Ellos no lo saben todavía, pero nosotros sabemos que todas las cruces representan la misma cruz, la única
Este verano me soltaron una barbaridad delante de mis hijos y contesté con una cortesía. Algunos me lo afearon, pensando que tendría que haber sido más contundente, pero objeté que soy del mismo pueblo que don Pedro Muñoz Seca, que comentó con los que se disponían a fusilarle: "Me temo que no tienen ustedes intención de incluirme en el círculo de sus amistades". Antes, cuando el siniestro Gálvez pasaba por la cárcel, decía a voz en grito, señalándole: "A éste no me lo matéis, que a éste lo mato yo"; a lo que Muñoz Seca contestaba con una ceremoniosa inclinación de cabeza: "Muy honrado, Gálvez, muy honrado".
Aunque mi talante está con don Pedro, aún me admira más la frase de Ramiro de Maeztu, que explicó a los que le fusilaban: "Vosotros no sabéis por qué me matáis, yo sí sé por qué muero, porque vuestros hijos sean mejores que vosotros", que es una variación muy lograda del "Perdónalos porque no saben lo que hacen". Es la que me viene a la memoria (histórica) ante la intención gubernamental de expulsar a los benedictinos de El Valle de los Caídos, reconvertirlo en un cementerio civil y destruir la mayor cruz del mundo. Yo sí sé por qué lo hacen, aunque ellos tengan unas justificaciones confusas, retóricas y demoscópicas.
En el fondo, en El Valle se sabe por qué se murió, mientras que la muerte es el gran abismo de la sociedad presente y sus políticos. Con un extraño vértigo no pueden soportar su falta de sentido, pero están imantados. Han sido incapaces de tratar con dignidad a las decenas de miles de víctimas del Covid, proponen la eutanasia ¡en estos momentos! como medida estelar, predican el aborto como derecho, y quieren entrar a saco en un viejo cementerio para "resignificarlo". Necesitan quitar la cruz, y lo hacen público al día siguiente de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, porque ella se enfrenta al vacío, y sienten que sólo cuando el vacío sea completo podrán descansar, al fin.
Por eso, la cruz del Valle no será la última que les desazonará. También la que yo llevo colgada en mi pecho. La que tantos. Quizá ellos ahora no lo saben todavía, pero nosotros sí. Todas las cruces representan la misma cruz, la única. No sé cómo podría defender yo la gran cruz de El Valle, pero, cuando vengan a por la de mi pecho y les informe que de ahí no la tocan, podré −gracias al privilegio de defenderla− decirles de corazón: "Muy honrado, señores, muy honrado".