Concluyendo con las catequesis sobre sanar el mundo, el Santo Padre ha exhortado a “regenerar la sociedad y no volver a la llamada ‘normalidad’, porque esta normalidad estaba enferma de injusticias, desigualdades y degrado ambiental”
El Papa ha recordado durante la Audiencia general el camino recorrido durante las catequesis de estos meses sobre cómo sanar el mundo que sufre “por un malestar que la pandemia ha evidenciado y acentuado”.
Queridos hermanos y hermanas:
En las catequesis anteriores hemos reflexionado, a la luz del Evangelio, sobre cómo curar el mundo que sufre. Los caminos a seguir son la solidaridad y la subsidiariedad, indispensables para promover la dignidad humana y el bien común. Como discípulos de Jesús, seguimos su ejemplo optando por los pobres, haciendo un uso adecuado de los bienes y cuidando nuestra casa común.
Como vemos en el Evangelio, Jesús curó enfermos de todo tipo y, cuando curaba los males físicos, sanaba también el espíritu con el perdón de los pecados, así como los “dolores sociales”, incluyendo a los marginados. También a nosotros Jesús nos concede los dones necesarios para amar y curar como Él lo hizo, acogiendo a todos sin distinción de raza, lengua o nación.
En medio de la pandemia que nos aflige, comprobamos cómo un pequeño virus continúa causando heridas profundas y desenmascarando nuestra fragilidad física, social y espiritual. También pone en evidencia la desigualdad que reina en el mundo, que ha hecho crecer en muchas personas la incertidumbre, la angustia y la falta de esperanza. En este contexto, con la mirada fija en Jesús, estamos llamados a construir la normalidad del Reino de Dios: donde el pan llega a todos y sobra, y la organización social se basa en contribuir, compartir y distribuir.
En las últimas semanas hemos reflexionado juntos, a la luz del Evangelio, sobre cómo curar al mundo que sufre un mal que la pandemia ha puesto de relieve y acentuado. El malestar estaba ahí: la pandemia lo ha resaltado más, lo ha acentuado. Hemos recorrido los caminos de la dignidad, la solidaridad y la subsidiariedad, vías indispensables para promover la dignidad humana y el bien común. Y como discípulos de Jesús, nos hemos propuesto seguir sus pasos optando por los pobres, repensando el uso de los bienes y cuidando la casa común. En medio de la pandemia que nos aflige, nos hemos anclado en los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, dejándonos guiar por la fe, la esperanza y la caridad. Ahí hemos encontrado una ayuda sólida para ser agentes de transformación que sueñan en grande, que no se detienen en las mezquindades que dividen e hieren, sino que animan a generar un mundo nuevo y mejor.
Quisiera que este camino no termine con estas catequesis mías, sino que podamos seguir caminando juntos, “manteniendo la mirada fija en Jesús” (Hb 12,2), como hemos escuchado al principio; mirar a Jesús que salva y sana al mundo. Como muestra el Evangelio, Jesús sanó a todo tipo de enfermos (cfr. Mt 9,35), dio vista a los ciegos, habla a los mudos, oído a los sordos. Y cuando curaba enfermedades y dolencias físicas, también sanaba el espíritu perdonando los pecados, porque Jesús perdona siempre, hasta los “dolores sociales” incluyendo a los marginados (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1421). Jesús, que renueva y reconcilia a toda criatura (cfr. 2Co 5,17; Col 1,19-20), nos da los dones necesarios para amar y sanar como Él sabía hacerlo (cfr. Lc 10,1-9; Jn 15,9-17), para cuidar de todos sin distinción de raza, lengua o nación.
Para que eso suceda realmente, necesitamos contemplar y apreciar la belleza de cada ser humano y de cada criatura. Hemos sido concebidos en el corazón de Dios (cfr. Ef 1,3-5). “Cada uno de nosotros es fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario” (Benedicto XVI, Homilía en el inicio del ministerio petrino, 24-IV-2005; cfr. Laudato si’, 65). Además, toda criatura tiene algo que decirnos acerca del Dios creador (cfr. Laudato si', 69,239). Reconocer esa verdad y dar gracias por los vínculos íntimos de nuestra comunión universal con todas las personas y con todas las criaturas, activa “un cuidado generoso y lleno de ternura” (ibíd., 220). Y también nos ayuda a reconocer a Cristo presente en nuestros hermanos y hermanas pobres y que sufren, a encontrarnos con ellos y escuchar su clamor y el clamor de la tierra que se hace eco (cfr. ibíd., 49).
Movilizados internamente por esos gritos que nos exigen otro camino (cfr. ibíd., 53), el grito del cambio, podremos contribuir a la curación de las relaciones con nuestros dones y capacidades (cfr. ibíd., 19). Seremos capaces de regenerar la sociedad y no volver a la llamada “normalidad”, que es una normalidad enferma, o más bien ya enferma antes de la pandemia: ¡la pandemia la ha desenmascarado! “Ahora volvamos a la normalidad”: no, eso no, porque esa normalidad estaba enferma de injusticias, desigualdades y degradación ambiental. La normalidad a la que estamos llamados es la del Reino de Dios, donde “los ciegos recuperan la vista, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia el Evangelio” (Mt 11,5). Y nadie se hace el tonto mirando a otro lado. Eso es lo que debemos hacer para cambiar. En la normalidad del Reino de Dios, el pan da para todos y sobra, la organización social se basa en contribuir, compartir y distribuir, no en poseer, excluir y acumular (cfr. Mt 14,13-21). El gesto que hace que avancen una sociedad, una familia, un barrio, una ciudad, todos, es darse, dar, que no es dar limosna, sino un darse que sale del corazón. Un gesto que aleja el egoísmo y el ansia de poseer. Pero la forma cristiana de hacerlo no es de modo mecánico: es de modo humano. Nunca podremos salir mecánicamente de la crisis surgida de la pandemia, con nuevas herramientas −que son muy importantes, nos hacen avanzar y a las que no debemos temer−, pero sabiendo que los medios más sofisticados podrán hacer muchas cosas pero hay una que no podrán hacer: la ternura. Y la ternura es la señal propia de la presencia de Jesús: ese acercarse al prójimo para caminar, curar, ayudar, sacrificarse por el otro.
Por eso es importante la normalidad del Reino de Dios: el pan llega a todos, la organización social se basa en aportar, compartir y distribuir, con ternura, no en poseer, excluir y acumular. ¡Porque al final de la vida no nos llevaremos nada a la otra vida!
Un pequeño virus sigue causando heridas profundas y desenmascara nuestras vulnerabilidades físicas, sociales y espirituales. Ha expuesto la gran desigualdad que reina en el mundo: desigualdad de oportunidades, de bienes, de acceso a la salud, a la tecnología, a la educación −millones de niños no pueden ir a la escuela−, etc. Estas injusticias no son naturales ni inevitables. Son obra del hombre, provienen de un modelo de crecimiento desarraigado de los valores más profundos. El desperdicio de la comida, tirar la comida que sobra: con esas sobras se puede alimentar a todos. Y eso ha hecho que muchos pierdan la esperanza y haya aumentado la incertidumbre y la angustia. Por eso, para salir de la pandemia, debemos encontrar la cura no solo para el coronavirus −¡que es importante!−, sino también para los grandes virus humanos y socioeconómicos. No esconderlos, no darles una mano de pintura para que no se vean. Y ciertamente no podemos esperar que el modelo económico que subyace al desarrollo injusto e insostenible resuelva nuestros problemas. No lo ha hecho y no lo hará, porque no puede hacerlo, aunque ciertos falsos profetas continúen prometiendo “el efecto cascada” que nunca llega (“Trickle-down effect” en inglés, “derrame” en español: cfr. Evangelii gaudium, 54). Habéis oído, el teorema del vaso: lo importante es que el vaso se llene y luego caiga sobre los pobres y los demás, y reciban riquezas. Pero se da un fenómeno: el vaso comienza a llenarse y cuando está casi lleno crece, crece y crece, y la cascada nunca se produce. Hay que estar atentos.
Debemos ponernos manos a la obra urgentemente para generar buenas políticas, diseñar sistemas de organización social en los que se premie la participación, el cuidado y la generosidad, más que la indiferencia, la explotación y los intereses particulares. Debemos ir adelante con ternura. Una sociedad solidaria y justa es una sociedad más saludable. Una sociedad participativa −donde los “últimos” sean considerados como los “primeros”− fortalece la comunión. Una sociedad donde se respeta la diversidad es mucho más resistente a cualquier tipo de virus.
Ponemos este camino de curación bajo la protección de la Virgen María, Nuestra Señora de la Salud. Que Ella, que llevó a Jesús en su seno, nos ayude a tener confianza. Animados por el Espíritu Santo, podremos trabajar juntos por el Reino de Dios que Cristo inauguró en este mundo al venir a nosotros. Es un reino de luz en medio de las tinieblas, de justicia en medio de tantos atropellos, de alegría en medio de tantos dolores, de curación y salvación en medio de la enfermedad y la muerte, de ternura en medio del odio. Que Dios nos conceda “viralizar” el amor y globalizar la esperanza a la luz de la fe.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa. Hermanos y hermanas, bajo la protección de la Virgen María pongámonos manos a la obra, cada uno según sus propios medios, para crear a nuestro alrededor una sociedad en la que los últimos sean considerados como los primeros. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa; en particular, a los nuevos seminaristas venidos a Roma para iniciar su camino de formación y a los diáconos del Pontificio Colegio del Norte. Que el Señor apoye sus esfuerzos por ser fieles servidores del evangelio. Sobre vosotros y vuestras familias invoco el gozo y la paz del Señor Jesucristo. ¡Dios os bendiga!
(en alemán) En unos días celebraremos la fiesta de los Ángeles Custodios. Acudamos a ellos con frecuencia en la oración, para que nos socorran en todas las situaciones de nuestra vida y nos ayuden a mantener la mirada fija en Jesús, nuestra única salvación.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. De modo particular, saludo al grupo de sacerdotes del Pontificio Colegio Mexicano, que siguen aquí en Roma su formación integral, para conformarse cada día más a Cristo Buen Pastor. Hoy hacemos memoria de san Jerónimo, un estudioso apasionado de la Sagrada Escritura, que hizo de ella el motor y el alimento de su vida. Que su ejemplo nos ayude también a nosotros a leer y conocer la Palabra de Dios, «porque ignorar las Escrituras −decía él− es ignorar a Cristo». Que el Señor los bendiga.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua portuguesa. Hoy celebramos la memoria de San Jerónimo, quien nos recuerda que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo. Queridos amigos, haced con gusto de la Biblia el alimento diario de vuestro diálogo con el Señor, y así os convertiréis en colaboradores cada vez más dispuestos a trabajar por el Reino que Cristo ha inaugurado en este mundo. ¡Dios os bendiga a ti y a vuestros seres queridos!
Saludo a los fieles de habla árabe. Miremos a Cristo con valentía, contemplando su vida y trabajando juntos por su Reino, que inauguró en este mundo al venir a nosotros. Un Reino de luz en medio de las tinieblas, de justicia en medio de tantos atropellos, de alegría en medio de tantos dolores, de curación y salvación en medio de la enfermedad y la muerte. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los polacos. Queridos hermanos y hermanas, estamos a punto de entrar en el mes de octubre, tradicionalmente dedicado a la Virgen del Rosario. Sed fieles a vuestra costumbre de rezar el rosario en vuestras comunidades y, sobre todo, en familia. Al meditar cada día sobre los misterios de la vida de María a la luz de la obra salvadora de su Hijo, hacedla partícipe de vuestras alegrías, preocupaciones y momentos de felicidad. ¡Por sus manos Dios os bendiga!
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. Que el Señor os obtenga el bien que vuestro corazón desea para vosotros y para los que os rodean en el camino de la vida.
Finalmente, mi pensamiento se dirige, como de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Que cada uno, en la situación en que se encuentre, sepa ser generoso tanto en el compromiso por un futuro mejor, en la aceptación de la prueba y el sufrimiento, como en el amor mutuo por la construcción de una familia armoniosa y verdadera.
* * *
Hoy he firmado la Carta Apostólica “Sacræ Scripturæ Effectus”, en el XVI centenario de la muerte de San Jerónimo. Que el ejemplo de este gran doctor y padre de la Iglesia, que puso la Biblia en el centro de su vida, despierte en todos un amor renovado por la Sagrada Escritura y el deseo de vivir en diálogo personal con la Palabra de Dios.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya
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