Evangelio del XXXIII domingo del Tiempo ordinario (Ciclo A) y comentario al evangelio
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
Un hombre, al marcharse de su tierra, llamó a sus servidores y les entregó sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno sólo: a cada uno según su capacidad; y se marchó.
El que había recibido cinco talentos fue inmediatamente y se puso a negociar con ellos y llegó a ganar otros cinco. Del mismo modo, el que había recibido dos ganó otros dos. Pero el que había recibido uno fue, cavó en la tierra y escondió el dinero de su señor.
Después de mucho tiempo, regresó el amo de dichos servidores e hizo cuentas con ellos. Cuando se presentó el que había recibido los cinco talentos, entregó otros cinco diciendo: «Señor, cinco talentos me entregaste; mira, he ganado otros cinco talentos». Le respondió su amo: «Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor». Se presentó también el que había recibido los dos talentos y dijo: «Señor, dos talentos me entregaste; mira, he ganado otros dos talentos». Le respondió su amo: «Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor».
Cuando llegó por fin el que había recibido un talento, dijo: «Señor, sé que eres hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por eso tuve miedo, fui y escondí tu talento en tierra: aquí tienes lo tuyo». Su amo le respondió: «Siervo malo y perezoso, sabías que cosecho donde no he sembrado y que recojo donde no he esparcido; por eso mismo debías haber dado tu dinero a los banqueros, y así, al venir yo, hubiera recibido lo mío junto con los intereses. Por lo tanto, quitadle el talento y dádselo al que tiene los diez.
Porque a todo el que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará. En cuanto al siervo inútil, arrojadlo a las tinieblas de afuera: allí habrá llanto y rechinar de dientes.
Hoy la Iglesia celebra el trigésimo tercer domingo del tiempo ordinario, el último antes de la solemnidad de Cristo Rey que cierra el año litúrgico. El evangelio reservado para este domingo recoge la parábola de los talentos, que ilustra la necesidad de aprovechar los dones que se nos dan para servir a Dios y a los demás.
La historia del hombre que se marcha y entrega sus bienes a unos siervos para que negocien hasta su vuelta, tiene dos versiones en los evangelios: la de Lucas (19,11-27) y esta de Mateo. En la versión de Lucas, el amo entrega a sus tres siervos respectivamente 10 minas, 5 y 1. La mina equivalía a 100 dracmas, es decir, medio kilo de plata. En cambio, Mateo menciona otra medida, los talentos, entregados en menor número (5, 3 y 1), pero que representan una cantidad muy superior: en efecto, el talento equivalía a 6000 dracmas (unos 35 kilos de plata). Los tres siervos reciben, por tanto, unos 175 kilos de plata el primero, 105 el segundo y 35 el tercero. Con esta variedad en la distribución, la parábola simboliza la variedad de los dones y carismas que Dios distribuye según su designio providente.
“Después de mucho tiempo” (v. 19), el amo de la parábola regresa. Los dos primeros siervos son premiados por su trabajo. Como explica san Jerónimo, “ambos, pues, reciben igual premio, no debido a la grandeza de la ganancia, sino por la solicitud de su voluntad”[1]. Estos dos siervos emplearon todo lo que recibieron, fuera mucho o poco en apariencia, en beneficio de su amo. Por eso son llamados “siervo bueno y fiel” (v. 21).
En cambio, el tercer siervo no piensa en su amo ni en su prosperidad, sino en la propia seguridad: por eso entierra su talento para devolverlo intacto. El amo lo tacha con dureza de “siervo malo y perezoso” (v. 26). Llama la atención que el señor de la parábola le quite el talento y se lo dé al que ya tenía cinco. Parece un gesto incompatible con la bondad y la misericordia de Dios. Además, el amo se refiere a “los banqueros”, que podrían haber generado intereses. El sentido de la parábola desconcierta a primera vista y exige una reflexión por nuestra parte.
Por un lado, el Papa Francisco subrayaba que el patrimonio que el señor entrega a sus siervos en la parábola representa sobre todo bienes espirituales, es decir, “su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celestial, su perdón”[2]. Quien aprovecha estos dones y los da a conocer, permite a Dios hacer fructuosa la propia vida.
Precisamente porque el contenido principal del patrimonio que se nos da consiste en la gracia de Dios, aquellos que la reciben con buenas disposiciones y generosidad, se habilitan ellos mismos para recibir más gracias aún. En cambio, quien no aprovecha los bienes que Dios le envía y “los entierra”, por pereza y falta de generosidad, quien no ora ni acude a los sacramentos, se hace voluntariamente incapaz de recibir más y de crecer para dar más fruto. Por eso dice el Señor “a todo el que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará” (v. 29).
Por otro lado, cuando nos disponemos generosamente para el servicio de Dios, en nuestra oración personal y, en especial, en el sacrificio del altar, sería como poner nuestros talentos en manos de “banqueros” que garantizan el fruto de nuestros dones. En cambio, quien es egoísta y busca siempre el beneficio propio, ahoga su fecundidad.
Como advertía san Josemaría, los talentos representan también nuestras cualidades humanas y capacidades personales. Y en este sentido, no podemos identificarnos con el siervo que entierra su talento: “¡Qué tristeza no sacar partido, auténtico rendimiento de todas las facultades, pocas o muchas, que Dios concede al hombre para que se dedique a servir a las almas y a la sociedad (…) −señalaba san Josemaría− ¡Desentierra ese talento! Hazlo productivo: y saborearás la alegría de que, en este negocio sobrenatural, no importa que el resultado no sea en la tierra una maravilla que los hombres puedan admirar. Lo esencial es entregar todo lo que somos y poseemos, procurar que el talento rinda, y empeñarnos continuamente en producir buen fruto”[3].
Por último, una buena manera de hacer rendir los talentos recibidos es ayudar a los demás a que descubran los suyos, en definitiva, ilusionarnos con ser dinamizadores de los talentos de los demás para que también ellos participen de esta divina fecundidad.
Fuente: opusdei.org.
[1] Catena aurea, in loc.
[2] Papa Francisco, Ángelus, 16 de noviembre de 2014.
[3] S. Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, nn. 45-47.
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