En su catequesis semanal, durante la Audiencia general de hoy, el Santo Padre ha hecho mención a otra “enfermedad social” provocada por el coronavirus que es la injusticia
Queridos hermanos y hermanas:
La pandemia ha dejado al descubierto la difícil situación de los pobres y la gran desigualdad que reina en el mundo. Ante esta situación, la respuesta es doble. Por un lado, hay que buscar una vacuna para el virus, que esté al alcance de todos. Pero también es necesario curar otro gran virus: el de la injusticia social, la marginación y la falta de oportunidades para los más débiles.
Esta doble respuesta implica una elección evangélica, que es la opción preferencial por los pobres. Cristo mismo, siendo Dios, se despojó de su condición divina. Nació en una familia humilde, trabajó, no eligió una vida de privilegio sino de servicio. Estaba en medio de la gente. Se acercaba a los enfermos y a los pobres, mostrándoles el amor misericordioso de Dios. Su ejemplo es un criterio clave de autenticidad cristiana: todos estamos llamados a ser instrumentos de Dios para ayudar a los más necesitados. Hoy nos preocupan las consecuencias sociales de la pandemia.
Muchos quieren volver a la normalidad y retomar las actividades económicas, pero esa “normalidad” no debería incluir las injusticias sociales y la degradación ambiental. Tenemos una oportunidad para construir algo nuevo. Por ejemplo, dar impulso a una economía donde las personas, y sobre todo los más pobres, estén en el centro; una economía que contribuya a la inclusión de los marginados, a la promoción de los últimos, al bien común y al cuidado de la creación.
La pandemia ha dejado al descubierto la difícil situación de los pobres y la gran desigualdad que reina en el mundo. Y el virus, que no hace excepciones entre personas, ha encontrado, en su camino devastador, grandes desigualdades y discriminaciones. ¡Y las ha aumentado!
La respuesta a la pandemia es pues doble. Por un lado, es indispensable hallar la cura para un virus pequeño pero tremendo, que pone de rodillas al mundo entero. Por otro, debemos curar un gran virus, el de la injusticia social, la desigualdad de oportunidades, la marginación y la falta de protección de los más débiles. En esta doble respuesta de curación hay una elección que, según el Evangelio, no puede faltar: la opción preferencial por los pobres (cfr. Evangelii gaudium [EG], 195). Y esta no es una opción política; ni tampoco una opción ideológica, una opción partidista. La opción preferencial por los pobres está en el centro del Evangelio. Y el primero en hacerla fue Jesús; lo hemos oído en el texto de la Carta a los Corintios que se ha leído al inicio. Él, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos. Se hizo uno de nosotros, y por eso, en el centro del Evangelio, en el centro del anuncio de Jesús está esa opción.
Cristo mismo, que es Dios, se anonadó a sí mismo, haciéndose similar a los hombres; y no eligió una vida de privilegio, sino que escogió la condición de siervo (cfr. Fil 2,6-7). se anonadó a sí mismo haciéndose siervo. Nació en una familia humilde y trabajó como artesano. Al inicio de su predicación, anunció que en el Reino de Dios los pobres son bienaventurados (cfr. Mt 5,3; Lc 6,20; EG, 197). Estaba con enfermos, pobres y excluidos, mostrándoles el amor misericordioso de Dios (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2444). Y muchas veces fue juzgado como un hombre impuro porque iba con enfermos y leprosos que, según la ley de la época, eran impuros. Y Él se arriesgó para estar cerca de los pobres.
Por eso, los seguidores de Jesús se reconocen por su cercanía a los pobres, a los pequeños, a los enfermos y a los encarcelados, a los excluidos, a los olvidados, a quien carece de comida y vestidos (cfr. Mt 25,31-36; CCC, 2443). Podemos leer aquel famoso parámetro con el que seremos juzgados todos, nos juzgarán a todos. Es Mateo, capítulo 25. Este es un criterio clave de autenticidad cristiana (cfr. Gal 2,10; EG, 195). Algunos piensan, erróneamente, que este amor preferencial por los pobres sea una tarea para pocos, pero en realidad es la misión de toda la Iglesia, decía San Juan Pablo II (cfr. Sollicitudo rei socialis, 42). «Todo cristiano y toda comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y la promoción de los pobres» (EG, 187).
La fe, la esperanza y el amor necesariamente nos empujan a esa preferencia por los más necesitados (cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre algunos aspectos de la “Teología de la Liberación”, (1984), 5), que va más allá de la necesaria asistencia (cfr. EG, 198). Implica caminar juntos, dejarse evangelizar por ellos, que conocen bien a Cristo que sufre, dejarse “contagiar” por su experiencia de la salvación, por su sabiduría y por su creatividad (cfr. ibíd.). Compartir con los pobres significa enriquecerse mutuamente. Y, si hay estructuras sociales enfermas que les impiden soñar para el futuro, debemos trabajar juntos para sanearlas, para cambiarlas (cfr. ibíd., 195). Y a eso conduce el amor de Cristo, que nos amó hasta el extremo (cfr. Jn 13,1) y llega hasta los confines, los márgenes, las fronteras existenciales. Llevar las periferias al centro significa centrar nuestra vida en Cristo, que «se hizo pobre» por nosotros, para enriquecernos «por medio de su pobreza» (2Cor 8,9) (Benedicto XVI, Discurso inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, 13-V-2007, 3).
Todos estamos preocupados por las consecuencias sociales de la pandemia. Todos. Muchos quieren volver a la normalidad y retomar las actividades económicas. Cierto, pero esa “normalidad” no debería incluir las injusticias sociales y el degrado del ambiente. La pandemia es una crisis y de una crisis no se sale iguales: o salimos mejores o salimos peores. Y deberíamos salir mejores, para mejorar las injusticias sociales y el degrado ambiental. Hoy tenemos una ocasión para construir algo distinto. Por ejemplo, podemos hacer crecer una economía de desarrollo integral de los pobres y no de asistencialismo. Con esto no quiero condenar la asistencia; las obras de asistencia son importantes. Pensemos en el voluntariado, que es una de las estructuras más bonitas que tiene la Iglesia italiana. Pero debemos ir más allá y resolver los problemas que nos llevan a dar asistencia. Una economía que no recurra a remedios que en realidad envenenan la sociedad, como el beneficio disociado de la creación de puestos de trabajo dignos (cfr. EG, 204). Ese tipo de beneficio está disociado de la economía real, esa que debería dar beneficio a la gente común (cfr. Laudato si’ [LS], 109), y además resulta a veces indiferente a los daños infligidos a la casa común. La opción preferencial por los pobres, esta exigencia ético-social que proviene del amor de Dios (cfr. LS, 158), nos da el impulso para pensar y diseñar una economía donde las personas, y sobre todo los más pobres, estén en el centro. Y nos anima también a proyectar la cura del virus privilegiando a los que más lo necesitan. ¡Sería triste si en la vacuna para el Covid-19 se diese prioridad a los más ricos! Sería triste si esa vacuna se volviese propiedad de esta o aquella Nación y no sea universal y para todos. Y qué escándalo sería si toda la asistencia económica que estamos viendo −la mayor parte con dinero público− se concentrase en rescatar industrias que no contribuyen a la inclusión de los excluidos, a la promoción de los últimos, al bien común o al cuidado de la creación (ibíd.). Son criterios para elegir a qué industrias ayudar: las que contribuyen a la inclusión de los excluidos, a la promoción de los últimos, al bien común y al cuidado de la creación. Cuatro criterios.
Si el virus se intensifica de nuevo en un mundo injusto para los pobres y los más vulnerables, tenemos que cambiar ese mundo. Con el ejemplo de Jesús, el médico del amor divino integral, o sea de la curación física, social y espiritual (cfr. Jn 5,6-9) −como era la curación que hacía Jesús−, debemos actuar ahora para curar las epidemias provocadas por pequeños virus invisibles y para curar las provocadas por las grandes y visibles injusticias sociales. Propongo que esto se haga a partir del amor de Dios, poniendo las periferias en el centro y a los últimos en primer lugar. No olvidemos ese parámetro con el que seremos juzgados: Mateo, capítulo 25. Pongámoslo en práctica en esta recuperación de la epidemia. Y a partir de ese amor concreto, anclado en la esperanza y fundado en la fe, un mundo más sano será posible. De lo contrario, saldremos peor de la crisis. Que el Señor nos ayude, nos dé la fuerza para salir mejores, respondiendo a las necesidades del mundo de hoy.
Estoy feliz de saludar a las personas de lengua francesa. Con la alegría del Evangelio, pidamos la gracia del Espíritu Santo, para ser una Iglesia pobre al servicio de los pobres y de los débiles. A todos os envío mi Bendición.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua inglesa. Mi pensamiento va de modo particular a las familias que este año han debido renunciar a las vacaciones de verano; las encomiendo al Señor, para que les dé serenidad y alegría. Dios os bendiga.
Con afecto saludo a los hermanos y hermanas de lengua alemana. Siguiendo el ejemplo de Jesús y su opción preferencial por los pobres, como individuos y como comunidad de la Iglesia debemos contribuir a superar las consecuencias de la pandemia y a construir un mundo más justo y solidario. Que el Espíritu Santo nos asista en esto con su gracia y su fuerza.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos a Jesús que nos ayude a curar las enfermedades que provocan los virus, y también los males que causa la injusticia social. Que el amor de Dios, anclado en la esperanza y fundado en la fe, nos impulse a poner las periferias en el centro y a los últimos en primer lugar. Que el Señor los bendiga.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua portuguesa. Aprendamos del Señor, que se hizo alimento para nosotros en la Eucaristía, haciéndonos también nosotros “comida” para los demás, es decir, más disponibles en el servicio a los necesitados, especialmente a los más pobres. Dios os bendiga.
Saludo a los fieles de lengua árabe. Estamos llamados a actuar ahora, para curar las epidemias provocadas por pequeños virus invisibles, y para curar las provocadas por las grandes y visibles injusticias sociales. Propongo que se haga a partir del amor de Dios, poniendo las periferias en el centro y a los últimos en primer lugar. A partir de ese amor, anclado en la esperanza y fundado en la fe, un mundo más sano será posible. Que el Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal.
Saludo cordialmente a todos los polacos. Queridos hermanos y hermanas, me uno espiritualmente a todos los que emprenden diversas iniciativas espirituales, científicas y sociales para limitar los efectos de la pandemia en la sociedad y para ir al encuentro de las necesidades vitales de los enfermos y de sus familiares. Os pido que seáis generosos y no os olvidéis de las necesidades de los más pobres y de las personas solas, sobre todo los ancianos y los enfermos. Que el Señor os bendiga y os sostenga.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. Invito a todos a dedicar cada vez más tiempo a la oración y a la formación cristiana, para ser fieles discípulos de Cristo y crecer en espíritu de solidaridad fraterna.
Mi pensamiento va finalmente a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Mañana celebraremos la memoria litúrgica de San Bernardo de Claraval, gran doctor de la Iglesia y sobre todo tierno cantor de la Virgen. Que su ejemplo suscite en cada uno el deseo de abandonarse con confianza en la materna protección de la Virgen Santa, consoladora de los afligidos.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya
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