Evangelio del 21º domingo del Tiempo ordinario (Ciclo A) y comentario al evangelio
Cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, comenzó a preguntarles a sus discípulos:
−¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?
Ellos respondieron:
−Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o alguno de los profetas.
Él les dijo:
−Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Respondió Simón Pedro:
−Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
Jesús le respondió:
−Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que ates sobre la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates sobre la tierra quedará desatado en los cielos.
Entonces ordenó a los discípulos que no dijeran a nadie que él era el Cristo.
Con cierta frecuencia aparece en los evangelios la cuestión sobre la identidad de Jesús, un misterio que los contemporáneos de Jesús no sabían descifrar y que la Iglesia tardaría tiempo en definir doctrinalmente. En esta ocasión, durante una estancia en los contornos de Cesarea de Filipo, Jesús mismo pregunta a sus discípulos quién es Él, según las gentes y según ellos mismos. Los apóstoles le responden que algunos lo consideran “Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o alguno de los profetas” (v. 14). Se evidencia de este modo la limitada capacidad humana para entender la identidad y la misión de Jesús, a quien confunden con algún profeta; incluso con Juan Bautista, que ya había fallecido.
Pero “no ocurre así con Pedro −explica el Catecismo de la Iglesia− cuando confiesa a Jesús como ‘el Cristo, el Hijo de Dios vivo’ (Mt 16, 16) porque Jesús le responde con solemnidad ‘no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos’ (Mt 16, 17)”[1]. Con esta sentencia, Jesús aclara que el misterio de su Persona solo se comprende si Dios Padre lo da a conocer; o más bien, cuando nos hace cada vez más capaces de conocerlo. Por un designio divino, Pedro ha recibido del cielo esta revelación y está en disposiciones de confesarla.
“Simón Pedro encuentra en su boca palabras más grandes que él, palabras que no vienen de sus capacidades naturales −explica el Papa Francisco−. Quizá él no había estudiado en la escuela, y es capaz de decir estas palabras, ¡más fuertes que él! Pero están inspiradas por el Padre celeste (cf v. 17), el cual revela al primero de los doce la verdadera identidad de Jesús: Él es el Mesías, el Hijo enviado por Dios para salvar a la humanidad. Y de esta respuesta, Jesús entiende que, gracias a la fe donada por el Padre, hay un fundamento sólido sobre el cual puede construir su comunidad, su Iglesia. Por eso dice a Simón: ‘Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’ (v. 18)”[2].
Jesús podía haber elegido como fundamento para su Iglesia a muchos otros hombres quizá más influyentes y capaces que Pedro desde el punto de vista humano. Sin embargo, eligió a Simón, el pescador, en quien los demás discípulos reconocieron al sucesor directo de Jesús, y el primero entre todos.
Comentando esta escena, el papa san León Magno ponía en boca de Jesús unas palabras que explican el primado de Pedro, su participación en el poder de Jesús y su continuidad a lo largo del tiempo: “Del mismo modo que mi Padre te ha revelado mi divinidad, igualmente yo ahora te doy a conocer tu dignidad: Tú eres Pedro: Yo, que soy la piedra inviolable, la piedra angular que ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, yo, que soy el fundamento, fuera del cual nadie puede edificar, te digo a ti, Pedro, que eres también piedra, porque serás fortalecido por mi poder de tal forma que lo que me pertenece por propio poder sea común a ambos por tu participación conmigo. Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Sobre esta fortaleza −quiere decir− construiré el templo eterno y la sublimidad de mi Iglesia, que alcanzará el cielo y se levantará sobre la firmeza de la fe de Pedro”[3].
El amor al Papa, sea quien sea, es por eso una característica fundamental de todo cristiano. San Josemaría lo explicaba así: “Tu más grande amor, tu mayor estima, tu más honda veneración, tu obediencia más rendida, tu mayor afecto ha de ser también para el Vice–Cristo en la tierra, para el Papa. −Hemos de pensar los católicos que, después de Dios y de nuestra Madre la Virgen Santísima, en la jerarquía del amor y de la autoridad, viene el santo Padre”[4].
Fuente: opusdei.org.
[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 442.
[2] Papa Francisco, Ángelus, 27 de agosto de 2017.
[3] S. León Magno, Sermo 4 in anniversario ordinationi suae 2-3.
[4] San Josemaría, Forja, n. 135.
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