Sabemos de los conflictos que pueden sucederse en torno a estos chicos cuando no encuentran esa persona que los escucha
Un nuevo libro sobre la amistad que se agradece por ser un tema relevante. “La educación en la amistad durante la adolescencia” de Ana Paula Ronchi. Un asunto siempre presente en la formación de los jóvenes, porque lo que ocurre a estas edades y cómo ocurre tiene consecuencias en su vida posterior.
Siempre se ha dicho, y se entiende bien, que la amistad supone la existencia de temas comunes, inquietudes o aficiones que unen. Sin embargo, esto es algo de lo que quizá hay que prescindir cuando hablamos de adolescentes. El joven busca quien le entienda, quien le escuche. En su proceso de socialización necesita de un amigo.
“A diferencia de los niños, los adolescentes empiezan a compartir experiencias, pensamientos, deseos, que confían solo a unas cuantas personas de su entorno” (p. 33). Necesitan transmitir su intimidad, lo que llevan dentro, que son, en gran medida, descubrimientos recientes. “El confidente, en la adolescencia, acompañando las dudas identitarias, es un rasgo típicamente identificado por los especialistas”. (p. 33).
Sabemos de los conflictos que pueden sucederse en torno a estos chicos cuando no encuentran esa persona que los escucha. Quizá ocurre especialmente con las niñas, que desean contar, pero no a cualquiera. Estas situaciones suelen preocupar a los padres, porque preferirían que sus hijos les contaran ante todo a ellos. Pero no hay que preocuparse porque no sean amigos de todos. “Es lo más natural y eso se prolonga hasta la vida adulta. Lo que no sería correcto sería rechazar a otras personas. Pero mientras exista el respeto y el trato con el resto del grupo, no hay motivos para recriminar una relación de amistad particular pues, por naturaleza, las amistades son particulares” (p. 37).
Esto ha sucedido siempre. Pero en los últimos años debemos contemplar dos aspectos sociales de gran relevancia que influyen en los adolescentes, y normalmente para mal. Por un lado, la influencia de las redes sociales, y por otro lado la frecuencia de familias rotas.
“Para algunos adolescentes, la posibilidad de contactar con sus amigos y estar conectado con ellos en todo momento y en cualquier sitio no sólo es cómodo sino necesario. Este uso intenso de los medios sociales digitales, conocido por ser típico de la adolescencia, refuerza el sentimiento de estar en consonancia con su generación” (p. 37). Y esta necesidad creada en solo los últimos 15 años no deja de preocupar, porque lo que puede ser un canal de amistad, es indudable que lo es también de pérdidas ingentes de tiempo y de riesgos evidentes de transmitir contenidos muchas veces dañinos.
Los jóvenes de estas edades necesitan la amistad de sus padres. No es fácil y el problema surge sobre todo en la falta de dedicación de tiempo y, a veces, en la falta de empatía. Si los padres se acercan a los hijos solo para exigir o regañar, no hay nada que hacer. Pero con tiempo, con dedicación de esos ratos tranquilos que debe haber en los hogares, se consigue mucho. Y claro, en el momento en que el matrimonio se rompe, se rompen muchas cosas importantes en la educación de los hijos, especialmente de los adolescentes.
Es este, sin duda, un libro clarificador, de gran utilidad para padres con hijos en esa edad, o que llegarán pronto.