La Iglesia nos enseña a todos lo que Dios le ha mandado, y le ha dado la Gracia de entender los misterios de Dios, de la Encarnación, de la Resurrección, de la Ascensión, del Juicio Final
Ningún católico tiene la menor duda: la misión de la Iglesia es la de predicar, de enseñar; y anunciar al mundo a Dios Creador, Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo; de predicar y enseñar a Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, Redentor del mundo y del pecado, de anunciar su Divinidad y de enseñar sus mandamientos y consejos: el Credo y la Moral. Y con estas verdades, hablar del Bien y del Mal, de la Gracia y del pecado, y recordar a todos los hombres la existencia de la Vida Eterna, Cielo e infierno.
La misión de la Iglesia no puede ser simplemente escuchar, aunque lógicamente escucha, como veremos en el siguiente artículo. No puede dejar en la oscuridad a quienes no conocen a Cristo. No puede limitarse a mantener unas verdades sobre Cristo, como otros grupos religiosos mantienen sus teorías sobre sus propios dioses o promotores. La Iglesia está enviada por su Fundador, el Hijo de Dios enviado por Dios Padre, para que sea la voz, la luz de Dios Uno y Trino, que el mismo Jesús trajo al mundo.
Una tarea primordial que tiene que resultar de las convulsiones morales de nuestro tiempo es la de que debemos comenzar de nuevo nosotros mismos a vivir de Dios, pensando en Él y obedeciéndole. Tenemos que aprender, una vez más, a reconocer a Dios como la base de nuestra vida y a no dejarlo de lado como si fuese una simple palabra vacía de sentido. Me quedó impresa una recomendación que el gran teólogo Hans Urs von Balthasar subrayó una vez en uno de sus apuntes: “Dios trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo: no presuponerlo, ¡anteponerlo!”
La Iglesia es muy consciente, y lo ha sido en cada instante a lo largo de sus dos mil años de historia, de que al predicar, al enseñar, tiene la misión de atraer a Cristo a todas las almas que se encuentre en su camino; y acercarse a ellas en todos los rincones de este mundo, con la palabra y con el ejemplo; con la fe y las obras.
Y la Iglesia, para atraer a todos los hombres −respetando siempre su libertad− ha predicado y ha dado ejemplo de la verdad de que Cristo vive en ellos, en Ella con la vida heroica y santa de sus hijos, tantos de ellos mártires.
La Iglesia enseña la Verdad revelada por Nuestro Señor Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Y no se preocupa en absoluto de enseñar las “experiencias” que algunos pueden decir que son “experiencias de Dios”, porque a lo más servirán para cada uno, pero no trasmiten en ningún caso ni la luz, ni las enseñanzas, ni la verdad de Cristo.
Y, aun en medio de los errores que se han cometido en estos siglos, y se seguirán cometiendo por la presencia viva del pecado, y del diablo y demás Judas de turno, la Iglesia procura anunciar, siguiendo la Tradición, íntegro el Evangelio del que nunca acabará por descubrir la plenitud de la Verdad y del Amor de Dios que encierra.
Íntegro y sin acomodaciones al así llamado “espíritu del siglo”. Busca las palabras adecuadas para hacerse entender, y ha conseguido aprender todos los idiomas del mundo para transmitir las mismas verdades.
Jamás ha caído en el complejo que manifestaban las palabras de un sacerdote en un programa de televisión en el que yo participé. A propósito de la Resurrección de Cristo comentó que era una verdad que los hombres del siglo XXI no podían aceptar, y que lo importante era hablar de la “resurrección de Cristo en nuestras almas”. Reaccioné enseguida. Le dije que ni un hombre del XXI, ni otro del I, del X, del XXX, o del que fuera, podía aceptar sin más la Resurrección; pero que la Resurrección era un hecho histórico ocurrido realmente sobre esta tierra; y que nuestra fe se asentaba en el testimonio de unos hombres que habían visto a Cristo realmente resucitado. Si los apóstoles y los primeros discípulos, hubieran hablado de la impresión que tenían en su corazón por “vivir la experiencia” de un “Cristo resucitado en su alma”; la Iglesia se habría muerto sin salir de las murallas de Jerusalén.
La Iglesia enseña no lo que a cada uno le gustaría oír. Lo que quieran los jóvenes, lo que quieran los divorciados, lo que quieran los ancianos, lo que quieran los homosexuales, lo que quieran los fornicarios, lo que quieran los mentirosos; etc., etc. No. La Iglesia nos enseña a todos lo que Dios le ha mandado, y le ha dado la Gracia de entender los misterios de Dios, de la Encarnación, de la Resurrección, de la Ascensión, del Juicio Final.
Y la Iglesia quiere que todos los hombres −mahometanos, judíos, budistas, animistas, y los cristianos apartados de ella, etc.− oigamos esas verdades para nuestra salvación, para que aumentemos nuestra fe, para que corrijamos en nuestra conducta todo lo que nos aparta de Dios, y podamos darle así la alegría a Dios Uno y Trino, de ser nuestro Salvador en su infinita y amorosa Misericordia. (seguirá).