfuerzos. Es en la humildad que se construye el futuro del mundo.
A veces, siento una gran tristeza cuando veo alguna comunidad que, con buena voluntad, se equivoca de camino porque piensa que hace Iglesia en mítines, como si fuera un partido político: la mayoría, la minoría, qué piensa este, ese, el otro… “Esto es como un Sínodo, un camino sinodal que nosotros debemos hacer”. Yo me pregunto: ¿dónde está el Espíritu Santo, ahí? ¿Dónde está la oración? ¿Dónde el amor comunitario? ¿Dónde la Eucaristía? Sin estas cuatro coordenadas, la Iglesia se convierte en una sociedad humana, un partido político —mayoría, minoría—, los cambios se hacen como si fuera una empresa, por mayoría o minoría… Pero no está el Espíritu Santo. Y la presencia del Espíritu Santo está precisamente garantizada por estas cuatro coordenadas. Para valorar una situación, si es eclesial o no es eclesial, preguntémonos si están estas cuatro coordenadas: la vida comunitaria, la oración, la Eucaristía…, cómo se desarrolla la vida en estas cuatro coordenadas. Si falta esto, falta el Espíritu, y si falta el Espíritu nosotros seremos una bonita asociación humanitaria, de beneficencia, bien, bien, también un partido, digamos así, eclesial, pero no está la Iglesia. Y por esto la Iglesia no puede crecer por estas cosas: crece no por proselitismo, como cualquier empresa, crece por atracción. ¿Y quién mueve la atracción? El Espíritu Santo. No olvidemos nunca esta palabra de Benedicto XVI. “La Iglesia no crece por proselitismo, crece por atracción”. Si falta el Espíritu Santo, que es lo que atrae a Jesús, ahí no está la Iglesia. Hay un bonito club de amigos, bien, con buenas intenciones, pero no está la Iglesia, no hay sinodalidad.
Leyendo los Hechos de los Apóstoles descubrimos entonces cómo el poderoso motor de la evangelización son las reuniones de oración, donde quien participa experimenta en vivo la presencia de Jesús y es tocado por el Espíritu. Los miembros de la primera comunidad —pero esto vale siempre, también para nosotros hoy— perciben que la historia del encuentro con Jesús no se detuvo en el momento de la Ascensión, sino que continúa en su vida. Contando lo que ha dicho y hecho el Señor —la escucha de la Palabra—, rezando para entrar en comunión con Él, todo se vuelve vivo. La oración infunde luz y calor: el don del Espíritu hace nacer en ellos el fervor.
Al respecto, el Catecismo tiene una expresión muy profunda. Dice así: «El Espíritu Santo, que recuerda así a Cristo ante su Iglesia orante, conduce a ésta también hacia la Verdad plena, y suscita nuevas formulaciones que expresarán el insondable Misterio de Cristo que actúa en la vida, los sacramentos y la misión de su Iglesia» (n. 2625). Esta es la obra del Espíritu en la Iglesia: recordar a Jesús. Jesús mismo lo ha dicho: Él os enseñará y os recordará. La misión es recordar a Jesús, pero no como un ejercicio mnemónico. Los cristianos, caminando por los senderos de la misión, recuerdan a Jesús haciéndolo presente nuevamente; y de Él, de su Espíritu, reciben el “impulso” para ir, para anunciar, para servir. En la oración, el cristiano se sumerge en el misterio de Dios que ama a cada hombre, ese Dios que desea que el Evangelio sea predicado a todos. Dios es Dios para todos, y en Jesús todo muro de separación es definitivamente derrumbado: como dice San Pablo, Él es nuestra paz, es decir «el que de los dos pueblos hizo uno» (Ef 2,14). Jesús ha hecho la unidad.
Así la vida de la Iglesia primitiva está marcada por una sucesión continua de celebraciones, convocatorias, tiempos de oración tanto comunitaria como personal. Y es el Espíritu que concede fuerza a los predicadores que se ponen en viaje, y que por amor de Jesús surcan los mares, enfrentan peligros, se someten a humillaciones.
Dios dona amor, Dios pide amor. Esta es la raíz mística de toda la vida creyente. Los primeros cristianos en oración, pero también nosotros que venimos varios siglos después, vivimos todos la misma experiencia. El Espíritu anima todo. Y todo cristiano que no tiene miedo de dedicar tiempo a la oración puede hacer propias las palabras del apóstol Pablo: «La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal 2, 20). La oración te hace consciente de esto. Solo en el silencio de la adoración se experimenta toda la verdad de estas palabras. Tenemos que retomar el sentido de la adoración. Adorar, adorar a Dios, adorar a Jesús, adorar al Espíritu. El Padre, el Hijo y el Espíritu: adorar. En silencio. La oración de la adoración es la oración que nos hace reconocer a Dios como principio y fin de toda la historia. Y esta oración es el fuego vivo del Espíritu que da fuerza al testimonio y a la misión. Gracias.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. El próximo domingo la Iglesia entrará en el tiempo de Adviento. Acompañados por la Madre de Jesús en el camino hacia la Navidad, en estos tiempos difíciles para muchos, esforcémonos por volver a descubrir la gran esperanza y la alegría que nos da la venida del Hijo de Dios al mundo. ¡El Señor os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. Mientras nos preparamos a emprender nuestro camino del Adviento, que la luz de Cristo ilumine nuestros senderos y disipe las tinieblas de nuestro corazón. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor Jesucristo. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua alemana. Las lecturas y oraciones de la última semana del año litúrgico llaman nuestra atención al regreso de Jesús al final de los tiempos; y ya viene ahora en los pequeños y necesitados para prepararnos, en plenitud, al gran encuentro con Él. ¡Que el Espíritu Santo nos acompañe en este camino!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. El próximo domingo iniciará el Adviento, tiempo litúrgico que nos ayuda a prepararnos para la Navidad. Los animo, por lo tanto, a dedicar momentos a la oración, meditando a la luz de la Palabra de Dios, para que el Espíritu Santo que la habita vaya iluminando el camino a seguir y transformando el corazón, en la espera del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Que Dios los bendiga.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua portuguesa. Queridos hermanos, la oración nos abre a la fuerza del Espíritu Santo, que al reforzarnos con sus dones, nos hace firmes en la fe y nos empuja a dar testimonio gozoso de la verdad cristiana. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los fieles de lengua árabe. Cuando rezamos, Dios abre nuestros ojos, renueva y cambia nuestro corazón, cura nuestras heridas y nos da la gracia que necesitamos. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a todos los polacos. Dentro de unos días inicia el tiempo de Adviento. La alegre espera de la venida del Salvador que se hizo hombre, semejante a nosotros, colme vuestro corazón de esperanza y de paz. Que la Virgen María, la Inmaculada, a la que honraréis en vuestras iglesias, celebrando las Misas de Adviento, os acompañe en el camino hacia el Nacimiento del Hijo de Dios. Os bendigo de corazón.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. La fiesta de Cristo Rey, que hemos celebrado el domingo, como conclusión del año litúrgico, os haga conscientes de que Cristo nos ha liberado del poder de las tinieblas, para meternos en su Reino, y hacer de nosotros testigos creíbles de la Verdad salvadora.
Finalmente, un pensamiento, como de costumbre, para los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Que Cristo, que reina desde la Cruz, os conforte a todos en los momentos de prueba y de sufrimiento, abriendo el corazón de cada uno a la esperanza.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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