Ahora falta que los poderes del mundo decidan escucharle; entre tanto lo acompañamos con la oración
Cope.es
Si el Papa se molesta en emprender este viaje qué menos que nos dignemos a interesarnos por nuestros hermanos de tierras lejanas y nos decidamos a rezar con más intensidad por ellos y a apoyarles de múltiples maneras
Tengo que reconocer que las noticias que vienen de Oriente Medio me desazonan; llevamos décadas de buenas intenciones y grandes proclamas y la realidad es que la paz no ha llegado a esas tierras, aunque ciertamente no hayan faltado etapas menos violentas y pequeños pasos hacia adelante. Las revueltas en el mundo árabe no han contribuido a precisamente a la pacificación; la reciente muerte del embajador estadounidense en Libia y los ataques a embajadas estadounidenses con el pretexto de una película que cuestiona a Mahoma convierten la zona en un polvorín.
En este contexto me pregunto qué impulsa a un anciano como Benedicto XVI a emprender un viaje en el que cada gesto y cada palabra (por acción o por omisión) será examinado con lupa de aumento, con el indisimulado deseo de muchos de utilizarle como pretexto para sus disputas políticas y sociales.
Como sucesor de Pedro, el primer objetivo del viaje es hacerse presente entre los católicos para fortalecer la fe de sus comunidades. Concretamente, este acompañamiento se visibilizará en la firma y entrega de la Exhortación postsinodal correspondiente al Sínodo de los Obispos para Oriente Medio concluido en octubre de 2010.
Cuando Benedicto XVI entregó en Chipre (junio de 2010) el documento preparatorio de este Sínodo recordó al recién asesinado presidente de la Conferencia Episcopal turca, Luigi Padovese, afirmando que su muerte representaba la vocación de todo cristiano a ser en todo momento testigos valientes de lo que es bueno, noble y justo. Esa será sin duda la primera invitación a los cristianos de Oriente Medio y el motivo esencial de su visita: ser testigos valientes y justos.
Otro objetivo del viaje, también esbozado hace dos años en Chipre, tiene que ver con nosotros, acomodaticios católicos de Occidente generalmente pendientes de mil cosas sin importancia: si el Papa se molesta en emprender este viaje qué menos que nos dignemos a interesarnos por nuestros hermanos de tierras lejanas y nos decidamos a rezar con más intensidad por ellos y a apoyarles de múltiples maneras.
Este viaje será también ocasión para proclamar al mundo árabe que la presencia cristiana contribuye al bien común de la sociedad (y de todos sus grupos y religiones) en diferentes campos y a la convivencia pacífica con todos. Este reconocimiento del papel de los cristianos en la vida pública tiene especial importancia porque, como recordaba recientemente el nuncio apostólico en Beirut, se ha acusado falsamente a los cristianos de apoyar a los regímenes autoritarios. El problema es que en una sociedad radicalizada, los cristianos son extremadamente vulnerables y saben que la desaparición de gobiernos fuertes implica oleadas de violencia en la que ellos, con primavera o sin ella, siempre son víctimas.
Naturalmente, Benedicto XVI no abandonará el Líbano sin condenar la violencia que se ejerce a diario instrumentalizando el nombre de Dios y sin exigir pleno respeto a la libertad religiosa, sobre todo de los cristianos discriminados, perseguidos y asesinados por su fe.
No por casualidad el cardenal Ratzinger adoptó el nombre de Benedicto; el anterior pontífice que llevaba este nombre se empleó a fondo por frenar los conflictos en los trágicos años de la Gran Guerra y ofreció su vida a Dios en nombre de la paz del mundo. Ahora falta que los poderes del mundo decidan escucharle. Entre tanto lo acompañamos con la oración.