Estamos acostumbrados y mal formados por la cultura del pelotazo, de la vida fácil
Cuando éramos pequeños no nos gustaba que la carne tuviera huesos, tendones, grasa; nos la servían preparada para masticar con facilidad. En cambio, los tendones y los huesos tienen una función capital en el cuerpo: lo sostienen, lo mantienen esbelto, erguido; sin ellos seríamos una hamburguesa. También las dificultades, los obstáculos, lo que llamamos cruz, tiene una misión importante en nuestra formación y desarrollo, en nuestra redención. Además, como enseñaba el viejo catecismo, la señal de los cristianos es la Santa Cruz.
En la novela La esfera y la cruz, Chesterton relata la conversación entre el monje Miguel y el profesor Lucifer. Miguel cuenta esta historia: “Conocí a un hombre como tú; él también odiaba al crucifijo: lo eliminó de su casa, del cuello de su mujer, hasta de los cuadros; decía que era feo, símbolo de barbarie, contrario al gozo y a la vida. Pero su furia llegó a más todavía: un día trepó al campanario de una iglesia, arrancó la cruz y la arrojó desde lo alto… El profesor Lucifer, al oír el relato, mordiéndose los labios, mira al anciano monje y le dice: −Esta historia te la has inventado tú. −Sí, responde Miguel, acabo de inventarla; pero expresa muy bien lo que estáis haciendo tú y tus amigos incrédulos. Comenzáis por despedazar la cruz y termináis por destruir el mundo”. Si se quita la cruz, si no la entendemos, nos acabamos destruyendo; ignoran el valor de la cruz y del sufrimiento daña al hombre.
La felicidad de telenovela, las vidas de los realities, de la prensa del corazón no tienen ningún parecido con la realidad, son vaporosas, frívolas y ocultan el sufrimiento, que es el esqueleto que sostiene la vida real. La tentación de evitar lo molesto no es moderna, ya san Pedro pensaba así, como relata el Evangelio: “Comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho… Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: ¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte”.
Con toda la buena voluntad Pedro quería evitar el sufrimiento a su Maestro, sin darse cuenta de que para eso había venido. Algo parecido hacen muchos padres: se lo dan todo hecho a sus hijos, les facilitan tanto la vida que no los preparan para vivirla, y los abocan a la guerra por la supervivencia sin armas ni preparación.
La vida es una lucha contra la parte oscura que tenemos: mezquindad, pereza, egoísmo, prepotencia, hiper-sensualidad; pelea contra las circunstancias adversas, ahora lo que la pandemia lleva consigo; también con los egoísmos y miserias de los que nos rodean. Todo lo bueno, lo que vale la pena, lo valioso (la paz interior, la estabilidad laboral y familiar, la buena amistad) tiene su precio, que será tanto más elevado cuanto más preciado sea. Jauja solo existe en los cuentos. Lo que los envidiosos llaman suerte es en realidad el fruto de muchos trabajos y esfuerzos. Estamos acostumbrados y mal formados por la cultura del pelotazo, de la vida fácil, de los derechos sin obligaciones.
Ahora nos cuesta entender lo que el Señor nos dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará”. Pero no pensemos que nos pide cosas extraordinarias; no, se trata de poner los medios para ser felices, hacer felices a los nuestros y hacer un poco mejor este mundo.
La cruz para vencer nuestros egoísmos, para enfrentarnos a esos defectos que nos disgustan, para enderezar las malas inclinaciones que nos hacen sufrir, para romper las cadenas que nos esclavizan. Ese empeño, esa lucha son parecidos al esfuerzo que hacemos para ir puntualmente al gimnasio y estar en forma. Hay también una “forma” en el modo de ser, en nuestras relaciones, en nuestra conducta que nos hacen gratos ante Dios y ante los demás. Por ahí van los tiros del “coger la cruz”.
En el terreno laboral está presente la cruz para dar al trabajo el sentido de servicio, crear nuevos puestos, vivir con más sobriedad. Pienso que, con un buen trabajo de investigación y un buen gobierno, con mentalidad de servicio, se puede acortar mucho esta crisis sanitaria.
La cruz es la llave que nos libera de nuestras esclavitudes, de nuestros pecados; la que nos facilita la convivencia familiar. Es la señal del cristiano porque, como dice el himno Crux fidelis, “¿Quién vio en más estrechez gloria más plena, y a Dios como el menor de los humanos?” Dios quiso abrazarse a ella para darle sentido, para redimirnos y liberarnos, y decirnos que de la Cruz nos viene de nuevo la vida y la alegría. También es un signo matemático, el que suma y aúna. En cambio, su desprecio es la causa de las divisiones, de las confrontaciones, de tanta miseria humana. La Cruz no solamente tiene sentido, sino que da sentido a la vida.