Así fue el pecado de nuestros primeros padres. Y ésa es la más profunda explicación de que, siendo Dios infinitamente bueno y buenas también las obras de su creación, haya para nosotros sufrimientos, males y pecados
Sería ingenuidad ignorar los males que nos afligen, cuya raíz fue aquel primer pecado. Allí se rompió el vínculo profundo que une al hombre con Dios. Sólo a la luz de la revelación divina podemos tener conocimiento cabal del mal en sus orígenes: sólo si se conoce el profundo ligamen del hombre con respecto a Dios se pude calibrar la negatividad del pecado; que no es un simple error, un precio por el desarrollo humano o una debilidad psicológica.
La historia de la caída, narrada en el Génesis, nos ilumina acerca del significado de la Redención por la Muerte y Resurrección de Jesucristo. “Es preciso conocer a Cristo como fuente de la gracia para conocer a Adán como fuente del pecado. El Espíritu-Paráclito, enviado por Cristo resucitado, es quien vino «a convencer al mundo en lo referente al pecado» (Juan 16, 8) revelando al que es su Redentor. La doctrina del pecado original es, por así decirlo, «el reverso» de la Buena Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que todos necesitan salvación, y que la salvación es ofrecida a todos gracias a Cristo. La Iglesia, que tiene el sentido de Cristo (cf. 1Corintios 2, 16) sabe bien que no se puede lesionar la revelación del pecado original sin atentar contra el Misterio de Cristo” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 388-389).
El relato de la caída (Génesis 3), presenta a través de imágenes el acontecimiento primordial ocurrido en los albores de la historia humana. El hombre, creado a imagen de Dios, vivía en amistad con El. A la vez debía estar libremente sometido a su Creador. “«El árbol del conocimiento del bien y del mal» evoca simbólicamente el límite infranqueable que el hombre en cuanto criatura debe reconocer libremente y respetar con confianza. El hombre depende del Creador, está sometido a las leyes de la Creación y a las normas morales que regulan el uso de la libertad” (Catecismo..., n. 396). Pero, tentado por el Diablo, desconfió de Dios y desobedeció su mandato: se antepuso soberbiamente a su Hacedor y quiso “ser como Dios” (cf. Génesis 3, 5), pero, como escribe San Máximo, “sin Dios, antes que Dios y no según Dios”.
El pecado original fue también originante de múltiples desgracias: perdió el hombre la amistad con Dios, el dominio de sus facultades espirituales sobre el cuerpo, la respetuosa concordancia entre varón y mujer, la armonía con la creación material; y sobrevino la muerte como término de su vida terrena. Desde entonces toda sarta de pecados se multiplicó sobre la tierra: desde el fratricidio de Abel por Caín, pasando por todas las formas de corrupción y de infidelidad, hasta los modernos genocidios del siglo XX.
Hay un profundo misterio en este pecado original y originante. Pues todos los hombres estamos implicados en el pecado de Adán. Dios tenía dispuesto transmitirnos la gracia por medio de la generación, y al perderla nuestros primeros padres, recibimos la des-gracia. Es como si un padre quiere dejar como herencia 600 millones a sus hijos, pero antes de morir se arruina y se endeuda. Sus hijos recibirán deudas, no dinero. Por la unidad del género humano, todos hemos nacido con el pecado original, que se nos ha transmitido con la naturaleza humana caída. No es una culpa personal, sino un estado de privación de gracia y de naturaleza debilitada: sometida a la ignorancia, al sufrimiento y a la muerte, inclinada al pecado: “Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores” (Romanos 5, 19). “La doctrina sobre el pecado original −vinculada a la de la Redención de Cristo− proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre (...). Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres” (Catecismo..., n. 407).
Ello hace que la vida del hombre para ser fiel a Dios suponga un combate contra sus malas inclinaciones y los demás obstáculos, pero con la ayuda de la gracia de Dios, que tras la caída prometió la venida del Redentor (cf. Génesis 3, 15).
¿Por qué Dios permitió el pecado original y originante? Santo Tomás de Aquino da una buena respuesta: “Nada se opone a que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más alto después del pecado. Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar de ellos un mayor bien. De ahí las palabras de San Pablo: «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Romanos 5, 20). Y el canto del Exultet: «¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!»” (Suma Teológica III, q. 1, a. 3, ad 3).