Después de unos cuantos meses de sufrir la pandemia en curso, que remite en unas partes del mundo mientras que empeora en otras, ofrezco algunas reflexiones que me parecen necesarias
La primera, que es muy evidente pero que no parece que queramos asumir completamente, es que el ser humano es frágil y mortal. Ello nos tendría que llevar a todos a reflexionar más sobre la propia muerte y sobre el sentido de la vida. Esta es un don que debemos hacer fructificar. No vivimos para nada ni morimos para nada. Estamos siendo probados y deberíamos dar lo mejor de nosotros mismos a los demás y a Dios. Es deseable que el día de nuestra muerte podamos presentar algunos activos.
Deberíamos estar siempre preparados para irnos de este mundo en paz y en gracia. En cuanto a nuestra fragilidad, su existencia es tan obvia que incluso los que rebosan de salud, esperan una larga vida e imperan sobre los demás como dioses, un día no podrán levantarse y lo saben. La fragilidad atrae a Dios y las obras de misericordia que todos deberíamos realizar a menudo −junto con la misión de los sanitarios, que también es un envío del Altísimo− atenúan los sufrimientos ajenos. En estos tiempos, una visita (si están permitidas) a un anciano solo, una llamada telefónica, un buen consejo, una caja de bombones o unas flores pueden reparar en parte la soledad de los que están en las prisiones de la enfermedad o la vejez. Estas condiciones son en las que delega ordinariamente Dios para pasar de este mundo al otro.
En estos tiempos el gran público ha asumido contundentemente que hay unas normas higiénico-sanitarias que son muy útiles para no enfermar. Yo creo que incluso nos servirán para sufrir menos resfriados, gripes o toxiinfecciones alimentarias por E. coli en este mismo verano en el hemisferio norte. El distanciamiento interpersonal, la buena ventilación de las estancias, el frecuente lavado de manos y el uso de máscaras es muy útil para cortar la cadena de transmisión del virus que produce la epidemia. Incluso en el interior de las iglesias y en funciones religiosas se toman medias prudenciales de este tipo. Sin embargo, no hay que olvidar que somos cuerpo y alma y que esta debe también limpiarse prioritariamente antes de presentarnos ante Dios hoy y siempre.
Esta epidemia puede tomarse también como una oportunidad para cambiar de vida y de sistema de vida a mejor. Es un aviso-oportunidad para todos, un castigo para algunos, una gran prueba para muchos y quizá para otros un regalo. Pienso en una paciente concreta, viuda mayor muy piadosa que deseaba irse con Dios y con su familia. A ella le ha ido bien.
El cardenal Turkson, presidente de la comisión vaticana Covid-19, reafirmaba recientemente algunos elementos de la Doctrina Social que tienen toda lógica. Es mejor invertir en sanidad que en armas, promover la paz, afrontar con valentía la crisis económica priorizando los empleos y cuidar más de la Creación.
Publicado originariamente en el portal de FIAMC (Federación Internacional de Asociaciones de Médicos Católicos), de la cual fue presidente el autor del artículo.