La gestión de la pandemia Covid-19: se hace necesario arrojar un poco de luz ante tanto barullo. Como dice el refrán, orden y contraorden, desorden
La gestión de la pandemia Covid-19 producida por el coronavirus SARS-CoV-2 está siendo muy, pero que muy confusa. No por la ignorancia de la gente corriente, que quizá no sepa lo que es una PCR, aunque se haya escuchado cientos de veces, sino por los mensajes contradictorios que recibimos de las autoridades sanitarias. La confusión es evidente y produce un galimatías. Se hace necesario arrojar un poco de luz ante tanto barullo. Como dice el refrán, orden y contraorden, desorden.
La mascarilla. Su uso es ahora obligatorio; pero si estamos al aire libre, en soledad o con los familiares convivientes, las posibilidades de contagiarse, sin la mascarilla, son prácticamente nulas. Llevarla obligatoriamente en verano revienta un poco; y no es saludable. Todo sea por la colectividad (aquí se aplica lo de que pagan justos por pecadores).
El contagio se está produciendo básicamente en lugares de ocio: se reúnen muchas personas jóvenes que, cosas de la edad, piensan que con ellos no va el peligro; y, en principio, tienen algo de razón: porque el riesgo es para los demás (mayores), aunque no únicamente.
La prueba PCR es útil y valiosa en sí misma, pero no es el criterio válido para la confirmación de que se padece la enfermedad; ni siquiera para saber si uno tiene el virus del SARS-Cov-2, pues puede haber falsos positivos o negativos. Si da positivo, por el principio de cautela, hay que aislarse 14 días. Es necesario disponer de criterios clínicos, que no son fáciles de encontrar en los asintomáticos, parte importante de la población que se contagia. El virus anda suelto y no nos lo vamos a quitar de encima hasta que aparezca una vacuna y haya un núcleo de población suficiente que sea inmune a la enfermedad. Es decir, viene o vendrá una segunda oleada posiblemente más potente que la primera.
Los tests de anticuerpos en sangre son los más adecuados para un diagnóstico de estar padeciendo o de haber padecido la enfermedad. De todos modos, hay que interpretarlos con cuidado, ya que pueden dar falsos positivos, y complementar con otras pruebas.
Las vacunas: hay más de 100 proyectos. Cinco van a comenzar próximamente a experimentar en fase III (británica, norteamericana y chinas), que es la última antes de ofertarlas a la población. Las conclusiones no estarán, como mínimo, hasta octubre o noviembre: no se puede (ni se debe) correr más. Bien es verdad que, a la par, ya se están fabricando masivamente inyectables, porque si la fase III fuera concluyente se podría comenzar la vacunación masiva al mismo tiempo que se obtienen los resultados, si son satisfactorios. De todos modos, los más optimistas la sitúan para el primer trimestre de 2021. Hay mucha presión en los laboratorios; y eso no es bueno.
Todo parece indicar que los anticuerpos y los linfocitos específicos, cuando se pasa la enfermedad, son duraderos: hay memoria inmunológica. Y es una noticia magnífica.
En fin, conviene enviar mensajes claros: que el virus permanece estable entre nosotros; que la enfermedad produce un 10% de fallecimientos entre los que desarrollan síntomas, y han sido confirmados por PCR, según fuentes del Ministerio de Sanidad (aunque también sabemos que el 5,5% de la población ha desarrollado anticuerpos específicos, indicador de que han pasado la enfermedad); que es una enfermedad grave que en bastantes casos cursa con secuelas que ahora comenzamos a vislumbrar, y que pueden ser severas y comprometer la salud en el futuro. Por todas estas razones, hay que tomarse en serio las recomendaciones básicas y no jugar a hacerse el machote ni tontear con el tema: especialmente los jóvenes han de tener un gran sentido de responsabilidad, pues aunque aparentemente no pasa nada en muchos casos, o solo se padecen síntomas leves, puede dar al traste o condicionar la vida de muchas personas (y también la de algunos de ellos).