La tecnología nos permite implicarnos de una manera diferente y nos hace más disponibles, pero el cómo usemos esa capacidad depende de qué es lo que realmente valoramos
Un asunto que llama poderosamente mi atención desde hace muchos años es cómo el desarrollo tecnológico ha ido transformando muchos ámbitos de la sociedad y de la vida humana; en particular, cómo la tecnología va cambiando las formas en que las personas nos relacionamos. Esto es particularmente llamativo en el caso de los teléfonos móviles que tanto impacto han tenido en nuestra vida, a pesar de tratarse de un invento relativamente reciente.
Suele decirse que el espectacular éxito de los celulares de Nokia en los años noventa del siglo pasado tuvo su origen en la timidez de los jóvenes finlandeses, que descubrieron que los primeros pasos de la amistad y del amor eran muchísimo más fáciles por sms. El teléfono móvil les permitía prescindir de la rígida norma tradicional que requería la presentación por parte de una tercera persona. Algo parecido ocurre todavía en España: ¡cuántos y cuántas que no se atreven a abordar directamente a una compañera de curso, se sienten mucho más “sueltos” a través de un breve mensaje de whatsapp o por instagram!
Las nuevas tecnologías alteran nuestras costumbres en el ámbito comunicativo y en muchos otros campos. A mí no deja de impresionarme la creciente impuntualidad o la cancelación de citas formalmente acordadas, enviando simplemente un mensaje con el móvil. Para concretar una actividad festiva el siguiente sábado, mis estudiantes se cruzan docenas de mensajes, confirmando, anulando y reconfirmando; ya no basta haber fijado la reunión en el fin de semana anterior.
«Quien me quiere me envía un whatsapp o al menos me pone un like» parece ser uno de los lemas de nuestro tiempo entre la gente joven. Lo malo es que al darle la vuelta queda así: «Si no me ponen un like o no me wasapean es que no me quieren! ¡Son malos!». A un adulto puede parecerle casi grotesca la importancia que los jóvenes asignan a esas respuestas, pero es realmente el mundo en el que viven ellos. Cada vez son más los padres que escuchan de sus hijos −o mejor, que leen de sus hijos en su móvil− un «No me dejes en leído!!!» como un grito desesperado reclamando cariño y atención.
En el New York Times del 1 de septiembre me interesó una entrevista con Melissa Mazmanian a propósito de su reciente libro «Dreams of the Overworked: Living, Working, and Parenting in the Digital Age» [Sueños de los desbordados por el trabajo: vivir, trabajar y ser padres en la era digital], en coautoría con Christine Beckman. Mazmanian venía a decir que es muy fácil echar la culpa a la tecnología de los problemas de nuestra sociedad. La tecnología nos permite implicarnos de una manera diferente y nos hace más disponibles, pero el cómo usemos esa capacidad depende de qué es lo que realmente valoramos. «Hemos desarrollado una sociedad −concluía Mazmanian− en la que estar pendiente de todo, responder a cada uno y estar siempre disponible está codificado como respeto, amor y cuidado». Me impresionó esta última afirmación, que me parece del todo lúcida. Ser un buen padre o madre ahora implica, además de todo lo que incluía antes, el responder prontamente a los mensajes de los hijos por cualquiera de los medios tecnológicos por los que los envíen: no basta con dejarlos en leídos, hay que responder pronta y positivamente.
Cuando era estudiante universitario en Valencia a mediados de los 70 del siglo pasado, mi padre desde Barcelona me escribía una carta cada semana por correo postal y mi madre al pie añadía “Un fuerte abrazo”. Nunca hablábamos por teléfono, salvo para dar noticia de algún fallecimiento o cosas así. Se consideraba que el teléfono era caro y solo debía utilizarse para casos de emergencia. Recuerdo, por ejemplo, la llamada de mi madre el 20 de diciembre de 1973, después del asesinato del vicepresidente del gobierno Carrero Blanco, encareciéndome que tuviera cuidado y no saliera de casa.
En contraste con esto, casi todos mis alumnos realizan diariamente videollamadas a su casa que, además, les resultan gratis. Me parece que puede afirmarse con rotundidad que la facilidad actual de comunicación es una ventaja maravillosa, una mejora indudable, pero que requiere, por supuesto, más tiempo y atención. Hoy en día ya no basta con los besos y abrazos, ahora hay que responder pronta y adecuadamente a través de los medios tecnológicos a nuestro alcance.
Lo que quiero destacar es que el cariño debe ser inteligente y en esta época digital no podemos dejar en leído a quienes queremos, pues entenderán que no les queremos suficiente y no les faltará razón.