El fundamentalismo es siempre una falsificación de la religión
ReligionConfidencial.com
Se impone superar los fundamentalismos, a los que se refirió Benedicto XVI al responder a una pregunta periodística en el avión que le llevaba a Beirut el 14 de septiembre
El término "fundamentalismo", de origen religioso, se ha ido ampliando, con serios peligros para la convivencia pacífica y, en concreto, el ejercicio de la libertad de expresión.
El respeto de las minorías forma parte del humus democrático, pero la creciente opresión de tantos y tan diversos grupos puede destruir los consensos básicos. De hecho, no se puede "bajar la guardia" al escribir, porque acechan por todas partes nuevos "inquisidores", con una desusada violencia.
De todos modos, el principal riesgo sigue siendo el fundamentalismo islamista. Muchas imágenes tras la oración de los viernes en las mezquitas de medio mundo son escalofriantes. No reflejan precisamente lo que se esperaría después de un tiempo de plegaria...
Por esto, me parece justo referirme a algunas posturas prudentes de figuras musulmanas. Tareq Oubrou, rector de la mezquita de Burdeos, publicó un comentario en Le Monde (21-9), con un título expresivo: "Résister à l'esprit complotiste et victimaire". Arranca con el reconocimiento de la libertad de conciencia y de expresión como avance occidental indiscutido e indiscutible, progreso filosófico-moral irreversible de la humanidad. Forma parte de esa libertad el derecho a la creación intelectual y artística, sin falsas concesiones: «todos debemos defender y universalizar este valor cardinal».
A continuación, Oubrou admite que el resto del mundo no es muy democrático: «muchas civilizaciones no ven la libertad con los mismos ojos que un Occidente muy secularizado». En tantos países musulmanes, el totalitarismo del Estado ha sustituido al espíritu tribal de antaño, donde el "yo" se diluye en el "nosotros" comunitario: «la confusión entre el Estado y el ciudadano es total, y el vídeo difundido en Internet se entiende como una expresión del Estado americano». Eso les justificaría para atacar al embajador de EEUU, aunque era un gran amigo del pueblo libio. Pero «no sólo es un crimen y una violación del derecho internacional —afirma—, sino una trasgresión del mandamiento del Profeta que prohíbe atacar a embajadores y emisarios». Ironías de la historia: «los musulmanes matan por el Profeta contra el Profeta».
Esa tentación se daría incluso en Occidente, como consecuencia más «de una frustración que de una espiritualidad profunda». El mundo musulmán debería «romper con el espíritu de complot y el victimismo que le corroe». Al cabo, «libertad y creatividad son algo propio del hombre, nociones sagradas sin las que el hombre no es hombre».
Sin entrar en recientes sucesos, afirma rotundamente que «nada justifica la violencia contra la libertad de expresión, por blasfema u ofensiva que sea. Los textos y el derecho canónico musulmán prohíben el uso personal e individual de la violencia», porque el derecho penal corresponde al Estado: la "violencia legítima" de Max Weber. Además, la respuesta a provocaciones gratuitas es «publicidad para obras que de otra manera serían ignoradas». Concluye que «el primer problema del Islam son los musulmanes. Y, como dice el proverbio árabe, el ignorante es más peligroso para sí mismo que su peor enemigo».
Poco después, también en Le Monde (25-9), Ali Gomaa, gran muftí de Egipto, se refería a cómo Mahoma ignoraba provocaciones o insultos y elegía el camino del perdón, la misericordia y la compasión: «su ejemplo puede inspirar a los musulmanes». Comenzaba también con una neta declaración: «toda violencia, inspirada por sentimientos religiosos o razones laicas, debe ser condenada inequívocamente y con la máxima firmeza. Esto es conforme con lo mejor de la tradición musulmana, que aborrece las querellas confesionales, los conflictos étnicos y las violencias interreligiosas». No falta una cita del Corán: «La acción buena y la mala no son idénticas. Supera la mala con una acción mejor».
Pero se lamentaba de que en el mundo musulmán «las instituciones y estructuras portadoras de autoridad legítima están tan debilitadas que las soflamas incendiarias han reemplazado al análisis reflexivo como medio de incitar a la acción y como guías del sentimiento religioso». Las ofensas a los sentimientos profundos de más de mil millones de personas en el mundo «no hacen más que contribuir a la agravación de las tensiones y no benefician a nadie». Pero los musulmanes deben responder sin violencia, dentro de los límites establecidos por su religión, que «han sido rebasados evidentemente en los últimos días: por esto, autoridades religiosas musulmanas y la Iglesia copta de Egipto han unido sus voces para llamar a la calma y no permitir que la situación se agrave».
Se impone superar los fundamentalismos, a los que se refirió Benedicto XVI al responder a una pregunta periodística en el avión que le llevaba a Beirut el 14 de septiembre: «el fundamentalismo es siempre una falsificación de la religión. Va contra la esencia de la religión, que quiere reconciliar y crear la paz de Dios en el mundo». El mensaje fundamental de la religión debe ser «la educación, la iluminación y la purificación de las conciencias, para hacerlas capaces del diálogo, la reconciliación y la paz».