El mensaje de la publicación que enlazo me parece que es la invitación a reconocer qué es el hogar para nosotros
Os hago llegar el enlace a una breve publicación de la Home Renaissance Foundation de Londres, en cuyo Patronato colaboro, sobre «El hogar en tiempos de coronavirus» (aquí). Quizás os suene un poco a pasado, ahora que, al menos en muchos países, estamos recuperando la normalidad después de las fases agudas de la pandemia. Pero dicen que los que no conocen la historia −también la más reciente− están condenados a repetirla.
El mensaje importante de esta publicación me parece que es la invitación a reconocer qué es el hogar para nosotros. A mí me gusta plantearlo en sus tres dimensiones (hay más, pero estas tres me parecen importantes): las personas, el lugar y la función social.
Las personas, porque el hogar es el lugar donde experimentamos la dignidad de ser reconocidos por lo que no somos, no por lo que tenemos, hacemos o podemos hacer en el futuro. Por tanto, el lugar en el que nuestra dignidad es máximamente valorada.
El lugar físico, porque el hogar es el retiro de la privacidad, el lugar al que nos retiramos cuando estamos cansados o enfermos o cuando nos sentimos vulnerables. Fue el lugar en el que nos confinamos, cuando el entorno exterior parecía hostil, por la enfermedad y el riesgo. Un lugar en el que la privacidad no es aislamiento, sino relación. Incluso cuando llegamos a casa y decimos «dejadme en paz, que estoy cansado, o enfermo, o furioso», nuestro aislamiento forma parte de la relación: «déjale en paz, que está cansado, o no se encuentra bien…», y todos en el hogar andamos de puntillas para no molestar, y en donde el mismo que se aísla «siente» que está acompañado.
Y esto me lleva a la tercera dimensión, la función social del hogar. Porque es el lugar en el que aprendemos a ser y a vivir. Donde los niños aprenden a desarrollar sus capacidades, aprender sus primeros conocimientos, formar sus virtudes, desarrollar su capacidad de convivencia… Donde los mayores aprendemos a colaborar sin esperar nada a cambio, pero sabiendo que, cuando haga falta, tendremos esa ayuda. Donde los niños ayudan a preparar la cena, a menudo con el riesgo de que la vajilla se haga añicos, pero es su manera de aprender a ser útiles. Insisto: sin esperar nada a cambio. Y donde los discapacitados, los enfermos y los mayores encuentran el trato que necesitan.
Leed los textos que menciono más arriba, y seguro que también vosotros os atreveréis a «escribir» vuestra propia historia.