Hoy es necesario rescatar los valores más genuinos, aquellos que nos han hecho grandes a los europeos y que invitan a una visión optimista del ser humano
Mi amigo considera que la naturaleza es capaz de defenderse de la agresión humana y regenerarse. Ciertamente; en Chernóbil, después de casi 35 años del abandono de las poblaciones cercanas, la vida salvaje se ha adueñado de ese espacio y campa a sus anchas: es un ejemplo de regeneración espontánea.
Pero en donde me parece que mi amigo es más lúcido es cuando denuncia la ausencia de un auténtico 'ecologismo del espíritu'. Una tarea ingente y ardua. Y apunta una cuestión nuclear: la autodestrucción del ser humano. Añadiré que la ecología es armonía; y tiene un nombre: paz. La paz con uno mismo, con los demás, con la naturaleza..., eso es ecologismo. Más aún, está "convencido de que respetando a la persona se promueve la paz". Este es el verdadero ecologismo del espíritu.
Hoy es necesario rescatar los valores más genuinos, aquellos que nos han hecho grandes a los europeos y que invitan a una visión optimista del ser humano. En esta tarea, no podemos ni debemos claudicar. Nos va la dignidad y, con ella, el progreso. A veces, da la impresión de que, a más medios materiales, más egoísmo y más miseria moral; y no debe ser así. Es necesario conseguir un equilibrio para no caer en el barbarismo de una disrupción entre el desarrollo material y el espiritual, pues ambos se reclaman para esa justa paz que anida en nuestros corazones.
Hay una relación directa entre la destrucción del medio ambiente y la ruina moral y material de no pocas personas. Paz que, como definió Agustín de Hipona, es «tranquillitas ordinis», la tranquilidad en el orden, es decir, aquella situación que respeta la verdad de la naturaleza y del hombre. Si el progreso material está hipertrofiado y el espiritual está tendencialmente atrofiado, hay un desequilibrio que es siempre violento. Y lo califico de tendencial porque es libremente buscado, inducido por la claudicación intelectual que insiste en el "tener" sobre el "ser". Se requiere arrojo y valentía para romper con tabúes malhadados. Y sólo será posible si los intelectuales recuperan palabras tan ecológicas como bondad, virtud, verdad, amor, conciencia, responsabilidad, sacrificio, concordia, coherencia, austeridad, desinterés, amistad, alma, Dios, etc., realidades injustamente tratadas que, en no pocas ocasiones, producen una especie de sarpullido por la irracional alergia que provocan. En definitiva, es preciso purificar el sórdido ambiente de contaminación que nos rodea, al tiempo que se depura la polución de la estolidez de quienes han sucumbido a la fatalidad de que la realidad es así y, aunque dé asco, no tiene remedio.
Los dos basamentos en los que se apoya ese ecologismo espiritual descansan en el respeto a la vida humana (fundamento biológico) y en la libertad de conciencia (fundamento humano), en su aspecto más primario y fontal de libertad religiosa. La paz requiere de la claridad entre lo que es y no es disponible. Como la ecología insiste en afirmar, los bienes de la naturaleza no están a la arbitraria disposición, sino que es necesario no traspasar determinadas barreras, porque más allá lo único que cabe encontrar es la paz de los cementerios, la aridez de un desierto que muestra el arrasamiento de quien quiso someter la naturaleza a su antojo sin parar mientes. No todo lo que tecnológicamente es posible hacer se debe hacer: ha de primar la conciencia sobre la ciencia, para no sabotear a la propia naturaleza.