La sociedad necesita nuevos abanderados comprometidos; políticos, pastores, maestros...
Estoy leyendo una novela de fantasía, Historias de Terramar, de Ursula K. Le Guin. En un momento dado se va apagando la magia de ese mundo maravilloso, entra la tristeza, se pierden las ganas de vivir, se trabaja mal. El protagonista se dedica a buscar a la persona que pueda ejercer de líder para que vuelva la magia, la alegría, la felicidad. El mundo está desolado: "No tienen guía −dijo Gavilán−. No hay Rey; y los hombres aptos para reinar, y los dotados de poderes mágicos, todos se han apartado, encerrándose en ellos mismos". En estos momentos también nos faltan guías, modelos, salvadores. Se está perdiendo el sentido de la autoridad, incluso en el ámbito familiar: la ausencia del padre es valorada positivamente. El relativismo imperante todo lo hace bueno, nos olvidamos de la batalla del bien contra el mal.
"Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas". ¡Cómo nos gustaría ver esta actitud, escuchar estas palabras! Éste es el líder, el rey y maestro. Jesús nos habla en el Evangelio. Cristo vive, vale la pena seguirle, escucharle, tomarle como protector, maestro y salvador. De esa madera tendrían que estar tallados todos los que se consideran autoridad, los que tienen el compromiso de hacer un mundo mejor, todo el mundo. Este es el auténtico orgullo: seguir a Cristo.
Decía Benedicto XVI en la inauguración de su pontificado, rememorando el de su predecesor Juan Pablo II: "¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!" El Papa hablaba a los fuertes, a los poderosos del mundo, los cuales tenían miedo de que Cristo pudiera quitarles algo de su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la libertad a la fe. Sí, él ciertamente les habría quitado algo: el dominio de la corrupción, del quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad. Pero no les habría quitado nada de lo que pertenece a la libertad del hombre, a su dignidad, a la edificación de una sociedad justa". Son muchos los que actúan al margen o en contra de la fe: Mao, Stalin, Hitler, Leopoldo II, Tojo, Pol Pot, Kim Il Sung son un ejemplo. Aliviaron a su pueblo con la muerte: más de ciento veinte millones asesinados.
Como hemos leído una cualidad del líder es la humildad, no buscar nada para él: gloria, poder, prebendas; sino ventajas para los demás: alivio, seguridad, consejo, protección y estímulo. La autenticidad, ser el primero en cumplir, ir por delante, ser ejemplo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida". El adalid abre camino, tantea los peligros, conduce por veredas tranquilas, protege del lobo. Va siempre de la mano de la verdad, la busca y es la consigna de su vida, solo así da vida; donde hay mentira y engaño, chalaneo, reina la muerte.
No impone cargas duras, si hay que arriesgar, lo hace él; si trabajar, escoge lo más pesado. Y ese ejemplo atrae, estimula, anima. Así el dirigente sirve, es útil, es de fiar. Un estadista, una autoridad, un pastor, unos padres deben pensar si son modelo. Tienen que configurar sus vidas desde la autenticidad, desde la verdad, deben ir por delante en la lucha por ser humanos, creíbles, útiles. Deberían inspirarse en las palabras del Buen Pastor que da su vida por las ovejas. Esto no es fácil, pero la tarea que tenemos por delante de reconstruir la sociedad tras el covid-19 lo exige. Podemos inspirarnos en los grandes guías que ha tenido el mundo, aprender de la historia, de la religión. No caer en la ilusoria ceguera de pensar que podemos cobijarnos a la sombra de un nuevo árbol sin raíces.
La sociedad necesita nuevos líderes, abanderados comprometidos. Buenos políticos, pastores, maestros, artistas, padres y madres de familia dispuestos a servir, conformados con la verdad, con ideales nobles, creíbles, humanos y atrayentes. Me gustaría terminar alentando a los padres en su labor de formar a sus hijos, es la tarea de liderazgo más importante y urgente, en palabras de monseñor Fernando Ocáriz: “Pensad si vuestros hijos pueden estar felices de pertenecer a su familia, porque tienen unos padres que les escuchan y les toman en serio, que les quieren como son; que se atreven a hacerse con ellos sus mismas preguntas; que les ayudan a percibir, en las pequeñas realidades de la vida diaria, el valor de las cosas, el esfuerzo que requiere sacar adelante un hogar; que saben exigirles, que no tienen miedo de ponerles en contacto con el sufrimiento y la fragilidad, tan presentes en la vida de mucha gente, quizá empezando por la propia familia; que les ayudan, con su piedad, a tocar a Dios, a ser almas de oración”. De familias así saldrán los nuevos líderes que el mundo necesita.