Para Rogers, la amistad era uno de los grandes dones de la vida y su convencimiento de la bondad del hombre hacían que encontrara siempre la manera de tender puentes hacia la otra persona
Dedicarse a la crítica de cine tiene múltiples beneficios. Uno de ellos es el de conocer gente nueva. Y no me refiero a la gente que asiste a los pases, estrenos o festivales (que también) sino a los personajes que te encuentras por primera vez en la pantalla grande. Personas de las que no habíais oído hablar o, en el mejor de los casos, solo conocías de oídas y que, de repente, irrumpen en tu existencia.
Esto es lo que me ha pasado con Fred Rogers. Un auténtico desconocido para mí hasta hace pocos días… Hora y media de película y otro par de horas largas de investigación me han convertido en una de sus admiradoras.
Al grano. Fred Rogers era un famosísimo presentador de televisión americano. Durante más de 30 años −se dice pronto− mantuvo en antena un programa infantil cuyos decorados y pegadiza sintonía forman parte del imaginario de varias generaciones de estadounidenses. En realidad, antes que presentador Rogers era un ministro presbiteriano convencido de la importancia de la educación de los niños y convencido también de que la televisión podía tener un papel clave en esta educación.
La película parte de un suceso real: la profunda amistad que Rogers trabó con un periodista que le entrevistó en 1998 para la revista Esquire. Para Rogers, la amistad era uno de los grandes dones de la vida y su convencimiento de la bondad del hombre hacían que encontrara siempre la manera de tender puentes hacia la otra persona. Los más de 60 mails que periodista y presentador se intercambiaron en unos pocos años de amistad (Rogers murió en 2003) y hablando sobre las cuestiones más profundas −Dios, la muerte, el bien, la familia− son un claro ejemplo de que lo que Rogers predicaba sobre la amistad, la importancia de escuchar y querer a la gente no era para él una teoría. Y, de hecho, además de los millones de niños que crecieron con los consejos de Fred Rogers, son muchos los adultos que, a su muerte, reconocieron que su encuentro con el carismático showman les cambió.
Para Rogers, la amistad era uno de los grandes dones de la vida y su convencimiento de la bondad del hombre hacían que encontrara siempre la manera de tender puentes hacia la otra persona
Tom Hanks interpreta con auténtica puntería a Rogers, recreando sus famosos rituales y gestos. Una interpretación que le valió a Hanks hace solo unos meses su sexta nominación al Oscar. Por cierto, ha sido el propio Hanks una de esas personas a las que el encuentro con el personaje de Rogers les transformó. «Aprender de un papel es una cosa, pero sentirse constantemente desafiado cada día del resto de tu vida por lo que aprendiste es otra muy distinta», explica Hanks que aclara con un ilustrativo ejemplo. “Mister Rogers solía decir que el mayor regalo que puedes darle a alguien que quieres es tu atención indivisible, estar presente y me he dado cuenta de la cantidad de veces que, como padre y marido, he hecho justo lo contrario”.