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Los nuevos evangelizadores son aquellos cristianos que por vivir auténticamente su fe, son capaces de comunicarla a otros, contándoles la experiencia de su encuentro con Cristo
Cuando oímos hablar de un evangelizador, se supone que pensamos en un misionero enjuto y de cara seria. Sin embargo, “Antonio”, el adolescente protagonista de Maktub (P. Arango, 2011), es un genuino evangelizador a su manera.
¿A quiénes corresponde transmitir la fe? ¿Cómo deben ser los nuevos evangelizadores? ¿Cuál es el fundamento más seguro y las consecuencias principales de su tarea? ¿Y cómo debe ser su lenguaje?
Los protagonistas de la transmisión de la fe
¿Quién o quiénes son los “sujetos” de la transmisión de la fe? El Documento de trabajo para el sínodo sobre la Nueva Evangelización responde con toda franqueza: «El sujeto de la transmisión de la fe es toda la Iglesia» (n. 105). Esto es decisivo porque no hay identidad cristiana sin lo que podemos llamar una “conciencia vivida de la Iglesia”, y de ahí la importancia de la parroquia, que no agota la referencia a la Iglesia, pero es el signo ordinario de referencia de la Iglesia para muchas personas.
Así que la Iglesia entera (¡todos los cristianos!) es protagonista de la transmisión de la fe. Y dentro de la Iglesia, el texto subraya lo que corresponde a la mayoría de los cristianos, los fieles laicos, según Juan Pablo II:
“A los fieles laicos corresponde, en particular, demostrar con el propio testimonio que la fe cristiana constituye una respuesta a los problemas existenciales que la vida pone en cada tiempo y en cada cultura, y que, por lo tanto, la fe interesa a cada hombre, aunque sea agnóstico o no creyente. Esto será posible si se supera la fractura entre Evangelio y vida, recomponiendo en la cotidiana actividad —en la familia, en el trabajo y en la sociedad— la unidad de una vida que en el Evangelio encuentra inspiración y fuerza para realizarse en plenitud» (Christifideles laici, 33-34)
Entre los “sujetos” evangelizadores se destaca a los catequistas (que deben recibir la formación conveniente) y a las familias (que deben ser apoyadas en el deber de educar a sus hijos, hoy dificultado por tantos factores, y que se benefician de constituir grupos de familias para esta tarea); además, los grupos y movimientos eclesiales y las comunidades de vida consagrada.
Cualidades de los nuevos evangelizadores
¿Cómo deben ser los cristianos para la tarea que, como tal, les corresponde, esto es, ser “nuevos evangelizadores”? He aquí unas condiciones que pueden adquirirse mediante una adecuada formación (quizá no son todas, pero están bien escogidas): «Capacidad de vivir y de dar razón de las propias opciones de vida y de los propios valores; deseo de profesar en modo público la propia fe, sin miedo ni falso pudor; búsqueda activa de momentos de comunión vivida en la oración y en intercambio fraterno; predilección espontánea por los pobres y los excluidos; pasión por la educación de las nuevas generaciones» (Documento de trabajo, n. 115).
Juan Pablo II apuntaba el fundamento de estos nuevos evangelizadores, que, nunca se insistirá bastante, deberían ser todos los cristianos:
«Hacen falta heraldos del Evangelio expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre, que tomen parte en sus alegrías y esperanzas, en sus angustias y tristezas, y sean al mismo tiempo contemplativos enamorados de Dios. Por eso hacen falta nuevos santos. (…) Debemos pedir al Señor que aumente el espíritu de santidad de la Iglesia y nos envíe nuevos santos para evangelizar el mundo de hoy» (Discurso al Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, 11.X.1985).
Ser santos parece algo demasiado elevado, inasequible para muchos, irreal para otros. Pero la santidad es el horizonte, la meta alcanzable también a través de las tareas ordinarias de cada día, para todos los cristianos desde el día de su Bautismo. Hoy es necesario fortalecer la “identidad bautismal” de cada cristiano. ¿Qué quiere decir esto? Sencillamente, tomar conciencia de lo que significa ser cristiano: partícipe de la vida de Cristo, y adquirir la formación que le permita obrar cada día como tal: seguir a Cristo e identificarse con Él y su misión.
Empezar por vivir personalmente la fe
Y la misión cristiana se apoya en el apostolado de persona a persona. Así lo decía Pablo VI: «La urgencia de comunicar la Buena Nueva a las masas de hombres no debería hacer olvidar esa forma de anunciar mediante la cual se llega a la conciencia personal del hombre y se deja en ella el influjo de una palabra verdaderamente extraordinaria que recibe de otro hombre» (Evangelii nuntiandi, n. 36).
De aquí se deduce, para la transmisión de la fe, una condición esencial y una consecuencia igualmente esencial. Se transmite sólo lo que se vive; por tanto el cristiano debe “vivir de la fe”. Y esto se desarrolla y se manifiesta por medio de la caridad: es decir, el servicio, con hechos, a las necesidades materiales y espirituales de los demás. Esto es lo que San Pablo expresa al decir: «la fe que actúa por la caridad» (Ga 5, 6).
El principal lenguaje de la nueva evangelización
Así se entiende bien que el Documento de trabajo para el Sínodo sobre la Nueva Evangelización afirme: «La caridad es el lenguaje que en la nueva evangelización, más que con palabras se expresa en las obras de fraternidad, de cercanía y de ayuda a las personas en necesidades espirituales y materiales» (Documento de trabajo, n. 124). Obviamente, esto no excluye las palabras, o sea, los argumentos; pero es cierto que los hechos deben ir por delante.
De ahí proceden, en efecto, “los frutos de la fe” como son entre otros: familias que sean signos de esperanza abierta a la vida; comunidades cristianas capaces de acompañar a las personas en la búsqueda de la verdad (condición de libertad) y en la defensa de la dignidad humana, así como de promover la unidad entre los cristianos, sin olvidar el coraje de reconocer las propias culpas; iniciativas de justicia social y solidaridad de acuerdo con la Doctrina social de la Iglesia; impulso a las vocaciones específicas, etc.
Los nuevos evangelizadores son aquellos cristianos que por vivir auténticamente su fe, son capaces de comunicarla a otros, contándoles la experiencia de su encuentro con Cristo. «La fe —ha escrito Benedicto XVI— crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo». Y hoy, añade, es necesario un compromiso más convencido en favor de una nueva evangelización «para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe» (Carta Porta fidei, n. 7).
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
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