El Santo Padre ofrece al organismo pontificio algunos consejos útiles en perspectiva de futuro, para hacer la misión de la Iglesia cada vez más cercana al pueblo
Un inesperado Mensaje del Papa Francisco dirigido a las Obras Misionales Pontificias (OMP) en el día de la Ascensión ofrece al organismo pontificio algunos consejos útiles en perspectiva de futuro, para hacer la misión de la Iglesia cada vez más cercana al pueblo.
En el día de la Ascensión del Señor (donde no se ha trasladado al domingo siguiente), el Santo Padre se ha dirigido a las Obras Misionales Pontificas con un largo Mensaje que tiene un trasfondo programático muy fuerte, que pretende proyectar este importante organismo misionero hacia el futuro, para un servicio cada vez más cualificado y plenamente evangélico en favor de todos los pueblos. Se trata de una intervención no propiamente esperada, en cuanto que nadie estaba al corriente de que el mismo día, el 21 de mayo pasado, el Papa tenía la intención de participar en la asamblea general de las OMP, que luego se suspendió a causa del coronavirus. Por eso el Pontífice se ha dirigido a ellas por escrito.
La primera parte del Mensaje es una presentación muy puntual de algunos aspectos ligados a las Misiones que el Pontífice ya había esbozado con más amplitud en el otro documento programático del pontificado, la Evangelii gaudium, y que en esta ocasión ha querido repetir porque considera “inaplazable” para el camino de las OMP la asunción y la aplicación de aquellos mismos criterios y sugerencias de hace ya siete años.
Justo después, el Santo Padre se centra en los que podrían ser talentos a desarrollar, pero también tentaciones y enfermedades a evitar, lastres que amenazan con obstaculizar el camino, junto a verdaderas insidias. La última parte recoge, por otro lado, una serie de indicaciones prácticas que deben servir para reformular un nuevo rostro de las Obras Misionales de modo que sean un verdadero reflejo del amor a la Iglesia y a Cristo.
Es singular que el Mensaje se abra con tres pasajes, uno de los Hechos de los Apóstoles y dos de los Evangelios de Marcos y Lucas, que cuentan la despedida de Jesús de sus discípulos y de este mundo −precisamente la Ascensión−, indicando así el sustrato de lo que el Papa expresa a lo largo del texto. Mientras el Señor está dando inicio al cumplimiento del Reino, los suyos se pierden en conjeturas; pero apenas asciende al cielo, regresan “llenos de alegría”. La clave de este “cambio” está dictada por el Espíritu Santo, prometido y luego recibido en Pentecostés.
El secreto de una buena misión evangelizadora viene dado, por tanto, por esta alegría recibida, y también por el hecho de ser animada por el Espíritu Santo, que la preserva de presuntas autosuficiencias o deseos de poder que están siempre al acecho en todo proyecto eclesial, apunta el Papa Francisco.
Hay que partir, por consiguiente, del presupuesto de que la salvación viene para cada persona “a través de la perspectiva del encuentro con Él, que nos llama”, y sólo después es posible testimoniar “ante todo el mundo, con nuestras vidas”, porque hemos sido elegidos y predilectos, “la gloria de Cristo resucitado”.
En este punto Francisco pasa a mencionar los “rasgos distintivos” de la misión animada por el Espíritu Santo. En primer término, debe ser atractiva: los demás deben percibir en quien los atrae que ha sido a su vez “atraído por Cristo y su Espíritu”: “cuando uno sigue a Jesús, contento por ser atraído por Él, los demás se darán cuenta”.
Una segunda característica es la “gratuidad” que brota de la “gratitud” por haber sido atraído; no sería, en efecto, apropiado presentar la misión y la evangelización como “un deber vinculante, una especie de ‘obligación contractual’ de los bautizados”.
Luego, el anuncio ha de hacerse con “humildad”, sin soberbia o arrogancia, y hay que “facilitar, no complicar” el proceso de acercamiento de las personas a la Iglesia, sin “añadir cargas inútiles a las vidas ya difíciles de las personas” y sin obstaculizar el deseo de Jesús, que “quiere curar a todos, salvar a todos”.
Entrando a tratar las características de OMP y de su posible “reinventarse” en el tiempo presente para un futuro más fecundo, Francisco ha recordado algunos de sus “rasgos distintivos”, originarios pero también adquiridos históricamente, que a menudo son descuidados y que, por el contrario, son de primera importancia.
Ante todo, el haber nacido espontáneamente del fervor misionero del pueblo fiel; el haber sido impulsadas siempre sobre la base de la oración y de la caridad; reconocidas por la Iglesia y por sus obispos para su configuración simple y concreta; estructuradas como una red capilar que se integra en las demás instituciones y realidades eclesiales; en cuanto difundidas en todos los continentes, representan “una pluralidad que puede proteger de homologaciones ideológicas y unilateralismos culturales”, y en ese sentido es imagen de la universalidad de la Iglesia.
A partir de estas peculiaridades, el Santo Padre pone en guardia al organismo pontificio respecto de algunas “patologías” que golpean también a otros organismos eclesiales −como denunció, por ejemplo, en los primeros encuentros con la Curia Romana para el intercambio de las felicitaciones navideñas-, y que son: la autorrefencialidad, que lleva a replegarse sobre sí mismo gastando energías en la propia auto-promoción o buscando espacios y relevancia en el seno de la Iglesia; el afán de mando, sobre todo en relación con las comunidades a las que se debería servir; el elitismo, una especie de “clase superior de especialistas” que compite con otras élites eclesiásticas; el aislamiento del pueblo, hacia el que incluso se muestra impaciencia o se desarrollan discursos persuasivos con objetivos de adiestramiento; la abstracción, perdiendo el contacto con la realidad y cayendo en estériles iniciativas intelectuales que terminan por domesticar la fe de las personas; finalmente, el funcionalismo, fiándolo todo a “modelos de eficacia mundana” y apagando la gracia.
Siguen los consejos del Papa para una reconsideración de las propias OMP. Como primer punto, una especie de retorno a los orígenes, con “una ‘inmersión’ más intensa en la vida real de las personas”, en sus circunstancias y condiciones concretas, dando respuestas a preguntas y exigencias reales. Este proceso siembre debe apoyarse en la oración y la caridad, que son preciosas en su condición elemental y concreta, expresando “la afinidad de las OMP con la fe del Pueblo de Dios”. Hay que alegrarse y sorprenderse de las historias de santidad ordinaria que se pueden encontrar por medio del contacto con tantas realidades y situaciones en las que se actúa, aprendiendo a escapar de la autorreferencialidad tanto por la realización de los programas como por la flexibilidad de las estructuras y por la elección de las figuras de referencia.
Es importante también que al reunir recursos no se caiga en mecanismos fríos y aparentemente más “remuneradores”, sino que se tenga siempre en cuenta la contribución, aunque sea pequeña, de la multitud de los bautizados; en cuanto al uso de las donaciones, han de redistribuirse teniendo en cuenta las “reales necesidades primarias de las comunidades”, evitando al mismo tiempo formas de asistencialismo o la selección de iniciativas poco concretas.
El Papa, por último, invita a no olvidar a los pobres −“una ‘preferencia divina’ que interpela la vida de fe de todo cristiano”−, a respetar la rica variedad de los pueblos en los que se trabaja, y a ser siempre el reflejo en el mundo de la caridad y gratuidad del Papa, “siervo de los siervos de Dios”.
Giovanni Tridente, Roma
Fuente: revistapalabra.es.
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