Durante la catequesis de hoy, el Papa se ha referido al hecho de que este tiempo en que como humanidad enfrentamos la pandemia del Covid-19, podría ser un momento oportuno porque “podemos salir mejores si buscamos todos juntos el bien común, si hacemos lo contrario, saldremos peor”
Queridos hermanos y hermanas:
La crisis que estamos viviendo a causa de la pandemia nos afecta a todos. Para superar este momento difícil deberíamos buscar entre todos el bien común. Pero vemos que algunos, lamentablemente, lo que buscan es aprovecharse para obtener ventajas económicas o políticas. Otros intentan dividir y fomentar conflictos, y también hay personas que permanecen indiferentes ante el sufrimiento de los demás.
La respuesta cristiana a esta situación es el amor y la búsqueda del bien común. El amor verdadero cura, sana, nos hace libres, nos hace fecundos, es expansivo e inclusivo. Amar como Dios nos ama no es fácil, pero es un arte que podemos aprender y mejorar. Porque no se trata de amar sólo a quien me ama, a mi familia, a mis amigos; sino a todos, incluso a los que no me conocen, a los extranjeros, o a quienes me han hecho sufrir. El amor verdadero también se extiende a las relaciones sociales, culturales, económicas y políticas, así como a la relación con la naturaleza.
El coronavirus nos muestra que el bien para cada uno es un bien para todos, que la salud de cada persona es también un bien público. Por eso, una sociedad sana es la que se hace cargo de la salud de todos. Y a este virus −que no conoce fronteras ni hace distinciones sociales− es necesario que le respondamos con un amor generoso, sin límites, que no hace acepción de personas, que nos mueve a ser creativos y solidarios, y que hace surgir iniciativas concretas para el bien común.
La crisis que estamos viviendo a causa de la pandemia afecta a todos; podemos salir mejores si buscamos todos juntos el bien común; si no, saldremos peores. Desgraciadamente, asistimos al surgimiento de intereses partidistas. Por ejemplo, hay quienes quisieran apropiarse de posibles soluciones, como en el caso de las vacunas, para luego venderlas a otros. Algunos aprovechan la situación para fomentar divisiones: buscando ventajas económicas o políticas, generando o aumentando conflictos. Otros simplemente no se interesan por el sufrimiento ajeno, pasan de largo e siguen su camino (cfr. Lc 10,30-32). Son los devotos de Poncio Pilato, se lavan las manos.
La respuesta cristiana a la pandemia y a las consiguientes crisis socioeconómicas se basa en el amor, sobre todo en el amor de Dios que siempre nos precede (cfr. 1Jn 4,19). Él nos ama primero, siempre nos precede en el amor y en las soluciones. Él nos ama incondicionalmente, y cuando acogemos ese amor divino, entonces podemos responder de manera similar. Amo no solo a quien me ama: mi familia, mis amigos, mi grupo, sino también a los quien no me ama, también amo a los que no me conocen, también amo a los extranjeros, y también a los que me hacen sufrir o considero enemigos (cfr. Mt 5, 44). Esa es la sabiduría cristiana, esa es la actitud de Jesús. Y el punto más alto de la santidad, por así decirlo, es amar a los enemigos, y no es fácil. Claro que amar a todos, incluidos los enemigos, es difícil: ¡yo diría que es un arte! Pero un arte que se puede aprender y mejorar. El verdadero amor, que nos hace fecundos y libres, es siempre expansivo e inclusivo. Ese amor cura, sana y hace bien. Muchas veces una caricia hace más bien que muchos argumentos, una caricia de perdón y no tantas palabras para defenderse. Es el amor inclusivo el que sana.
Por tanto, el amor no se limita a las relaciones entre dos o tres personas, ni a los amigos, ni a la familia: va más allá. Comprende las relaciones cívicas y políticas (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1907-1912), incluida la relación con la naturaleza (Laudato si', 231). Por ser seres sociales y políticos, una de las más altas expresiones de amor es precisamente la social y política, decisiva para el desarrollo humano y para afrontar cualquier tipo de crisis (ibíd., 231). Sabemos que el amor hace fecundas las familias y las amistades; pero es bueno recordar que también fecunda las relaciones sociales, culturales, económicas y políticas, permitiéndonos construir una “civilización del amor”, como le gustaba decir a San Pablo VI (Mensaje para la X Jornada Mundial de la Paz, 1-I -1977) y luego a San Juan Pablo II. Sin esa inspiración predomina la cultura del egoísmo, la indiferencia, el descarte, o sea, descartar lo que no me gusta, lo que no puedo amar o lo que me parece inútil en la sociedad. Hoy al entrar una pareja me dijo: “Rece por nosotros porque tenemos un hijo discapacitado”. Les pregunté: “¿Cuántos años tienes? −Tantos. −¿Y qué hacéis? −Lo acompañamos, lo ayudamos”. Toda la vida de unos padres para ese niño discapacitado. Eso es amor. Y los enemigos, los adversarios políticos, según nuestra opinión, parecen estar política y socialmente discapacitados, lo parecen. Solo Dios sabe si lo están o no. Pero debemos amarlos, debemos dialogar, debemos construir esa civilización del amor, esa civilización política, social, de la unidad de toda la humanidad. Todo eso es lo contrario a las guerras, divisiones, envidias, también las guerras familiares. El amor inclusivo es social, es familiar, es político: ¡el amor lo impregna todo!
El coronavirus nos muestra que el verdadero bien para cada uno es el bien común, no solo individual y, viceversa, el bien común es un verdadero bien para la persona (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1905-1906). Si una persona busca solo su propio bien, es egoísta. En cambio, la persona es más persona, cuando su propio bien lo abre a todos, lo comparte. La salud, además de individual, también es un bien público. Una sociedad sana es la que cuida la salud de todos.
Un virus que no conoce barreras, fronteras o distinciones culturales ni políticas debe afrontarse con un amor sin barreras, fronteras ni distinciones. Ese amor puede generar estructuras sociales que nos animen a compartir más que a competir, que nos permitan incluir a los más vulnerables y no descartarlos, y que nos ayuden a expresar lo mejor de nuestra naturaleza humana y no lo peor. El verdadero amor no conoce la cultura del descarte, no sabe lo que es. En efecto, cuando amamos y generamos creatividad, cuando creamos confianza y solidaridad, es allí donde surgen iniciativas concretas por el bien común (cfr. San Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 38). Y esto es cierto tanto a nivel de pequeñas y grandes comunidades, como a nivel internacional. Lo que se hace en la familia, lo que se hace en el barrio, lo que se hace en el pueblo, lo que se hace en la gran ciudad e internacionalmente es lo mismo: es la misma semilla que crece y da fruto. Si en la familia o en el barrio comienzas con la envidia, con la lucha, al final habrá “guerra”. En cambio, si comienzas con amor, a compartir el amor, el perdón, entonces habrá amor y perdón para todos.
Por el contrario, si las soluciones a la pandemia llevan la impronta del egoísmo, ya sea de personas, empresas o naciones, quizás podamos salir del coronavirus, pero ciertamente no de la crisis humana y social que el virus ha demostrado y acentuado. Por tanto, ¡atentos a no construir sobre arena! (cfr. Mt 7,21-27). Para construir una sociedad sana, inclusiva, justa y pacífica, debemos hacerlo sobre la roca del bien común (ibíd., 10). El bien común es una roca. Y esa es la tarea de todos, no solo de algunos especialistas. Santo Tomás de Aquino decía que la promoción del bien común es un deber de justicia que atañe a todo ciudadano. Todo ciudadano es responsable del bien común. Y para los cristianos es además una misión. Como enseña San Ignacio de Loyola, orientar nuestros esfuerzos diarios hacia el bien común es una manera de recibir y difundir la gloria de Dios.
Desafortunadamente, la política a menudo no goza de buena fama y sabemos por qué. Eso no quiere decir que todos los políticos sean malos, no, no quiero decir eso. Solo digo que, lamentablemente, la política a menudo no goza de buena fama. Pero no debemos resignarnos a esta visión negativa, sino reaccionar demostrando con los hechos que es posible, es más, imprescindible una buena política (cfr. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1-I-2019), la que pone en el centro la persona humana y el bien común. Si leéis la historia de la humanidad, encontraréis muchos santos políticos que fueron por ese camino. Es posible en la medida en que todo ciudadano y, en particular, quien asume compromisos y cargos sociales y políticos, radique su obrar en principios éticos y lo anime con amor social y político. Los cristianos, especialmente los fieles laicos, están llamados a dar un buen testimonio de esto y pueden hacerlo gracias a la virtud de la caridad, cultivando su intrínseca dimensión social.
Por tanto, es hora de incrementar nuestro amor social −quiero destacar esto: nuestro amor social− contribuyendo todos, empezando por nuestra pequeñez. El bien común requiere la participación de todos. Si cada uno pone lo suyo, y nadie se queda fuera, podremos regenerar buenas relaciones a nivel comunitario, nacional, internacional y también en armonía con el medio ambiente (cfr. Laudato si', 236). Así en nuestros gestos, incluso en los más humildes, se hará visible algo de la imagen de Dios que llevamos en nosotros, porque Dios es Trinidad, Dios es amor. Esta es la definición más hermosa de Dios en la Biblia. Nos la da el apóstol Juan, al que tanto amaba Jesús: Dios es amor. Con su ayuda, podemos curar el mundo trabajando todos juntos por el bien común, no solo por el propio bien, sino por el bien común de todos.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. La búsqueda del bien común, del que nuestras sociedades tienen tanta necesidad, requiere la participación de todos. Hagamos crecer en nuestros corazones el amor por la sociedad en que vivimos. Obremos preocupándonos por el bien de nuestros hermanos en nuestras acciones diarias, y demos así testimonio del amor de Dios que habita en nosotros. Dios os bendiga.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. Que la gracia del Señor os sostenga al llevar el amor del Padre a los hermanos y hermanas, especialmente a los más necesitados. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de Cristo. Dios os bendiga.
Saludo con afecto a los fieles de lengua alemana. La Virgen María, de la que ayer celebramos su Natividad, nos muestra que el Señor hace cosas grandes en los que humildemente siguen su voluntad. Que Ella nos ayude a ser conscientes de esto para difundir en el mundo el amor de Dios.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a Dios, Trinidad de amor, que nos ayude a cultivar la virtud de la caridad, a través de gestos de ternura, gestos de cercanía hacia nuestros hermanos. Así, con su ayuda, podremos curar el mundo, trabajando unidos por el bien común. Que el Señor los bendiga a todos.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, invitando a todos a permanecer fieles a Cristo Jesús. Él nos reta a salir de nuestro mundo pequeño y estrecho para buscar juntos el bien común. Que el Espíritu Santo os ilumine para que podáis llevar la bendición de Dios a todos los hombres. Que la Virgen Madre vele sobre vuestro camino y os proteja.
Saludo a los fieles de lengua árabe. En una sociedad cada vez más agobiada por los grandes retos que interpelan al hombre contemporáneo, vosotros, estudiantes y maestros, que habéis vuelto al colegio estos días, sois los verdaderos artífcies del futuro. Que el Señor os ayude a ser protagonistas de un mundo más justo y fraterno, más acogedor y solidario, donde la paz pueda triunfar rechazando toda clase de violencia. Que el Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal.
Saludo cordialmente a todos los polacos. Ayer celebramos la fiesta de la Natividad de la Virgen María, llamada en Polonia también “la fiesta de la Virgen de la Siembra”. Al bendecir el grano para la siembra de este año, habéis rezado para que todos los hombres, a imitación de María, rindan cien veces más. Ella dio al mundo un fruto impagable: Jesús, nuestro Salvador. También nosotros estamos llamados por Dios a dar fruto, mediante las buenas obras. Sea alabado Jesucristo.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana y espero que este encuentro y la visita a la tumba de los Apóstoles refuercen vuestra fe para dar un testimonio cristiano cada vez más generoso.
Finalmente, mi pensamiento se dirige, como siempre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Ayer celebramos la memoria litúrgica de la Natividad de la Virgen María. Que su ejemplo y su intercesión materna inspiren y acompañen vuestra vida. Gracias.
Hoy se celebra la primera Jornada Internacional para la Protección de la Educación contra Ataques, en el contexto de los conflictos armados. Invito a rezar por los estudiantes que están tan gravemente privados del derecho a la educación debido a las guerras y al terrorismo. Insto a la comunidad internacional a que haga todo lo posible para garantizar que se respeten los edificios que deberían proteger a los jóvenes estudiantes. Que no decaiga el esfuerzo por garantizarles ambientes seguros para la formación, especialmente en situaciones de emergencia humanitaria.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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