La reflexión del Papa en su catequesis sobre la oración durante la Audiencia General de este miércoles 4 de noviembre se ha centrado en la oración de Jesús
Queridos hermanos y hermanas:
Continuamos reflexionando sobre la oración. Hoy contemplamos a Jesús como maestro que, con su ejemplo, nos enseña a orar. Es interesante ver que, aun en los momentos de mayor entrega a los pobres, a los enfermos, siempre dedicó tiempos para la oración, para retirarse y estar a solas con el Padre, para escucharlo y acoger su voluntad. Estos diálogos íntimos con Dios Padre son como un timón que guía su misión en el mundo.
El ejemplo de Jesús nos lleva a deducir algunas características de la oración cristiana. Sobre todo, es un medio para ofrecer a Dios toda la jornada, nos dispone a la escucha y al encuentro con Él, nos abre un horizonte grande y nos ensancha el corazón. En segundo lugar, la oración es un arte que se debe practicar con insistencia, con perseverancia. Requiere una disciplina, un ejercicio y produce en nosotros una trasformación progresiva: nos hace fuertes en la tribulación y nos da la gracia de estar sostenidos por Aquel que nos ama y nos protege siempre.
Otra característica de la oración es la soledad. Todos necesitamos un espacio de silencio para cultivar la propia vida interior y encontrar el sentido a lo que hacemos. Sin vida interior nos volvemos superficiales, inquietos, ansiosos; huimos de la realidad y huimos de nosotros mismos. Por último, la oración nos ayuda a percibir que todo viene de Dios y hacia Él se dirige, y nos enseña a relacionarnos con Él y con todo lo creado.
Lamentablemente hemos tenido que volver a esta audiencia en la Biblioteca y esto para defendernos de los contagios del Covid. Esto nos enseña también que tenemos que estar muy atentos a las indicaciones de las autoridades, tanto de las autoridades políticas como de las autoridades sanitarias, para defendernos de esta pandemia. Ofrecemos al Señor esta distancia entre nosotros por el bien de todos y pensemos, pensemos mucho en los enfermos, en aquellos que entran en los hospitales ya como descartados, pensemos en los médicos, enfermeros, enfermeras, voluntarios, en tanta gente que trabaja con los enfermos en este momento: arriesgan su vida, pero lo hacen por amor al prójimo, como una vocación. Recemos por ellos.
Durante su vida pública, Jesús acude constantemente a la fuerza de la oración. Los Evangelios nos lo muestran cuando se retira a lugares apartados para rezar. Se trata de observaciones sobrias y discretas, que dejan solo imaginar esos diálogos orantes. Estos manifiestan claramente que, incluso en los momentos de mayor dedicación a los pobres y a los enfermos, Jesús nunca descuidaba su diálogo íntimo con el Padre. Cuanto más inmerso estaba en las necesidades de la gente, más sentía la necesidad de reposar en la Comunión trinitaria, de volver con el Padre y el Espíritu.
En la vida de Jesús hay, por tanto, un secreto, escondido a los ojos humanos, que representa el núcleo de todo. La oración de Jesús es una realidad misteriosa, de la que solo intuimos algo, pero que permite leer en la justa perspectiva toda su misión. En esas horas solitarias −antes del alba o en la noche−, Jesús se sumerge en su intimidad con el Padre, es decir en el Amor que toda alma ansía. Es lo que se ve desde los primeros días de su ministerio público.
Un sábado, por ejemplo, la pequeña ciudad de Cafarnaún se transforma en un “hospital de campaña”: después del atardecer llevan a Jesús a todos los enfermos, y Él los cura. Pero, antes del alba, Jesús desaparece: se retira a un lugar solitario y reza. Simón y los otros lo buscan y cuando lo encuentran, le dicen: “¡Todos te buscan!”. ¿Qué responde Jesús?: “Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he venido” (cfr. Mc 1,35-38). Jesús siempre está más allá, más allá en la oración con el Padre y más allá, en otros pueblos, en otros horizontes para ir a predicar…
La oración es el timón que guía la ruta de Jesús. Las etapas de su misión no son dictadas por los éxitos, ni el consenso, ni esa frase seductora “todos te buscan”. La que traza el camino de Jesús es la vía menos cómoda, pero que obedece a la inspiración del Padre, que Jesús escucha y acoge en su oración solitaria.
El Catecismo afirma: «Con su oración, Jesús nos enseña a orar» (n. 2607). Por eso, del ejemplo de Jesús podemos extraer algunas características de la oración cristiana.
Ante todo posee una primacía: es el primer deseo del día, algo que se practica al alba, antes de que el mundo se despierte. Restituye un alma a lo que de otra manera se quedaría sin aliento. Un día vivido sin oración corre el riesgo de transformarse en una experiencia molesta, o aburrida: todo lo que nos sucede podría convertirse para nosotros en un destino mal soportado y ciego. Jesús en cambio educa en la obediencia a la realidad y por tanto a la escucha. La oración es sobre todo escucha y encuentro con Dios. Los problemas de todos los días, entonces, no se convierten en obstáculos, sino en llamadas de Dios mismo a escuchar y encontrar a quien está delante. Las pruebas de la vida se transforman así en ocasiones para crecer en la fe y en la caridad. El camino diario, incluidas las fatigas, adquiere la perspectiva de una “vocación”. La oración tiene el poder de transformar en bien lo que, de otro modo, en la vida sería una condena; la oración tiene el poder de abrir un horizonte grande a la mente y de agrandar el corazón.
En segundo lugar, la oración es un arte que se debe practicar con insistencia. Jesús mismo nos dice: llamad, llamad, llamad. Todos somos capaces de oraciones episódicas, que nacen de la emoción de un momento; pero Jesús nos educa en otro tipo de oración: la que observa una disciplina, un ejercicio y se asume dentro de una regla de vida. Una oración perseverante produce una transformación progresiva, hace fuertes en los períodos de tribulación, da la gracia para ser sostenidos por Aquel que nos ama y nos protege siempre.
Otra característica de la oración de Jesús es la soledad. Quien reza no se evade del mundo, pero prefiere los lugares desiertos. Allí, en el silencio, pueden surgir muchas voces que escondemos en la intimidad: los deseos más reprimidos, las verdades que nos obstinamos en ahogar, etc. Y sobre todo, en el silencio habla Dios. Toda persona necesita de un espacio para sí misma, donde cultivar su vida interior, donde las acciones encuentran sentido. Sin vida interior nos convertimos en superficiales, inquietos, ansiosos: ¡qué daño nos hace la ansiedad! Por eso tenemos que ir a la oración; sin vida interior huimos de la realidad, y también huimos de nosotros mismos, somos hombres y mujeres siempre en fuga.
Finalmente, la oración de Jesús es el lugar donde se percibe que todo viene de Dios y Él vuelve. A veces nosotros los seres humanos nos creemos dueños de todo, o al contrario perdemos toda estima por nosotros mismos, vamos de un lado para otro. La oración nos ayuda a encontrar la dimensión adecuada, en la relación con Dios, nuestro Padre, y con toda la creación. Y la oración de Jesús finalmente es abandonarse en las manos del Padre, como Jesús en el huerto de los olivos, en aquella angustia: “Padre si es posible…, pero que se haga tu voluntad”. El abandono en las manos del Padre. Es bueno cuando estamos inquietos, un poco preocupados, y el Espíritu Santo nos transforma desde dentro y nos lleva a ese abandono en las manos del Padre: “Padre, que se haga tu voluntad”.
Queridos hermanos y hermanas, redescubramos, en el Evangelio, Jesucristo como maestro de oración, y sigamos su ejemplo. Os aseguro que encontraremos la alegría y la paz.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. Cristo nos revela que su secreto está en la oración, que tiene el poder de transformar en bien y dar vida a lo que parece destinado a fracasar. Aprendamos, en la escuela de Jesús, a retirarnos al silencio de la oración para ofrecer con Él al Padre las dificultades y sufrimientos del mundo. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. En este mes de noviembre rezamos especialmente por las personas queridas que nos han dejado y por todos los difuntos, para que el Señor, en su misericordia, los acoja en el banquete de la vida eterna. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría del Señor Jesucristo. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua alemana. Os invito a volver cada vez con confianza a la fuente de la oración y a sacar de ese diálogo con Dios fuerza y esperanza para vuestra misión cotidiana. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española que siguen esta catequesis a través de los medios de comunicación. Pidamos a Jesús que nos ayude a redescubrirlo –a través de la lectura orante y cotidiana del Evangelio– como maestro de oración, y dispongámonos a aprender en su escuela. Así encontraremos la alegría y la paz, que solamente Él nos puede dar. Que Dios los bendiga.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua portuguesa. Os animo a experimentar que la oración es una respuesta del corazón que se abre a Dios de tú a tú, donde se acallan todas las voces para escuchar la suave voz del Señor que resuena en el silencio. ¡Con mucho gusto os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos!
Saludo a los fieles de lengua árabe. Cuando rezamos, abrimos nuestro corazón a Dios para que pueda purificarlo. Recordemos las palabras del Señor recogidas en el Libro de Ezequiel: «Os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo, [...] y haré que caminéis según mis preceptos» (Ez 36,26-27). ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a todos los polacos. Durante esta semana, en toda Polonia, la oración común “Rosario hasta los confines del cielo” une a vuestras familias y parroquias. Que esa súplica elevada al cielo por intercesión de la Virgen del Rosario obtenga la curación de las heridas causadas por la pérdida de los niños no nacidos, el perdón de los pecados, el don de la reconciliación e infunda en vuestros corazones la esperanza y la paz. Os bendigo de corazón.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. Hoy se celebra la memoria litúrgica de San Carlos Borromeo, pastor solícito, completamente dedicado al bien del pueblo. Os animo a hacer vuestra aquella virtud que este gran Arzobispo de Milán escogió como lema propio: humilitas. Que la humildad constituya la actitud con que buscáis y servís la Verdad y el Bien.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Animo a todos a ofrecer un sincero testimonio del primado de la oración en la vida de los creyentes. ¡La oración es siempre fuente de esperanza y de consuelo!
En estos días de oración por los difuntos, hemos recordado y recordamos de nuevo a las víctimas indefensas del terrorismo, cuya exacerbación de crueldad se está difundiendo en Europa. Pienso, en particular, en el grave atentado de los días pasados en Niza en un lugar de culto y el de antes de ayer en las calles de Viena, que han provocado consternación y reprobación en la población y en quienes se preocupan por la paz y el diálogo. Encomiendo a la misericordia de Dios a las personas trágicamente desaparecidas y expreso mi cercanía espiritual a sus familiares y a todos aquellos que sufren por causa de estos actos deplorables, que tratan de complicar, con la violencia y el odio, la colaboración fraterna entre las religiones
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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