En su catequesis, durante la Audiencia general de hoy, el Papa ha desarrollado el tema de la perseverancia en la oración como diálogo continuo con el Padre y se caracteriza por ser tenaz, humilde y que, a pesar de las dificultades, no debe resignarse delante del mal y la injusticia
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy contemplamos a Jesús que con su palabra y su ejemplo nos invita a la oración perseverante. El continuo diálogo de Jesús con el Padre, en el silencio y el recogimiento, fue el fundamento de toda su misión. Para exhortarnos a tal perseverancia el Señor nos propone tres parábolas: la del amigo inoportuno, la de la anciana y el juez inicuo, y la del fariseo y el publicano.
De estas parábolas podemos aprender algunas lecciones sobre la oración. Nos muestran con qué paciencia Dios escucha nuestra súplica, aun cuando conoce nuestra miseria mejor que nosotros mismos. Con su silencio, el Señor busca incitar en nosotros el deseo y la esperanza filial, y nos pide también la perseverancia fundada en la firmeza de la fe. La oración necesita ser valiente incluso hasta “retar” a Dios entre lágrimas, sin rendirnos nunca ante el mal y la injusticia. Finalmente, nos revela que la humildad y la verdadera contrición son el modo para acceder al corazón de Dios.
El Evangelio es claro: la oración es vital para no desfallecer, es una cuestión de fe. Aunque nos parezca a veces una fatiga inútil y que Dios enmudece ante nuestros ruegos, hemos de perseverar en la oración. Jesús en esto no es sólo un maestro y un ejemplo, sino que nos acoge en su oración. Él toma sobre sí cada grito, cada canto de júbilo, cada súplica; en definitiva, cada oración humana. A la vez, cuando rezamos su voz está en nosotros, de modo que todo lo que pidamos en su nombre sea para gloria de Dios Padre.
Seguimos con las catequesis sobre la oración. Alguien me ha dicho: “Habla usted demasiado sobre la oración. No es necesario”. Sí, es necesario. Porque si no rezamos, no tendremos fuerza para ir adelante por la vida. La oración es como el oxígeno de la vida. La oración es atraer sobre nosotros la presencia del Espíritu Santo que nos lleva siempre adelante. Por eso hablo tanto de la oración.
Jesús dio ejemplo de una oración continua, practicada con perseverancia. El diálogo constante con el Padre, en el silencio y recogimiento, es el fundamento de toda su misión. Los Evangelios nos cuentan también sus exhortaciones a los discípulos para que recen con insistencia, sin cansarse. El Catecismo (n. 2613) recuerda las tres parábolas contenidas en el Evangelio de Lucas que subrayan esta característica de la oración de Jesús.
La oración debe ser sobre todo tenaz: como el personaje de la parábola que, teniendo que acoger un huésped que llega de improviso, en mitad de la noche va a llamar a un amigo y le pide pan. El amigo responde: “¡no!”, porque ya está en la cama, pero él insiste e insiste hasta que le obliga a levantarse y a darle pan (cfr. Lc 11,5-8). Una petición tenaz. Dios es más paciente que nosotros, y quien llama con fe y perseverancia a la puerta de su corazón no queda defraudado. Dios siempre responde, siempre. Nuestro Padre sabe bien qué necesitamos; la insistencia no es para informarle o convencerle, sino para alimentar en nosotros el deseo y la espera.
La segunda parábola es la de la viuda que acude al juez para que la ayude a hacer justicia. Ese juez es corrupto, un hombre sin escrúpulos, pero al final, harto de la insistencia de la viuda, decide complacerla (cfr. Lc 18,1-8), y piensa: “Es mejor que le resuelva el problema y me la quito de encima, y así no viene continuamente a quejarse ante mí”. Esta parábola nos hace entender que la fe no es impulso de un momento, sino una disposición valiente para invocar a Dios, incluso “discutir” con Él, sin resignarse ante el mal y la injusticia.
La tercera parábola presenta un fariseo y un publicano que van al Templo a rezar. El primero se dirige a Dios presumiendo de sus méritos; el otro se siente indigno incluso con solo entrar en el santuario. Pero Dios no escucha la oración del primero, es decir, de los soberbios, mientras que sí escucha la de los humildes (cfr. Lc 18,9-14). No hay verdadera oración sin espíritu de humildad. Es precisamente la humildad la que nos lleva a pedir en la oración.
La enseñanza del Evangelio es clara: hay que rezar siempre, también cuando todo parece vano, cuando Dios parece sordo y mudo y nos parece que perdemos el tiempo. Aunque el cielo se nuble, el cristiano no deja de rezar. Su oración va al paso de su fe. Y la fe, en muchos días de nuestra vida, puede parecer una ilusión, un cansancio estéril. Hay momentos oscuros en nuestra vida, y en esos momentos la fe parece una ilusión. Pero practicar la oración significa también aceptar ese cansancio. “Padre, yo voy a rezar y no siento nada… me siento así, con el corazón seco, con el corazón árido”. Pero tenemos que ir adelante con ese cansancio de los momentos malos, de los momentos que no sentimos nada. Muchos santos y santas han experimentado la noche de la fe y el silencio de Dios —cuando llamamos y Dios no responde—, y esos santos fueron perseverantes.
En esas noches de la fe, quien reza nunca está solo. De hecho, Jesús no es solo testigo y maestro de oración, es más. Él nos acoge en su oración, para que podamos rezar en Él y a través de Él. Y eso es obra del Espíritu Santo. Por eso el Evangelio nos invita a rezar al Padre en nombre de Jesús. San Juan escribe estas palabras del Señor: «Y todo lo que pidáis en mi nombre yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo» (14,13). Y el Catecismo explica que «la certeza de ser escuchados en nuestras peticiones se funda en la oración de Jesús» (n. 2614). Esa certeza nos da las alas que la oración del hombre siempre ha deseado tener.
Cómo no recordar aquí las palabras del salmo 91, cargadas de confianza, que nacen de un corazón que espera todo de Dios: «Te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas te refugiarás. Su verdad es escudo y armadura. No temerás el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que se desliza en las tinieblas, ni la epidemia que devasta a mediodía» (vv. 4-7). En Cristo se cumple esta maravillosa oración, en Él encuentra su plena verdad. Sin Jesús, nuestras oraciones correrían el riesgo de reducirse a esfuerzos humanos, destinados las más de las veces al fracaso. Pero Él tomó sobre sí cada grito, cada lamento, cada júbilo, cada súplica… cada oración humana. Y no olvidemos al Espíritu Santo que reza en nosotros; es Él quien nos lleva a rezar, nos lleva a Jesús. Es el don que el Padre y el Hijo nos dio para proceder al encuentro de Dios. Y el Espíritu Santo, cuando rezamos, es el Espíritu Santo el que reza en nuestros corazones.
Cristo es todo para nosotros, también en nuestra vida de oración. Lo decía San Agustín con una expresión luminosa, que encontramos también en el Catecismo: Jesús «ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a Él se dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en Él nuestras voces; y la voz de Él, en nosotros» (n. 2616). Por eso el cristiano que reza no teme nada, se encomienda al Espíritu Santo, que se nos ha dado como don y reza en nosotros, suscitando la oración. Que sea el mismo Espíritu Santo, Maestro de oración, quien nos enseñe el camino de la oración.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. Hoy, en algunos países, se celebra la memoria de los que murieron en las guerras. Que nuestra oración por todas las víctimas de la violencia en el mundo nos anime a ser instrumentos de paz y de reconciliación. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. En este mes de noviembre rezamos especialmente por las personas queridas que nos han dejado y por todos los difuntos, para que el Señor, en su misericordia, los acoja en el banquete de la vida eterna. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría del Señor Jesucristo. ¡Dios os bendiga!
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua alemana. Como en nuestras relaciones interpersonales, también en nuestra oración son importantes las palabras: “gracias”, “por favor”, “perdón”. Así entramos en un sincero diálogo con el Señor y descubrimos que Dios es un Padre compasivo, que siempre cuida de nosotros. Que Él os colme de su gracia y os dé su bendición.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Los animo a rezar con confianza y tesón, y de modo particular en estos momentos de dificultad que está viviendo la humanidad entera. Acerquémonos a Dios sin temor, abandonándonos con humildad en ese diálogo divino con quien sabemos que nos ama. Que el Señor los bendiga.
Saludo y bendigo con cariño a los oyentes de lengua portuguesa, esperando que cada uno sepa vivir e irradiar una gran confianza en los planes de salvación y de bienaventuranza que el Padre del Cielo predispone para sus hijos. ¡Por Él todos viven! Que esa certeza os sirva de consuelo en este mes caracterizado por el orante recuerdo en sufragio de los difuntos. ¡Seguid amándolos en el Señor!
Saludo a los fieles de lengua árabe. Una oración agradable a Dios es la que viene de una persona de corazón puro. Al Señor no le agrada la oración de los malos, como dice el Libro del profeta Isaías: «Cuando extendéis las manos, me cubro los ojos. Aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé» (Is 1,15). ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los polacos. Hoy en Polonia se celebra la Fiesta Nacional de la Independencia. Mientras damos gracias al Señor de la historia por el don de la libertad nacional y personal, viene a la mente lo que San Juan Pablo II enseñaba a los jóvenes: “Ser verdaderamente libres no significa en modo alguno hacer todo aquello que me gusta o tengo ganas de hacer. (…) Ser verdaderamente libres significa usar la propia libertad para lo que es un bien verdadero. (…) ser verdaderamente libres significa ser hombre de conciencia recta, ser responsable, ser un hombre «para los demás»” (Carta a los jóvenes, 13). ¡El Señor bendiga a todos los polacos, dando paz y prosperidad!
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. Hoy la Liturgia celebra la memoria de San Martín, Obispo de Tours. Este gran Pastor de la Iglesia antigua, se distinguió por la evangélica caridad hacia los pobres y los marginados. Que su ejemplo enseñe a caca uno a ser cada vez más valiente en la fe y generoso en la caridad.
Mi pensamiento finalmente, como de costumbre, va a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Que el Espíritu Santo ilumine vuestras mentes y os sostenga especialmente en los momentos de dificultad.
Ayer se publicó el Informe sobre el doloroso caso del ex cardenal Theodore McCarrick. Renuevo mi cercanía a las víctimas de todo abuso y el compromiso de la Iglesia para eliminar este mal.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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