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La misión de los cristianos es continuación de la de Cristo. O, mejor, es la que Cristo mismo sigue realizando, con su Espíritu, por medio de sus miembros, cada uno según su condición en la Iglesia y en el mundo, sus circunstancias y sus dones, carismas y ministerios
Situados ante el Año de la Fe, que debería ser también el “Año del Catecismo” (Benedicto XVI, Encuentro con el clero de Roma, 23-II-2012), conviene preguntarse por el centro del Catecismo. Pues bien, Cristo y su Misterio —su persona y su vida en relación con nosotros— es el centro del Catecismo de la Iglesia Católica y de su Compendio. ¿Pero qué quiere decir esto?
El misterio de Cristo, centro de la fe cristiana
1. El centro de la fe cristiana es “el misterio de Cristo”. Jesús de Nazaret es una figura de impacto, lo ha sido a lo largo de todos los siglos de la era cristiana. Como Cristo glorioso a la derecha del Padre es algo sublime, con la majestuosidad del “pantocrátor” (todopoderoso) del arte bizantino y románico.
Pero el cristiano, al penetrar en el conocimiento de Jesús de Nazaret, se adentra en el “misterio completo” de Cristo en relación con nosotros. Así lo expresaba Benedicto XVI: «Cristo profesado como hijo único del Padre, como perfecto Revelador de la verdad de Dios y como definitivo Salvador del mundo; Cristo celebrado en los sacramentos, como fuente que sustenta la vida de la Iglesia; Cristo escuchado y seguido en la obediencia de sus mandamientos, como fuente de existencia nueva en la caridad y en la concordia; Cristo imitado en la oración, como modelo y maestro de nuestro comportamiento orante frente al Padre» (Presentación del Compendio, 20-III-2005).
El Compendio explica que el “misterio de Cristo” se nos entrega actualmente en la Iglesia. Y de tal manera que participamos de él al vivir en el Cuerpo místico (la Tradición y la Escritura «hacen presente y fecundo en la Iglesia el Misterio de Cristo»: n. 14). También cuando señala el papel inseparable del Espíritu Santo respecto a Cristo la obra reveladora del Espíritu Santo «halla su cumplimiento en la revelación plena del Misterio de Cristo en el Nuevo Testamento»: n. 140).
La liturgia, celebración del Misterio de Cristo
Asimismo el Compendio se detiene en aclarar que «la liturgia es la celebración del Misterio de Cristo y en particular de su Misterio pascual» (n. 218); es decir, el conjunto de su pasión, muerte, resurrección y glorificación. Sobre todo en la liturgia, es el Espíritu Santo el que «hace presente y actualiza el Misterio de Cristo, une la Iglesia a la vida y misión de Cristo y hace fructificar en ella el don de la comunión» (n. 223). Tanto en la celebración de los sacramentos, centrados en la Eucaristía, como en la Liturgia de las Horas, se celebra el Misterio de Cristo (cf. n. 243).
El mismo Misterio de Cristo, profesado en el centro del Credo y comunicado por los sacramentos, es el que hace posible, por la gracia y otros dones del Espíritu Santo, la vida moral cristiana. Ésta es «la vida nueva de hijos de Dios en Cristo, que es acogido con fe» (n. 357).
También el Espíritu Santo, maestro interior de la oración cristiana, «educa a la Iglesia en la vida de oración, y la hace entrar cada vez con mayor profundidad en la contemplación y en la unión con el insondable Misterio de Cristo» (n. 549).
El Misterio de Cristo también implica el "nosotros" de la Iglesia
En definitiva, como ha enseñado frecuentemente Benedicto XVI, los cristianos participamos ahora en el Misterio de Cristo no cada uno aisladamente sino en la unidad del “nosotros” de la Iglesia (cf. Deus caritas est, n. 18). Esto “no” hace que la relación con Cristo sea menos personal. Al contrario, el encuentro personal con Cristo es de tal intensidad que nos une a todos los que están unidos con Él, y este ser y vivir como miembros de su Cuerpo místico es lo que nos realiza máximamente como personas y como cristianos.
Resumiendo: el Misterio de Cristo (su vida con nosotros y nuestra vida por Él, con Él y en Él) especialmente gracias a la Eucaristía, es lo que nos capacita para amar a Dios y a los demás. Y desde ahí transformar el mundo con la luz y la fuerza de la vida divina.
Toda la vida de Cristo es Misterio
2. «Toda la vida de Cristo es Misterio», afirma el Catecismo. “Misterio” quiere decir aquí signo visible y eficaz (“sacramento” en sentido amplio) del amor de Dios por nosotros. Desde los pañales de su natividad hasta el vinagre de su Pasión y el sudario de su Resurrección… A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras…, todo en la vida de Cristo nos habla de su filiación divina y de su misión redentora (cf. nn. 514-515). Con otras palabras: «Cristo es Él mismo el Misterio de la salvación» (n. 774).
Pues bien, esta realidad de Cristo como “sacramento” primordial o radical, del que brotan en la Iglesia, los siete sacramentos, es la que está de fondo cuando el Catecismo explica «los misterios de la vida de Cristo», ahora en plural.
Los "misterios" de la vida de Cristo y nuestra vida
3. Con esta terminología, «los misterios de la vida de Cristo», se refiere el Catecismo a momentos o escenas de la vida de Cristo particularmente significativos, porque en ellos se condensa su entrega por nosotros. Son, por tanto, “lugares” de referencia para el cristiano que los contempla, por ejemplo en el rezo del rosario (misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos). Más allá de una mera repetición de plegarias, el cristiano reza el rosario con el deseo de revivir esos misterios personalmente, de encontrar en ellos la luz y el impulso para la propia vida y misión. Y esto es posible, no es una “ilusoria pretensión infantil”, sino que tiene a la vez la profundidad y la sencillez de la vida cristiana.
Explica el Catecismo primero «los rasgos comunes de los Misterios de Jesús» (cf. nn. 516-518). Son Misterios de “revelación”, porque nos revelan el amor del Padre. Son misterios de “redención” porque con toda su vida, especialmente por su pasión, nos ha salvado y redimido. Y son misterios de “recapitulación” (de capitis, cabeza), porque, con su entrega por nosotros, Cristo nos ha restablecido en nuestra vocación primera de ser, en su Cuerpo y bajo Él como Cabeza, imagen y semejanza de Dios.
Nótese que estos rasgos se corresponden con los tres “oficios” de Cristo: profeta que revela, sacerdote que redime y rey que preside, haciendo cabeza en la Humanidad redimida que es la Iglesia.
En segundo lugar, el Catecismo señala que pertenece esencialmente al plan divino de salvación el que podamos participar activamente en los misterios de Jesús. En efecto, no solamente toda su vida es “para nosotros”, y Él es “nuestro modelo”, sino que «todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en Él y que Él lo viva en nosotros». La Eucaristía (la Misa) es el centro de la vida cristiana y de la misión de la Iglesia. En torno a la Misa han de girar nuestras acciones, trabajos y afanes.
4. Y así el Misterio de Cristo implica el Misterio de la Iglesia, su Cuerpo (místico) (cf. nn. 519-521). «Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con él; nos hace comulgar en cuanto miembros de su Cuerpo en lo que él vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro».
* * *
Este luminoso contenido lo sintetiza el Compendio cuando se pregunta:
¿En qué sentido toda la vida de Cristo es Misterio?
Aquí está la respuesta: «Toda la vida de Cristo es acontecimiento de revelación: lo que es visible en la vida terrena de Jesús conduce a su Misterio invisible, sobre todo al Misterio de su filiación divina: “quien me ve a mí ve al Padre” (Jn 14, 9). Asimismo, aunque la salvación nos viene plenamente con la Cruz y la Resurrección, la vida entera de Cristo es misterio de salvación, porque todo lo que Jesús ha hecho, dicho y sufrido tenía como fin salvar al hombre caído y restablecerlo en su vocación de hijo de Dios» (Comp., n. 101)
Cristo, la Iglesia y los cristianos: "mis brazos sois vosotros"
Todo ello tiene una gran importancia para comprender tanto la naturaleza y la misión de la Iglesia como la capacidad «significativa y transformadora» de la vida cristiana.
Pues si esto es así, que lo es, entonces no estamos solos. Entonces Cristo es realmente nuestra vida, la de cada uno y la de nuestro cuerpo con Él, la Iglesia. Cristo es también el Rey del universo, y, en la medida en que las personas lo acepten libremente, desea llenar con su vida el mundo, y reconciliarlo por medio de la Iglesia.
Entonces la misión de los cristianos es continuación de la de Cristo. O, mejor, es la que Cristo mismo sigue realizando, con su Espíritu, por medio de sus miembros, cada uno según su condición en la Iglesia y en el mundo, sus circunstancias y sus dones, carismas y ministerios.
Es conocido lo que pasó durante la segunda guerra mundial en un pueblo alemán, donde el crucifijo quedó destruido por un bombardeo, sin brazos. Y decidieron dejarlo así, con un cartel: “Mis brazos sois vosotros”.
Cristo es el centro del Catecismo vivo que son los cristianos. Él quiere seguir viviendo y actuando por medio de ellos, transformando el mundo, haciendo de la Humanidad un Pueblo unido de hijos de Dios.
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
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