Durante la Audiencia general de hoy, el Santo Padre ha concluido su catequesis sobre los Salmos en la que ha partido de la figura del “impío”, es decir, de aquella persona que vive como si Dios no existiera
También ha hablado del “ateísmo” que practica quien reza, pero no reconoce la persona humana como imagen de Dios, y que es “la peor ofensa que se puede llevar al templo y al altar”
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy completamos nuestra catequesis sobre la oración en los salmos, con una figura que presentan a menudo: el impío. Es aquél que vive como si Dios no existiese y cerrado a la trascendencia. Por el contrario, los salmos nos muestran la oración como algo fundamental, que nos abre al absoluto, evitando que nos dejemos llevar por la voracidad predadora y poder así llegar a ser plenamente humanos.
Existe por desgracia una oración falsa, en la que se busca ser admirados, cubrir las propias necesidades o encontrar consuelo. Esa oración, en la que el hermano no está presente, que es egoísta, no es una oración cristiana. Como vemos en el Padrenuestro, el otro se hace importante y nosotros responsables. Por eso, hallamos en los salmos tanto oraciones íntimas, como comunitarias, de modo que la plegaria personal se alimenta de la litúrgica y viceversa. Ambas se convierten en patrimonio de todos.
En definitiva, donde está Dios debe estar el prójimo. Quien dice amar a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso, y por eso los salmos nos los presentan continuamente, para que veamos en ellos la imagen que Dios ha impreso de sí mismo en cada uno de nosotros. Nos recuerdan que Dios escucha el grito de los pobres, nos amonestan sobre el peligro de poner nuestra confianza en las riquezas y abren nuestra mente a su diseño de salvación que está por encima de los planes de las naciones.
Hoy tenemos que cambiar un poco la forma de la audiencia a causa del coronavirus. Vosotros estáis separados, también con la protección de la mascarilla y yo estoy aquí un poco distante y no puedo hacer lo que hago siempre, acercarme a vosotros, porque cada vez que me acerco, venís todos juntos y se pierde la distancia, y está el peligro para vosotros del contagio. Siento hacer esto pero es por vuestra seguridad. En vez de acercarme y darnos la mano y saludar, nos saludamos desde lejos, pero sabed que estoy cerca de vosotros con el corazón. Espero que entendáis por qué hago esto. Por otro lado, mientras los lectores leían el pasaje evangélico, me ha llamado la atención ese niño o niña que lloraba. Veía a la madre que le acunaba y le amamantaba y he pensado: “así hace Dios con nosotros, como esa madre”. Con cuánta ternura trataba de mecer al niño, de amamantarlo. Son imágenes bellísimas. Y cuando en la iglesia pasa eso, cuando un niño llora, se sabe que ahí está la ternura de una madre, como hoy, está la ternura de una madre que es el símbolo de la ternura de Dios con nosotros. Nunca callar a un niño que llora en la iglesia, nunca, porque es la voz que atrae la ternura de Dios. Gracias por tu testimonio.
Completamos hoy la catequesis sobre la oración de los Salmos. Ante todo notamos que en los Salmos aparece a menudo una figura negativa, la del “impío”, es decir aquel o aquella que vive como si Dios no existiera. Es la persona sin ninguna referencia a lo trascendente, sin ningún freno a su arrogancia, que no teme los juicios sobre lo que piensa y lo que hace. Por esa razón el Salterio presenta la oración como la realidad fundamental de la vida. La referencia al absoluto y al trascendente −que los maestros de ascética llaman el “sagrado temor de Dios”− es lo que nos hace plenamente humanos, es el límite que nos salva de nosotros mismos, impidiendo que nos abalancemos sobre esta vida de forma rapaz y voraz. La oración es la salvación del ser humano.
Claro que existe también una oración falsa, una oración hecha solo para ser admirados por los demás. Ese o esos que van a misa solo para demostrar que son católicos o para enseñar el último modelo que han comprado, o para quedar bien socialmente. Van a una oración falsa. Jesús advirtió fuertemente sobre esto (cfr. Mt 6,5-6; Lc 9,14). Pero cuando el verdadero espíritu de oración es acogido con sinceridad y llega al corazón, entonces esta nos hace contemplar la realidad con los ojos mismos de Dios.
Cuando se reza, todo adquiere “espesor”. Es curioso esto en la oración: quizá empezamos con algo sutil pero en la oración adquiere espesor, adquiere peso, como si Dios lo tomara en sus manos y lo transformase. El peor servicio que se puede prestar, a Dios y también al hombre, es rezar cansinamente, como de manera rutinaria. Rezar como papagayos. No, se reza con el corazón. La oración es el centro de la vida. Si hay oración, también el hermano, la hermana, hasta el enemigo, se vuelve importante. Un antiguo dicho de los primeros monjes cristianos dice así: «Bienaventurado el monje que, después de Dios, considera a todos los hombres como Dios» (Evagrio Póntico, Tratado sobre la oración, n. 123). Quien adora a Dios, ama a sus hijos. Quien respeta a Dios, respeta a los seres humanos.
Por eso, la oración no es un calmante para aliviar las ansiedades de la vida; o, en todo caso, una oración de ese tipo no es en absoluto cristiana. Más bien la oración nos responsabiliza a cada uno. Lo vemos claramente en el “Padre nuestro”, que Jesús enseñó a sus discípulos. Para aprender ese modo de rezar, el Salterio es una gran escuela. Hemos visto cómo los salmos no usan siempre palabras refinadas y amables, y a menudo llevan impresas las cicatrices de la existencia. Sin embargo, todas esas oraciones fueron usadas primero en el Templo de Jerusalén y luego en las sinagogas; también las más íntimas y personales. Así se expresa el Catecismo de la Iglesia Católica: «Las múltiples expresiones de oración de los Salmos se hacen realidad viva tanto en la liturgia del templo como en el corazón del hombre» (n. 2588). Y así la oración personal se alimenta de la del pueblo de Israel, primero, y de la del pueblo de la Iglesia, después.
También los salmos en primera persona singular, que confían los pensamientos y los problemas más íntimos de un individuo, son patrimonio colectivo, hasta ser rezados por todos y para todos. La oración de los cristianos tiene ese “aire”, esa “tensión” espiritual que mantiene unidos el templo y el mundo. La oración puede comenzar en la penumbra de una nave, pero luego termina su recorrido por las calles de la ciudad. Y viceversa, puede brotar durante las ocupaciones diarias y encontrar cumplimiento en la liturgia. Las puertas de las iglesias no son barreras, sino “membranas” permeables, listas para recoger el grito de todos.
En la oración del Salterio el mundo está siempre presente. Los salmos, por ejemplo, dan voz a la promesa divina de salvación de los más débiles: «Por la opresión de los humildes, por el gemido de los pobres, ahora me alzo yo, dice Yahveh: auxilio traigo a quien por él suspira» (12,6). O advierten del peligro de las riquezas mundanas, porque «el hombre en la opulencia no comprende, a las bestias mudas se asemeja» (48, 21). O también abren el horizonte a la mirada de Dios sobre la historia: «Yahveh frustra el plan de las naciones, hace vanos los proyectos de los pueblos; mas el plan de Yahveh subsiste para siempre, los proyectos de su corazón por todas las edades» (33,10-11).
En resumen, donde está Dios, también debe estar el hombre. La Sagrada Escritura es categórica: «Nosotros amamos, porque él nos amó primero» (1Jn 4,19). Él siempre va antes que nosotros. Él nos espera siempre porque nos ama primero, nos mira primero, nos entiende primero. Él nos espera siempre. «Si alguno dice “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1Jn 4,20). Si rezas muchos rosarios al día pero luego chismorreas sobre los otros, y después tienes rencor dentro, tienes odio contra los demás, eso es puro artificio, no es verdad. «Y hemos recibido de Él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1Jn 4,21). La Escritura admite el caso de una persona que, incluso buscando sinceramente a Dios, nunca logra encontrarlo; pero afirma también que las lágrimas de los pobres nunca se pueden negar, so pena de no encontrar a Dios. Dios no soporta el “ateísmo” de quien niega la imagen divina impresa en todo ser humano. Ese ateísmo de todos los días: creo en Dios pero con los otros mantengo la distancia y me permito odiar a los demás. Eso es ateísmo práctico. No reconocer la persona humana como imagen de Dios es un sacrilegio, es una abominación, es la peor ofensa que se puede llevar al templo y al altar.
Queridos hermanos y hermanas, que la oración de los salmos nos ayude a no caer en la tentación de la “impiedad”, es decir de vivir, y quizá hasta rezar, como si Dios no existiera, y como si los pobres no existieran.
Me alegra saludar a las personas de lengua francesa; en particular a los peregrinos de Toulouse, con su Arzobispo Monseñor Le Gall. La oración de los Salmos es escuela de encuentro con Dios y de responsabilidad para con los pobres y débiles. Pidamos la gracia de poner a Dios y a la persona humana en el centro de nuestra oración. ¡A todos mi bendición!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de Cristo. ¡Dios os bendiga!
Con afecto doy la bienvenida a los peregrinos de lengua alemana. El mes misionero de octubre nos recuerda que en la oración el mundo debe estar siempre presente. La primera misión es la oración, nuestro trato con el Señor, que hace fecundo el compromiso por el Evangelio y la salvación de las personas humanas, especialmente de los pobres. Pidamos al Señor que seamos de verdad discípulos misioneros.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor que, a través de la oración de los salmos, nos veamos libres de la tentación de la impiedad, es decir: de vivir −e incluso rezar− como si Dios no existiera, como si el hermano no existiera. La oración es el antídoto a toda indiferencia. Que el Señor los bendiga.
Saludo a los peregrinos y oyentes de lengua portuguesa. Recuerdo a todos que la oración abre la puerta de nuestra vida a Dios. Y Dios nos enseña a salir de nosotros mismos para ir al encuentro de cuantos sufren, dándoles consuelo, esperanza y apoyo. De corazón os bendigo en el nombre del Señor.
Saludo a los fieles de lengua árabe. Es importante no dejar de rezar. Porque sin la oración no se puede tener un trato con Dios. La oración es el medio por el que nuestra alma se acerca a su Creador. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a todos los polacos. Mañana celebramos la memoria litúrgica de San Juan Pablo II, en el año jubilar del Centenario de su nacimiento. Él, hombre de espiritualidad profunda, cada día contemplaba el rostro luminoso de Dios en la oración litúrgica y en la meditación de los Salmos. Animaba también a todos los cristianos a comenzar las jornadas con laudes al Señor, antes de emprender las no siempre fáciles vías de la vida cotidiana. Os bendigo de corazón.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. El mes de octubre, mes misionero, representa una urgente invitación para los cristianos a sentirse todos responsables en la difusión del Reino de Dios. Sed valientes al anunciar con las palabras y con el ejemplo el mensaje evangélico, en todo ambiente.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Que sepáis acoger también los momentos difíciles y tristes de la vida, uniéndoos al sacrificio de la Cruz. Mediante la unión espiritual a Jesús y la oración a la Trinidad, seréis cooperadores de la misión evangelizadora de la Iglesia.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya
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