Esta sociedad consumista, cansada por el exceso, necesita que se le hable en parábolas
Estos días los medios nos han regalado algunas perlas: El Ayuntamiento de Valencia anima a los jugadores de fútbol a que salgan del armario para dar ejemplo a los niños; en una playa una pareja de adultos mantiene relaciones sexuales delante de los niños; líderes religiosos y los bioeticistas en los Estados Unidos denuncian la posibilidad de una vacuna covid-19 desarrollada con líneas celulares de fetos abortados; los jóvenes, especialmente las mujeres, prefieren permanecer solteros, no quieren atarse a ningún vínculo; la tasa de hogares monoparentales sigue creciendo en España, y con ellos el riesgo de pobreza. Estamos acostumbrados a estas noticias. ¿Tendremos el corazón embotado?
En el Evangelio vemos que Jesús hablaba en parábolas. Utiliza la del sembrador, la buena simiente se esparce a boleo, llega a todos, pero no fructifica del mismo modo. Hay terreno baldío, piedras y espinos, sequedad que impiden el crecimiento del buen trigo. Todos los humanos somos iguales en dignidad, llamados a una vida fecunda, a dar fruto, pero por experiencia vemos que los resultados son muy distintos. Con frecuencia se achaca a la diversidad de suerte, de oportunidades, pero también hay un mal uso de los talentos recibidos.
Tendríamos que preguntarnos qué frutos damos: ¿mi familia está orgullosa de mí, se sienten queridos, les sirvo de apoyo?, ¿tengo amigos que pueden confiar en mí o les dejo tirados cuando me necesitan?, ¿qué tipo de ciudadano soy, estoy comprometido en la buena marcha de la sociedad o me limito a quejarme y a criticar?, ¿estoy contento conmigo mismo, con mi trabajo, me siento realizado?
Los Padres del “Siglo de las Luces” lucharon por recuperar la libertad natural del hombre emancipándolo de la superstición de la religión. Cuando dicen que todos somos iguales no les faltaba razón, pero se olvidan de que la libertad del hombre está afectada por el pecado, por el original y por los personales. Esto nos lo enseña la Biblia: el pecado nos va dañando, se parece a un virus que nos debilita, que nos hace vulnerables y es muy contagioso. También ciega, reduce el campo visual centrándolo en lo nuestro, en lo que nos apetece, en lo que pensamos que nos favorece sin tener en cuenta los efectos secundarios, el mal que puede provocar en mí o en los demás. Es necesario tenerlo en cuenta y enseñar a luchar contra las pasiones desordenadas.
“Os hablo en parábolas porque está embotado el corazón de este pueblo”. Hay cosas sencillas que ven los niños, pero no los mayores, muchos están incapacitados para ver, para amar. Algunos tienen el corazón y el sentimiento enfermo. Dicen que el covid-19 daña los sentidos del gusto y del olfato. Todo lo hace insípido, igual que el egoísmo, que solo es capaz de ver lo que le satisface, no ve más allá de sus narices. El relativismo dice que todo da igual, que depende del punto de vista, afirma que es lo mismo un mediocre jamón york que un estupendo ibérico de los Pedroches: ¡Todo huele y sabe igual! ¡Qué ignorancia tan grande, qué error, qué ceguera!
Esta sociedad consumista, cansada por el exceso de competencia y la falta de esperanza, totalmente desnortada necesita que se le hable en parábolas, que se le relaten cuentos de buenos y de malos, como a los niños; historias de héroes clásicos, medievales y modernos; volver a las “Vidas ejemplares” que algunos tuvimos la suerte de leer en la infancia. Leer o releer los Evangelios que nos relatan la vida de Jesús, aprender de Él y así ir sanando el corazón. Recuperar la sensibilidad, el gusto por lo bueno. Recuperar la vista para que las apariencias no nos engañen. Desarrollar el espíritu crítico para discernir lo bueno. Tener un poco de olfato que distinga entre al azufre y el olor a podrido del buen olor de Cristo. Instinto para lo verdadero.
El segundo libro más leído, después de la Biblia, es El señor de los Anillos, una estupenda parábola épica que se nos anima a luchar contra el mal. Para esto no hace falta ser muy poderoso, como dice Galadriel: “Hasta la persona más pequeña puede cambiar el curso del futuro”; y Sam comenta: “Cómo volverá el mundo a ser lo que era después de tanta maldad como ha sufrido. Pero al final todo es pasajero como esta sombra, incluso la oscuridad se acaba para dar paso a un nuevo día y cuando el sol brilla, brilla más radiante aún. Esas son las historias que llenan el corazón, porque tienen mucho sentido aun cuando eres demasiado pequeño para entenderlas”. Por eso procuremos ser buena tierra, trabajemos el corazón para que cumpla su función de amar. Dejemos el ego fuera y veamos qué podemos aportar.
Igual no entendemos el porqué de tantas cosas, pero con esperanza, con espíritu de superación, pensando en los demás, apoyándonos en la oración saldremos adelante, recompondremos nuestro corazón, enseñaremos a amar. Habrá un nuevo día en el que el sol brillará con más fuerza, las tinieblas quedarán atrás, serán tan solo un mal sueño. Sembremos con generosidad, sin buscar el fruto, y será abundante.