Hace 9 años, los guionistas y directores franceses Olivier Nakache y Éric Toledano, consiguieron reventar las taquillas de medio mundo con Intocable, una comedia francesa que sabía encontrar el tono humorístico y humano al abordar la historia de un millonario discapacitado y el joven negro que trabaja cuidándolo.
Después de un par de títulos correctos (Samba, La fiesta de la vida) presentan su película más madura. Basada en hechos reales, la cinta recorre la historia de dos hombres muy diferentes pero que trabajan en un proyecto común: ocuparse de aquellos que la sociedad ha descartado y ha dejado por imposibles. Bruno y Mallick, que en la vida real se llaman Stéphane Benhamou y Daoud Tatou, crearon sendas organizaciones para jóvenes con autismo severo y para formar como monitores de estos jóvenes a otros chicos y chicas en riesgo de exclusión. Lo que les llevó a complicarse la vida fueron sus creencias religiosas (uno de los personajes es judío y otro musulmán) y un compromiso interior muy fuerte de ayudar a cada persona que sufre. Como suele pasar en estos casos, primero va el corazón y luego la razón, y el hilo narrativo de la cinta es la investigación que un grupo de inspectores está realizando ante las irregularidades que presumen en unas organizaciones dirigidas con tanto entusiasmo como falta de medios.
Una de esas películas que, afortunadamente convencen al público y hacen que en la taquilla brille el espectador más noble y humano que todos llevamos dentro
La historia de base es una maravilla porque los personajes que impulsan la historia lo son. Un ejemplo de lo que puede llegar a hacer una persona cuando se decide a sacudir su comodidad y entregarse a quien lo necesita. Son dos hombres corrientes, con sus fallos y limitaciones pero dispuestos a no frenarse ante las dificultades. Es también proverbial cómo se refleja la angustia de muchas familias que, a pesar de su cariño y su empeño, se ven incapaces de sacar adelante a unos enfermos sumamente difíciles. Y es muy aguda y certera la crítica que se hace a una sociedad hiperlegalista, rígida y, en el fondo, hipócrita, que se muestra dispuesta a destrozar una labor social imprescindible por una cuestión burocrática. Que además, en la mayoría de los casos, termina siendo una cuestión económica.
Cinematográficamente estamos ante una película rodada de una forma cuasi documental, magníficamente interpretada, algo lenta −pero es que los dramas sociales necesitan su tiempo para ser digeridos− y con una ajustadísima banda sonora que ayuda a subrayar el tono emotivo de la historia. Una de esas películas que, afortunadamente convencen al público −tuvo la mayor nota del público de la historia del Festival de San Sebastián− y hacen que en la taquilla brille el espectador más noble y humano que todos llevamos dentro. Con otras palabras, un cine que nos empuja a ser mejores.