Cristophe Lash pensaba que la gente tendía a comportarse como si estuviera en la tele o en la radio, que la sociedad y la cultura −no solo este o aquel individuo− se habían vuelto así
Hace ya cuarenta años que Cristopher Lash avisó en su libro La cultura del narcisismo y me sorprendo mucho ahora al leerlo, porque refleja con exactitud desesperante lo que muchas veces pienso al escribir un correo electrónico o un wasap o al llamar por teléfono.
Decía Lash, en la traducción libre que me permito porque no encuentro una oficial, que la vida moderna padece tal mediación electrónica que resulta imposible evitar comportarnos con los demás como si nuestras acciones y las suyas estuvieran siendo transmitidas en directo a una audiencia invisible y desconocida o quedaran grabadas en alguna parte para futura referencia. Y lo dijo el hombre en 1979, sin que nadie imaginara siquiera la existencia de la videollamada o del correo electrónico y cuando el móvil era un armatoste que se veía solo en las películas.
Él pensaba que la gente tendía a comportarse como si estuviera en la tele o en la radio, que la sociedad y la cultura −no solo este o aquel individuo− se habían vuelto así. Y no conocía, ya digo, las redes sociales. Ni las cámaras que te vigilan por todas partes, incluso en la intimidad de tu casa: frente a la ventana de mi dormitorio hay una de tráfico, otra en mi portátil que puede activar casi cualquiera, como la del móvil. Y en la calle te graban los cajeros automáticos y las gasolineras, sin contar las antenas que te localizan.
No es que actuemos como si hubiera una audiencia invisible, es que la hay. De modo que el narcisismo parece justificado. La intimidad y el silencio hay que ganarlos en una lucha sin cuartel, extenuante, remedio único contra la tediosa uniformidad cultural: más intensa, cuanto más originales nos queremos o nos creemos.