El Santo Padre ha retomado la celebración de la Audiencia general. A causa del coronavirus, sigue impartiendo esta catequesis semanal desde el Palacio Apostólico
El Papa ha reflexionado sobre cómo Jesús cura el sufrimiento físico y espiritual como médico de las almas y los cuerpos y ha invitado a conservar la fe, la esperanza y la caridad en estos tiempos de pandemia.
Queridos hermanos y hermanas:
La pandemia sigue causando dolor y sufrimiento en toda la humanidad, sembrando muerte y un sinnúmero de enfermos. Además, muchas personas y familias viven un tiempo de incertidumbre por los problemas socioeconómicos que ha producido, y que golpean sobre todo a los más pobres. Esta experiencia dramática nos invita a tener nuestra mirada puesta en Jesús que hace presente el Reino de Dios en medio de nosotros; reino que sana y que salva; reino de justicia y de paz, que se manifiesta con las obras de caridad que, a su vez, incrementan la esperanza y refuerzan la fe. Fe, esperanza y caridad que no son simples sentimientos o actitudes, sino virtudes infusas en nosotros por la gracia del Espíritu Santo, dones que nos curan y nos ayudan a curar a los demás, que nos abren nuevos horizontes aun en medio de las tempestades.
El Evangelio nos muestra a Jesús que sanaba a los enfermos, no sólo de sus padecimientos físicos, sino también de sus sufrimientos morales. Los sacaba de su aislamiento para que se incorporaran de nuevo en la comunidad. Lo vemos, por ejemplo, en la curación del paralítico de Cafarnaúm, pues Jesús no sólo lo libra de su parálisis, sino que le renueva la vida tanto a él como a sus amigos, a través de un encuentro personal y social.
Que Dios los bendiga.
La pandemia sigue causando profundas heridas, desenmascarando nuestras vulnerabilidades. Son muchos los difuntos, muchísimos los enfermos, en todos los continentes. Tantas personas y familias viven un tiempo de incertidumbre, a causa de los problemas socio-económicos, que afectan especialmente a los más pobres.
Por eso debemos tener bien fija nuestra mirada en Jesús (cfr. Hb 12,2) y con esa fe abrazar la esperanza del Reino de Dios que Jesús mismo nos trae (cfr. Mc 1,5; Mt 4,17; CCC, 2816). Un Reino de curación y de salvación que ya está presente entre nosotros (cfr. Lc 10,11). Un Reino de justicia y de paz que se manifiesta con obras de caridad, que a su vez aumentan la esperanza y refuerzan la fe (cfr. 1Cor 13,13). En la tradición cristiana, fe, esperanza y caridad son mucho más que sentimientos o actitudes. Son virtudes infusas en nosotros por la gracia del Espíritu Santo (cfr. CCC, 1812-1813): dones que nos curan y nos hacen sanadores, dones que nos abren a nuevos horizontes, también mientras navegamos en las difíciles aguas de nuestro tiempo.
Un nuevo encuentro con el Evangelio de la fe, de la esperanza y del amor nos invita a asumir un espíritu creativo y renovado. De ese modo, seremos capaces de transformar las raíces de nuestras enfermedades físicas, espirituales y sociales. Podremos curar a fondo las estructuras injustas y sus prácticas destructivas que nos separan los unos de los otros, amenazando la familia humana y nuestro planeta.
El ministerio de Jesús da muchos ejemplos de curación. Cuando sana a los que tienen fiebre (cfr. Mc 1,29-34), lepra (cfr. Mc 1,40-45), parálisis (cfr. Mc 2,1-12); cuando devuelve la vista (cfr. Mc 8,22-26; Jn 9,1-7), el habla o el oído (cfr. Mc 7,31-37), en realidad cura no solo un mal físico, sino toda la persona. Y también curada la devuelve a la comunidad; la libera de su aislamiento porque la ha sanado.
Pensemos en el bellísimo relato de la curación del paralítico de Cafarnaúm (cfr. Mc 2,1-12), que hemos escuchado al principio de la Audiencia. Mientras Jesús está predicando en la entrada de la casa, cuatro hombres llevan a su amigo paralítico a Jesús; y como no podían entrar, porque había mucha gente, hacen un agujero en el techo y descuelgan la camilla delante de Él que está predicando. «Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados» (v. 5). Y después, como signo visible, añade: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (v. 11).
¡Qué maravilloso ejemplo de curación! La acción de Cristo es una respuesta directa a la fe de esas personas, a la esperanza que depositan en Él, al amor que demuestran tener los unos por los otros. Y entonces Jesús cura, pero no sana simplemente la parálisis, lo cura todo, perdona los pecados, renueva la vida del paralítico y de sus amigos. Hace nacer de nuevo, digamos así. Una curación física y espiritual, todo junto, fruto de un encuentro personal y social. Imaginamos que esa amistad, y la fe de todos los presentes en aquella casa, crecieron gracias al gesto de Jesús. ¡El encuentro sanador con Jesús!
Y entonces nos preguntamos: ¿de qué modo podemos ayudar a sanar nuestro mundo, hoy? Como discípulos del Señor Jesús, que es médico de las almas y de los cuerpos, estamos llamados a continuar «su obra de curación y de salvación» (CCC, 1421) en sentido físico, social y espiritual.
La Iglesia, aunque administre la gracia sanadora de Cristo mediante los Sacramentos, y aunque proporcione servicios sanitarios en los rincones más remotos del planeta, no es experta en la prevención o en el cuidado de la pandemia. Y tampoco da indicaciones socio-políticas específicas (cfr. San Pablo VI, Carta Ap. Octogesima adveniens, 14-V-1971, 4). Esa es tarea de los dirigentes políticos y sociales. Sin embargo, a lo largo de los siglos, y a la luz del Evangelio, la Iglesia ha desarrollado algunos principios sociales que son fundamentales (cfr. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 160-208), principios que pueden ayudarnos a ir adelante, para preparar el futuro que necesitamos. Cito los principales, estrechamente conectados: el principio de la dignidad de la persona, el principio del bien común, el principio de la opción preferencial por los pobres, el principio del destino universal de los bienes, el principio de solidaridad, de subsidiariedad, el principio del cuidado de nuestra casa común. Estos principios ayudan a los dirigentes, responsables de la sociedad, a llevar adelante el crecimiento y también, como en este caso de pandemia, la sanación del tejido personal y social. Todos estos principios expresan, de modos diversos, las virtudes de la fe, de la esperanza y del amor.
En las próximas semanas, os invito a afrontar juntos las cuestiones apremiantes que la pandemia ha puesto de relieve, sobre todo las enfermedades sociales. Y lo haremos a la luz del Evangelio, de las virtudes teologales y de los principios de la doctrina social de la Iglesia. Exploraremos juntos cómo nuestra tradición social católica puede ayudar a la familia humana a curar este mundo que sufre graves enfermedades. Es mi deseo reflexionar y trabajar todos juntos, como seguidores de Jesús que sana, para construir un mundo mejor, lleno de esperanza para las generaciones futuras (cfr. Ex. Ap. Evangelii gaudium, 24-XI-2013, 183).
Me alegra saludar a las personas de lengua francesa. Que el Señor os llene de su espíritu de fortaleza de modo que, trabajando en solidaridad y fraternidad, podáis afrontar con fe, esperanza y caridad las enfermedades sociales de hoy, para la venida de un mundo mejor, lleno de oportunidades para las generaciones futuras. A todos, mi Bendición.
Saludo a los fieles de lengua inglesa. Invoco sobre vosotros y vuestras familias la alegría y la paz del Señor. Dios os bendiga.
Dirijo un cordial saludo a los hermanos y hermanas de lengua alemana. En este tiempo post-pandemia, imploramos al Espíritu Santo para que aumente en nosotros las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad. Son las que nos abren a nuevos horizontes y nos inspiran ideas creativas para estar junto a los más necesitados. Dios quiere que todos los hombres se salven.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Dios nos invita a colaborar con Él y, como discípulos de Jesús, médico de las almas y de los cuerpos, continuar con su obra de curación y de salvación, en sentido físico, espiritual y social. Que el Señor nos conceda trabajar todos juntos, con un espíritu creativo y renovado, en la construcción de un mundo mejor, lleno de esperanza para las futuras generaciones. Que Dios los bendiga.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua portuguesa, animando a todos a perseverar en la oración y en la reflexión sobre la Doctrina Social de la Iglesia, para que crezca en las comunidades la solidaridad con los más necesitados. Dios os bendiga.
Saludo a los fieles de lengua árabe. La humanidad puede todavía tener la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común, que sufre graves enfermedades, y para construir un mundo mejor, lleno de esperanza para las futuras generaciones. El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal.
Saludo cordialmente a todos los polacos. Mañana celebraremos la fiesta de la Transfiguración del Señor. En el monte Tabor Jesús reveló a los discípulos, y a través de ellos a todos nosotros, su majestad divina. Señaló como fin de nuestra vida el camino al Padre y al cielo. Emprendiendo los esfuerzos para curar el mundo de hoy y para la edificación del Reino de Dios, no podemos olvidar la exhortación que viene de Dios: “Este es mi hijo, el amado. Escuchadlo” (Mt 17,5). Os bendigo de corazón.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. Invito a todos a tener siempre fija la mirada en el rostro resplandeciente de Dios, que la Liturgia mañana nos invita a contemplar en Cristo transfigurado en el Monte Tabor. Él es la luz que ilumina los sucesos de cada días.
Mi pensamiento va finalmente a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. No os canséis de encomendaros al Señor, seguros de que Él os guiará con su gracia en cada paso de vuestra existencia.
* * *
Ayer en Beirut, en la zona del puerto, fortísimas explosiones causaron decenas de muertos y miles de heridos, y muchas graves destrucciones. Rezamos por las víctimas y por sus familiares; y rezamos por el Líbano, para que, con el compromiso de todos sus componentes sociales, políticos y religiosos, pueda afrontar este momento tan trágico y doloroso y, con la ayuda de la comunidad internacional, superar la grave crisis que está atravesando.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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