Clausurado el proceso diocesano de la causa de Canonización del matrimonio Alvira Domínguez
Alfa y Omega
De la mano, hasta el cielo: así vivieron todos sus años de matrimonio Tomás Alvira y Paquita Domínguez. El cardenal arzobispo de Madrid clausuró, la pasada semana, la fase diocesana de su Causa de canonización
En toda la historia de la Iglesia, solamente dos veces se ha beatificado conjuntamente a un matrimonio: los esposos italianos Beltrame Quattrocchi, y los padres de santa Teresita de Lisieux. Hoy siguen su mismo camino el matrimonio español formado por Tomás Alvira y Paquita Domínguez, a los que la Iglesia en Madrid propone como intercesores y modelos de santidad.
Tomás conoció a san Josemaría en la Guerra Civil; incluso asistió a unos Ejercicios espirituales clandestinos que predicó el fundador de la Obra en el Madrid republicano. Tres meses después, le acompañó en su paso de los Pirineos; y pocos años más tarde se convirtió en el primer supernumerario del Opus Dei. Al acabar la Guerra, Tomás se casó con Paquita, y ambos formaron una familia sencilla que trataba de vivir la vida y la fe sabiendo que eran una misma cosa.
Los ocho hijos vivos —el primogénito, José María, falleció a los cinco años de edad— destacan la absoluta normalidad con la que sus padres les transmitieron la fe de la Iglesia. Don Rafael Alvira, el segundo de los varones, confirma que «hace falta mucha gracia de Dios para ser tan normales». Y recuerda a sus padres como «unas personas atentas, sonrientes, serenos ante las dificultades. Tenían una gran confianza en Dios y una entrega total, en el trabajo y en casa. Mi padre decía con humor que había leído en la Biblia que el ser humano había sido creado para trabajar..., pero que, en cambio, nada se decía sobre la jubilación. Por eso, trabajaron hasta el último momento, sin alardes».
Su normalidad se traslucía también en su vida de piedad: iban a Misa a diario, rezaban el Rosario..., «pero nunca nos obligaron a nada —continúa don Rafael—. La fe nos la transmitieron por ósmosis. Yo he tocado en casa, al ver a mis padres, el amor de Dios». Era una fe que se traducía en alegría nada más cruzar el felpudo de la puerta: «Mi casa era una auténtica fiesta, en el sentido profundo de la palabra siempre había alegría. Mis padres nos enseñaban la fe, pero no nos agobiaban; nos la transmitían sobre todo con su ejemplo. La vivían de manera tan normal que hacían agradable la santidad», cuenta Rafael. Y concluye recordando que «era impresionante ver cómo se querían entre sí, un afecto evidente que iba creciendo cada vez más con los años. Yo quiero a mamá mucho más que cuando éramos novios, nos decía mi padre. Ver este amor de los padres también contribuye a la fe de los hijos».
Una vida normal
El postulador de la Causa, don José Carlos Martín de la Hoz, señala que «Tomás y Paquita fueron dos personas normales», al tiempo que señala una particularidad: «Ambos eran grandes pedagogos de la fe, la explicaban con sus vidas. Ellos vivían la fe, y la contagiaban. Por ejemplo, tenían la costumbre de rezar el Rosario después de cenar, y poco a poco los hijos se iban apuntando, sin verse forzados. También hacían oración en su casa antes de ir a Misa, con el Evangelio del día, y poco a poco, al verlos, los hijos también iban haciéndolo. Tenían sus tertulias en familia después de cenar, iban hablando las cosas, explicaban la vida con normalidad». Por eso, «en este momento de desorientación, en el que las familias no saben bien qué es lo normal, el Espíritu Santo está suscitando matrimonios como éste, que sirven de modelo a otras familias».
Don José Carlos explica que «tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI han querido presentar al pueblo de Dios la belleza de matrimonios en los que los cónyuges se prestan ayuda mutua no sólo para convivir y compenetrarse, sino para ser santos».
Sólo así se entiende que, al cumplir 80 años, después de casi medio siglo de matrimonio, Tomás escriba a su mujer resumiendo así su vida colmada: «¡80 años! Sin ti, sin tu ayuda callada, no hubiera llegado a esta edad en plena juventud. Al mirar hacia atrás, sólo por un momento, te veo a ti y a nuestros nueve hijos. ¡Cuánta felicidad nos ha dado Dios! Gracias, Paquita».